Ágora: Del amor y otras dolencias parecidas
- Emanuel del Toro

- 9 ene 2023
- 6 Min. de lectura
Por Emanuel del Toro.

Del amor y otras dolencias parecidas.
No, no te equivoques, por amar o por dar lo mejor de uno mismo, nadie queda en ridículo. Si hemos de hablar de ridículos, hay que decir que en ridículo quedan aquellas personas que recibiendo lo mejor de ti, jamás han estado o estuvieron a la altura de semejante consideración. Por dar lo mejor de uno mismo, nadie se equivoca. En todo caso, es preciso aprender a ser más cautos con aquellos a quienes decidimos dar nuestra mejor versión; lo sé, nada nuevo bajo el sol.
Pero es preciso recordar: No hay porque dar perlas a los cerdos; entre perros y cerdos, hasta el más preciado de los regalos terminará convertido no sólo en poca cosa, sino en el modo más ruin con el que demostrarte la peor de sus caras posibles: la del miserable indolente que toda su vida fue, ha sido, y que con toda seguridad, seguirá siendo, y del que si no te diste cuenta antes, fue porque a diferencia suya, tú no te mueves por la vida con la retorcida encomienda de hacer sentir a todos, peor de lo que ellos se sienten consigo mismos.
Así las cosas, líbrate del lastre de terminar sintiéndose culpable o incluso avergonzado de dar lo mejor de ti. Y pon en cambio, mucho más atención, para no otorgar concesiones parecidas en el futuro; una cosa es salir de las fauces de un camaleón narcisista; pero la auténtica prueba de fuego viene, cuando de lo que se trata es de no enredarse de nueva cuenta con otra bestia del estilo. Sólo hasta entonces podrás estar seguro que todo lo padecido ha terminado valiendo la pena; en el momento que lo has aprendido tan bien, que incluso te curas del escarnio de volver a repetir algo, siquiera medianamente parecido.
Que es donde se encuentra el mayor de los peligros cuando se decide terminar algo que no da más de sí, en la posibilidad de volvernos a enredar, incluso sin darnos cuenta, en situaciones y/o experiencias terribles y dolorosamente parecidas. Porque el reto fundamental no está en parar lo que nos disgusta y/o lastima, sino en aprender a trabajar por sanar las condiciones personales que nos llevan de continuo a tropezar con escenarios parecidos.
Si se trata de decir las cosas como son, hay veces que se está tan concentrado en hacer funcionar una relación que no da más de sí; que si por la comunicación; que si por tener el tiempo suficiente; que si por congeniar proyectos de vida; que si por armonizar tu propia estabilidad con la de la pareja; que sin darte cuenta terminas perdiendo las ganas de estar o seguir, siquiera de verle. Pero para cuando piensas que has conseguido lo necesario para estar juntos, te das cuenta que te faltas a ti mismo. Y te preguntas si habrá valido la pena; es cierto, muchos en ese punto optan por seguir elevando la apuesta, ya sea permaneciendo juntos por rutina, comodidad o costumbre, lo mismo que casándose o teniendo hijos, pero es un hecho que cuanto mayor sea la obstinación de quedarse a costa de uno mismo, más alto y/o severo será el daño para todos.
Cuando te faltes a ti mismo, ni a la esquina; ahí no es. ¿Que por qué lo digo de este modo? Cada momento invertido en el mundo de lo imposible –en el mundo de lo que no da más de sí–, resta oportunidad de hacer lo necesario para que el mundo de lo posible se vuelva realidad. Es posible que caigas, sí, pero también, es posible que te levantes, lo que resulta imposible, es permanecer toda la vida en el mismo umbral, así sea positivo o negativo. Porque la capacidad de ser felices, es una cuestión que sobreviene permanentemente, sólo si nos decidimos a ejercer de forma continua, todo nuestro talento en autorrealizarnos.
El esfuerzo de hacer prevalecer, contra todo pronóstico, aquello que por tristeza o capricho nos gustaría que fuera, inhibe la posibilidad de establecer en otro momento, un nuevo punto de equilibrio que nos permita seguir creciendo. Cuando en ausencia de perspectivas, sucumbimos a la idea de permanecer en el pasado, de espaldas a nuevos posibles, nos hacemos responsables de no crecer.
