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Ágora: Adiós Barrilete Cósmico

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 30 nov 2020
  • 6 Min. de lectura

Por: Emanuel del Toro

Adiós Barrilete Cósmico.

La muerte de quien es por la mayoría de los críticos deportivos, reconocido como el mejor futbolista de todos los tiempos, es en lo personal una cuestión que me pone a recordar buena parte de lo que toda la vida he admirado. Para quienes me conocen en persona desde hace años, saben lo que la figura de Diego Armando Maradona representó para mí. Se trataba por definición de un hombre con el que siempre me identifiqué, tanto por su talante personal contestatario de no olvidar jamás la pobreza y humildad de sus orígenes, y de defender la integridad humana de los jugadores en contra de la explotación de la FIFA y las dirigencias de sus equipos, como por su extraordinaria capacidad y destreza técnica futbolística; a la fecha ni los jugadores más habilidosos de los últimos veinte años han mostrado la calidad que él poseía: lo suyo fue siempre algo fuera de este mundo.

No pocos podrán objetar que hay jugadores que han ganado durante sus carreras, muchos más galardones por hacer exactamente lo que Maradona hizo extraordinariamente bien: jugar fútbol. Pero quienes así piensan pasan por alto que el fútbol no es sólo un deporte de rendimiento competitivo. No es sólo el ganar por ganar. Si de eso se tratara, los especialistas de la cuestión no criticarían esos estilos de juego que son literalmente tenidos por antifútbol, para caracterizar a esos modos de jugar, donde lo que prevalece es el esquema táctico defensivo, que puede resultar muy útil para ganar en términos de números, pero que es a su vez un estilo de juego que a nadie gusta. Porque sacrifica espectáculo por ganar sin recibir daño alguno, en el mejor de los casos por la mínima diferencia y siempre a la expectativa de que sea el factor suerte o azar el que determine el resultado final.

Para reforzar esta consideración cabe advertir que hay cualquier cantidad de futbolistas que sin haber ganado grandes galardones, están considerados entre los mejores exponentes de todos los tiempos. Casos emblemáticos se tiene los del holandés Johan Cruyff, o los del uruguayo Enzo Francescoli, que pese a no haber ganado jamás una copa del mundo, están considerados entre los 10 futbolistas más sobresalientes de todos los tiempos. Otro tanto ocurre con el francés Michel Platini, o el legendario Ferenc Puskas de Hungría, reconocidos ambos, entre los más sobresalientes de todos los tiempos, por su extraordinaria calidad técnica, como por la letalidad de su juego siempre muy vertical o de encarar.

Me sirvo de estos ejemplos, aunque hay bastantes más del estilo que no triunfaron siquiera en sus respectivos equipos y son tenidos por geniales, para indicar que al momento de valorar la capacidad deportiva de un futbolista, no sólo cuentan las marcas en seco o las cantidades registradas. Siendo ejemplo de esto último, el caso del salvadoreño Jorge González Barillas, mejor conocido como el “Mágico González”, un jugador extremadamente habilidoso, que jugara en el Cádiz de España en los años 80’s, y que tenía un estilo de juego brutalmente vertical que superaba con creces lo que en su momento se hablara de personajes como Ronaldinho. Para que se hagan una idea, el Mágico era considerado por el propio Maradona como el mejor del mundo, en el momento mismo que el argentino era reconocido como el futbolista más brillante, con todo y que el carácter personal y la indisciplina de González le impidió traducir su capacidad en palmares o reconocimientos deportivos.

En ese sentido, no pocos consideran que ahí está el encanto de un deporte tan complejo como el fútbol, donde hasta los aspectos más insospechados guardan suma importancia. Aspectos que no necesariamente se relacionan con los números y justo en ello es que estriba la singularidad de Maradona. Porque su talento estaba por mucho, más allá de la destreza personal con la que se desempeñaba al momento de jugar en el terreno de juego. La cosa es que al margen de su extraordinaria habilidad para jugar con la pelota, Maradona era el tipo de jugador capaz de echarse, lo que se dice, el equipo al hombro.

No sólo tenía una técnica muy superior al resto de los jugadores de su tiempo, –técnica que ni hoy se ve–, sino que además tenía una inteligencia colectiva que superaba por mucho lo imaginable en cualquiera de sus capacidades personales para controlar el balón o hacer jueguitos con la pelota, que es por lo que muchos le recuerdan. Se trataba de un jugador capaz de hacer jugar un equipo modesto, al más alto nivel, como si de un gran equipo se tratara, algo que excepcionalmente pocos jugadores consiguen y de lo que queda probada constancia en los muchos títulos que conquistó siempre jugando para equipos modestos.

