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Ágora: Desarrollar un nuevo modo de pensar

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 28 dic 2020
  • 5 Min. de lectura

Por: Emanuel del Toro


Desarrollar un nuevo modo de pensar


El presente año ha sido sin duda uno como hace mucho no se veía. Y es que si algo que hubo que lo terminaría marcando más allá de cualquier otra consideración fue la aparición del covid-19 y las consecuencias sociales, económicas y sanitarias que ello generó, consecuencias para las que nunca antes nos habíamos preguntado si tendríamos o no respuesta, porque sencillamente hacía muchísimo tiempo que se vivía un fenómeno semejante de proporciones planetarias; uno de tal intensidad por lo dilatado y la profundidad con la que ha reconfigurado nuestras vidas.

Al punto de poder decir temor a equivocarme que crisis del estilo a las desatadas por el covid-19, sólo se miraban como argumento de películas de horror u acción, argumentos que sin embargo, por inverosímil que nos parezcan, hoy a prácticamente un año de haberse manifestado en nuestra realidad, parecen haber llegado para quedarse. Porque aún si se llega a superar en el corto plazo todos y cada uno de los problemas que han desatado, sus consecuencias habrán de permanecer presentes en la memoria colectiva de planeta por generaciones. Siendo su nota distintiva la ansiedad o el miedo que todo ello ha ocasionado.

El miedo hace que toda experiencia nos parezca más difícil de lo que en realidad; lo importante en todo caso, es aprender a controlarlo y neutralizarlo. Lo que no implica desconocer los riesgos o dificultades de la vida, pero en un hecho que temer nos perjudica severamente, porque paraliza y/rompe la autonomía decisional. La actual pandemia ha sembrado el miedo en muchos, por culpa de cadenas informativas que con tal de mantener cautivos a sus espectadores, son capaces de concentrarse en los aspectos más escabrosos de lo que está ocurriendo, desconociendo cualquier progreso al respecto.

Muerte, caos y desolación para controlar, ha sido la sencilla fórmula desinformativa establecida por la amplia mayoría de medios que se han dado a la tarea de cubrir la evolución del actual panorama. De ahí que quien intenta acceder a información independiente o siquiera establecer modos distintos de comprender lo que está ocurriendo, termine la más de las veces siendo objeto de hostilidad, para desacreditar cualquier intentiva de discrepancia. Como si cuestionar implicara necesariamente desconocer la importancia de ser prudentes. Pero no hay posibilidad de ser prudentes, ahí donde el denominador común en nuestras fórmulas informativas, es exacerbar la ansiedad y la incertidumbre de una sociedad.

Creo necesario ser todavía más claro respecto a cómo tener miedo perjudica; convertir las cosas en catástrofes, implica volverlas juicios de valor, donde todo se concentra en lo malo que está ocurriendo, y no en las opciones que se tiene para afrontar lo que se vive. No es lo mismo insistir que se está contagiando mucha gente, que decir por ejemplo, que pese a que se está contagiando mucha gente, la tasa de mortalidad de quienes se contagian es relativamente baja en la medida que se toman las precauciones necesarias para atenderlos.

Desde luego que no pocos podrán objetar que las perspectivas de la salud pública en el país no auguran nada bueno, y que lo lógico es pensar que cuantos más contagios se sigan registrando, mayores serán las probabilidades de que en efecto ocurra el tipo de catástrofe que los medios de comunicación llevan meses anunciando como un hecho inminente. Porque para escenarios donde está todo mal los medios de comunicación –¿o debiera decir de desinformación?– se pintan solos. Cual si no fuera precisamente esa la estrategia que se ha seguido en otros escenarios parecidos en el pasado reciente.