No es la primera vez que lo digo: Dejar ir relaciones que no dan más de sí, no significa dejar de pensar que lo que tuvieron fuera importante, o incluso anular el dolor por una pérdida afectiva, que ese punto luce mucho más significativa de lo que en realidad es, significa ante todo, decidirnos a cambiar un dolor continuo e inútil, por otro de limitada duración, pero también sumo provecho, porque atravesarlo nos ofrece la oportunidad de tomar conciencia de que lo vivido, ha valido la pena y que otros momentos de intensa luminosidad nos aguardan.
La clave en todo caso, siempre estará en darnos la oportunidad de conocernos a nosotros mismos lo suficiente, como para no terminar de conformarnos con mucho menos de lo que cualquiera merece. Las cosas importantes de la vida, son todas a fuego lento. Y si las relaciones amorosas verdaderamente importan, todo lo que colectivamente se nos ha enseñado que importan. Con mucha razón exigen que nos conozcamos y reconozcamos lo suficiente. Pero para ello, es siempre preciso de tiempo.
Comencemos pues por tomarnos el tiempo de conocer verdaderamente nuestros límites, pero sobretodo, de respetarlos y hacer efectivos los arreglos necesarios para tomarnos en serio el ineludible compromiso de poner nuestro propio bienestar emocional como la prioridad que siempre ha sido.
Que le gustes a alguien, o que te guste alguien que si te corresponde, no significa que será o serás el centro de su vida, ni siquiera que sepa quién realmente eres, o que vaya necesariamente a formar parte de tu vida o tú de la de ella, es sólo que algo en ti captura su atención, y que de haber tiempo, disposición y/o paciencia, quizá pueda parecerle interesante conocerse mutuamente. Para decirlo claramente, en cuestión de vínculos emocionales, como en la vida misma, más de la mitad de los problemas son producto de lo que cualquiera se imagina, y no lo que realmente es o sucede; asumir cualquier cosa, paga siempre muy mal.
Siempre que algo no sale como se quisiera, es porque se haya advertido o no, nos dio por imaginar cosas que no eran, o porque se pensó que el otro tenía necesariamente los mismos modos de comunicarse y/o entender las cosas. Pero no hay nada más falso o ilusorio, que el que otro vaya entender lo que uno entiende, si no se lo comunica claramente. Porque si cosas del estilo pueden ocurrir aún con personas que comparten valores y/o principios de vida parecidos, con mucha mayor razón habrá de ocurrir con quienes, o no se conocen del todo, o apenas se están conociendo; en cuestión de relaciones afectivas, no hay que dar nada por descontado, hacerlo es la forma más rápida de tener problemas innecesarios.
Pero en una sociedad donde lo que se privilegia es el envase por encima del contenido, o lo que es lo mismo la apariencia por encima de lo que se lleva por dentro, y donde además todo se quiere y/o se busca a la voz de ya, como si de sopas instantáneas o comida rápida se tratara, es altamente probable que nos veamos teniendo de continuo, problemas muy grandes para establecer relaciones afectivas que realmente funcionen con plenitud y sean humanamente satisfactorias.
Y no es que lo físico tenga porque sacrificarse necesariamente, porque no se gana nada con cultivar la hipocresía de que lo que cuenta es sólo el interior y que lo demás comoquiera, porque es un hecho que a todos nos gusta un determinado tipo físico y/o estilo de persona, lo que está necesariamente en función de valores, como de experiencias de vida propias y también de las legadas de generación en generación, ya lo mismo por aprendizaje, que por gusto o afinidad de determinados rasgos que cautivan nuestros sentidos. En ese sentido, como ya apuntaba la semana pasada: Hagamos un mejor año, pero en serio; y pongamos en el centro de nuestras preocupaciones, la responsabilidad de reconocer que la salud de nuestras emociones resulta vital para tener una mejor calidad de vida.

















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