Tan complicado es, que a la fecha ni el propio Leonel Messi con una selección argentina plagada de estrellas que valen millones, ha conseguido emular lo hecho por Maradona a nivel de selecciones nacionales, ni que decir de su equipo, donde pese a tratarse del jugador más importante de los últimos 20 años, no hace gran diferencia que esté o no esté. ¿Por qué es entonces tan difícil hablar de Diego Armando Maradona sin desatar polémica? Supongo que porque significa hablar de un tipo con condiciones físicas y técnicas extraordinarias para jugar fútbol, cuya importancia no es muchas veces comprendida en su justa medida, por dos razones; primero, tuvo una vida personal desordenada y llena de excesos y altibajos; y segundo, fue un jugador que la mayor parte de su carrera la hizo jugando en equipos modestos, que sin su aporte difícilmente habrían sobresalido.

Pero es al mismo tiempo, referirse a un hombre cuya sensibilidad humana para conectar emocionalmente con las masas, le hizo tomar una notoriedad mediática pocas veces vista en un deportista, ya que trascendió el estricto ámbito de su competencia, situándole como figura mediática atemporal, y lo llevó a ser amado y detestado por igual. Tan amplio llegó a ser el alcance de su figura como referente público mundial, que el justo decir que ello contribuyó a magnificar por igual tanto sus logros como tropiezos.

Por eso es tan complicado hablar de su figura sin alimentar los desacuerdos, ni exaltar pasiones. Pero hablar de lo que fue para la historia mundial del último siglo, significa también hablar por igual, de los aspectos más positivos que un desempeño sobresaliente en el deporte de alto rendimiento puede ofrecer, como de los estragos que sobre una persona pueden generar la fama mal llevada y un ascenso social vertiginoso. Ello dota a su figura de una complejidad extraordinaria, que persistentemente nos recordó en distintos pasajes de su vida, la fragilidad de nuestra condición humana.

La figura de Maradona constituye un espejo muy consistente de nuestra sociedad contemporánea posmoderna tan hecho a las modas, donde la totalidad de sus contenidos se hallan sobrexpuestos mediáticamente, pero también, donde la ausencia de referentes sociales duraderos, producto de un cambio muy acelerado de los valores, como de la manera en la que pensamos el mundo, vuelve figuras de culto a personas que no dejan de ser especialmente vulnerables por las dificultades materiales entre las cuales se han debido abrir paso para salir adelante, en un mundo por definición extremadamente desigual.


Un tema particularmente castigado cuando se trata de figuras deportivas, porque el mundo de lo políticamente correcto, está acostumbrado a pensar en el deporte de alto rendimiento, como una arena libre de contradicciones sociales. En donde se busca dar la apariencia de que el deporte está más allá de los conflictos que nos caracterizan como sociedad; sin embargo la figura de Maradona hizo justo lo contrario, dejó al descubierto sobre de sí mismo, como sobre el mundo de injusticias que siempre denunció al hablar de la explotación comercial de su gremio e incluso atreverse a hablar de la política mundial, habiendo sido un hombre de extracción extremadamente humilde, con todas las carencias que ello implicaba, que ni en el deporte de alta competición deja el mundo de ser tan contradictorio e insuficiente en sus respuestas ante los problemas más humanos.

Se ha ido uno de los ídolos de mi infancia, porque para los de mi generación que nacimos entre el final de los 70’s y el inicio de los 80’s, difícilmente habrá otro futbolista, se diga lo que se diga, que logre siquiera igualarlo, ninguno ni del pasado ni del presente se le acerca siquiera en calidad y en talante propio. Se ha ido y se van con él mis ganas de poderle decir: Gracias viejo, gracias por todas las alegrías que nos diste no sólo a los argentinos, sino al mundo entero, por esa congruencia de nunca olvidarte de los que menos tenemos, de los siempre despreciados, de los olvidados por el sistema.


Gracias por siempre plantarle cara a los de arriba; te vas, pero se queda por siempre tu mito. Ya estarás ahora junto a Gardel, Evita y Perón, junto al propio Che Guevara cuyo rostro llevaras tatuado por años en el brazo, junto a Fidel que tanto admiraste. Siempre de izquierda, siempre contestatario, siempre tú mismo, el Cebollita, el Pelusa, el Pibe de Oro, el Diego de la gente, el de la manos de Dios, el del gol más extraordinario de todos los tiempos, llevándote solo a toda una selección nacional, a las 12 del día en pleno estadio Azteca, con el esfuerzo que puede ser correr con la altitud y la contaminación de la Ciudad de México. Adiós Barrilete Cósmico, haz vuelto al cielo del que una vez bajaste para hacernos soñar.

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