El único inconveniente de suscribirse a una lógica semejante, es que por extraño que parezca, pasamos por alto que una alta incidencia de contagios, para tan baja mortalidad, no dice realmente mucho. Y no lo hace, no sólo por lo poco de las personas que contagiándose de covid-19, terminan muriendo. Además no lo hace, porque siendo tan alta la tasa de recuperación, así existan muchos que se hayan contagiado, es un hecho que no se permanece enfermo para siempre, como por ejemplo con el sida. Y aún en el remoto caso de que esto fuera como con otras enfermedades virales, donde se termina desarrollando con el tiempo, cuadros crónico degenerativos que rara vez menguan, es muy probable que la proporción de mortalidad que hoy se observa se mantuviera.

Ahora bien, considerando el giro esperanzador que la cuestión ha tomado en las últimas semanas, desde que los primeros prototipos de la vacuna contra el covid-19 han estado disponibles para su distribución mundial; siendo México uno de los primeros países en el mundo en hacerse con vacunas, así como también en comenzar a aplicarlas. No pocos dirán que ya planteamientos del estilo a los de la presente columna, no son en lo absoluto necesarios, porque se espera que pronto el actual escenario de incertidumbre que nos ha mantenido la práctica totalidad del año por terminar, recluidos en casa, o cuando menos limitando el desarrollo cotidiano de nuestras actividades –con todo el caudal de consecuencias sociales y/o económicas que ello ha traído–, no menos cierto es que no se tiene del todo claro si dicha intentiva habrá de resultar como se espera que lo haga.

Habría que poner en perspectiva por ejemplo que cualquier virus tiene siempre la posibilidad de ir mutando; de ahí que constantemente exista la necesidad de ir generando más investigación con el cometido de actualizar el acervo con el que se les hace frente, y también el motivo mismo por el que cosas tan simples como una gripe no son susceptibles de ponerse a raya; algo que ocurre con prácticamente cualquier virus.

Sin embargo, asumiendo que las cosas mejoran como es que todos o la gran mayoría quisiéramos, tras haber vivido uno de los años más emocionalmente desgastantes de los últimos tiempos, si algo se puede sacar como conclusión este año 2020, es que resulta fundamental comprender el protagonismo que juegan nuestras emociones en el desarrollo integral personal. Desconocer que tomamos decisiones motivados en buena medida por cómo nos sentimos, o que calidad de lo que decidimos puede verse condicionada lo mismo para bien que para mal, por un variado conjunto de subjetividades de las que no siempre estamos del todo conscientes, debe necesariamente llevarnos a reconocer la importancia del trabajo psicológico, así como la relación de sus distintas dimensiones de estudio con el grueso de nuestros desarrollos sociales.

Ya que una parte amplísima de nuestras propias realizaciones colectivas descansan sobre los modos en los que socializamos e integramos nuestras emociones. Si existe una relación directa entre el desarrollo material de la persona y su propio bienestar emocional, no es menos cierto que lo mismo corresponde en términos macro sociales. Ahí donde la construcción de la vida pública se finca sobre el recelo, la desconfianza y/o el sospechosisimo, difícilmente se podrán establecer condiciones equilibradas para un desarrollo social duradero, aún si existen condiciones o se generan los incentivos institucionales para que ocurra.

Es pues el momento propicio para iniciar el año por venir reconociendo que nos urge desarrollar un nuevo modo de pensar que nos permita encarar los retos actuales privilegiando la resiliencia; porque sólo en la medida que seamos capaces de reponernos a las experiencias traumáticas, es que podremos ir ideando el tipo de estrategias que nos permitan desarrollar las aptitudes necesarias para encarar el porvenir –por duro que este sea–, incorporando las lecciones aprendidas en los tiempos de mayor dificultad. Es tiempo de probar si todo lo que hemos atravesado este 2020, nos habrá de permitir encarar el año entrante de un modo diferente al que hasta este punto hemos hecho. Esperemos que sí, porque todo parece indicar que seguirá habiendo pandemia para rato, sin embargo ya vamos de gane si nos decidimos a encarar lo que vamos viviendo de un modo mucho más práctico y fuera de lógica catastrofista y morbosa que nos caracterizó en el inicio.

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