Ágora: A fuego lento
- Emanuel del Toro

- 28 mar 2022
- 5 Min. de lectura
Por Emanuel del Toro.

A fuego lento.
Cuando digas me importas, te amo, o incluso te quiero, no sean como la mayoría, que si las cosas no se dan tan de prisa como se han acostumbrado a que todo sea desde que lo que domina es la lógica de lo instantáneo y lo práctico, se van sin decir ni agua va. Las cosas importantes de la vida, las que realmente tienen el valor y/o la trascendencia que se atribuye al amor, a la amistad, a la familia, a la solidaridad, al compromiso social, a la lucha por la dignificación de lo humano, se hacen a fuego lento, muy muy lento. Que sí, que la vida es corta y que hay que pasar de página ahí donde la cosa no dé de más, de acuerdo. Pero no usemos ese ardid del tiempo, para ir por la vida sin comprometernos, usándonos y desechándonos.
Ah, por cierto, es imposible formar vínculos emocionales duraderos y/o estables, ahí donde ya de entrada no se confía en las personas que potencialmente nos importan, lo mismo da si se trata de amistades o una pareja. Eso de poner a prueba, quesque para ver si la persona es o no fiar, podrá resultar muy convincente y/o hasta conveniente en términos de estrategia, si lo que se busca es pasar el rato lo más cómodo posibles, sólo por estar, sin compromiso alguno, por la simple idea de cubrir carencias pasándolo bien, pero difícilmente va funcionar como razón de relaciones que verdaderamente saquen lo mejor de nosotros mismos.
Cuanto más pasa el tiempo y la vida misma, he terminado por entender que una de las razones fundamentales de por qué prefiero estar solo, o incluso, de por qué tengo tan pocos amigos –y prefiero que así sea–, se relaciona directamente con que me niego a ser tratado en lo humano, como es que se acostumbra hoy en día, que incluso lo íntimo, lo afectivo y/o emotivo, se toma como un agregado más del ego personal, asequible a la compra y venta, o al cuánto se tiene o beneficia tratar a alguien, con un añadido un tanto más sombrío como incierto, producto del utilitarismo mercante del libre comercio, si no se obtiene lo que se quiere de inmediato, se desecha a las personas cual si de un artículo viejo se tratara.
El problema es que no somos envases, somos contenido; repito, no somos envases, somos contenido; piensa bien antes de siquiera intentar alterar lo que cada uno guarda, porque una vez que lo haces, nada vuelve a ser igual. Que sí, que algo de cierto hay con que también lo que proyectamos cuenta, de acuerdo. Porque como solían decir más antes: de la vista nace el amor. Pero en cuestiones de afecto, amistad, amor o solidaridad, no todo puede ser reducido a lo que se proyecta, no al menos sin terminar pagando por ello un costo humano terrible.
Hay a quienes les gusta juntar envases por sentir que tienen más contenidos, llevándose a la boca de todo, poniendo la misma cuchara en distinto envase una y otra vez, sin darse cuenta que hagan lo que hagan por querer probar cuál les gusta más, a todos los terminan echando a perder. Si tienes delante de ti un contenido que te gusta pero no te convence, pasa y vete, pero al irte no regreses, porque eso de tener delante de ti un contenido mientras sigues mirando a todos lados por ver si algo mejor aparece, tarde que temprano terminará pudriéndolo todo.
Lento, muy muy lento se hicieron los libros que leemos, las obras de arte que admiramos en los museos o las piezas musicales de antología, lento, muy muy lento, se hicieron los platillos de la abuela que nadie olvida, las amistades de antaño, –esas que verdaderamente recuerdas aun pasados los años–, o los paisajes mismos de la naturaleza. Lento, muy muy lento se hace el buen café, los vinos más apreciados y los compromisos amorosos de ensueño, o el esfuerzo que fructífera en realizaciones duraderas. Nada que realmente vale la pena se hace al instante. Lo que es más, incluso aquello que en apariencia es resultado de hechos fortuitos, encierra tras de sí un esfuerzo monumental en creatividad y pericia.
Pero qué clase de contenidos nos han de habitar ahí donde lo que prevalece es la obsecuente búsqueda de satisfacciones inmediatas y al menor costo posible. No, ese no es el modo en el que quiero consumir mi paso por la vida, ni tampoco el modo en el quiero amar o ser amado. Y la verdad es que si está entre eso o quedarme solo, prefiero quedarme a mi propio paso, porque nunca se está realmente sólo cuando se tiene un sentido claro de quiénes somos y lo que queremos o estamos dispuestos a dar por llevar una vida acorde a lo que creemos y/o valoramos; me quiero mucho más de lo que jamás declararé públicamente, como para conformarme con menos que todo lo que ofrezco.
Donde puedas compartir paz mental, satisfacción sexual, equilibrio emocional y libertad intelectual, ahí es. Nunca he tenido todo a la vez, porque muchos dicen que buscarlo todo es avaricia, (mientras yo pienso que todo o nada es lo mínimo a lo que debiéramos aspirar); no tengo idea si alguna vez lo consiga, pero quizá algún día, si llego pacientemente a la chica indicada, –porque lo importante es siempre a fuego lento, muy muy lento–, ocurra más de lo que soy capaz de imaginar. O quizá, –y mejor aún–, me halle a una chica no indicada que de todos modos me haga quererlo todo con ella, sabré entonces que ahí es.
A todos nos gusta disfrutar los resultados, pero pocos o ninguno les gusta entrarle al esfuerzo y/o los sacrificios que las realizaciones más admiradas o codiciadas representan. Nos gusta la buena vida, pero no la exigencia en constancia, organización y disciplina que ello exige; y lo mismo aplica para lo personal que para lo colectivo o social. Antes resulta más fácil y/o cómodo envidiar, urdir intrigas, auto justificarnos o excusarnos, incluso señalar, difamar o infravalorar el valor o la audacia de otros que si tienen la valentía de perseguir sus sueños y de trabajar de forma lenta y/o constante para conseguirlos.
Mientras no comprendamos que todo lo que vale la pena implica esfuerzo, tiempo y dedicación, incluidas nuestras relaciones humanas, difícilmente estas resultaran todo lo satisfactorias o fructíferas que se piensa que podrían ser. Y aunque también es cierto que no es bueno asumir que todo tenga porque ser necesariamente razón de pasarlo mal o autoinmolarse para conseguir lo que valoramos, es difícil pensar que algo realmente duradero y con sentido humano, vaya resultar ahí donde se actúa con apremio, premura, descuido o desinterés.
Si tuviera que dar un consejo frente a todo lo que hasta aquí he comentado, sería: Que la soledad no te lleve nunca a elegir los brazos equivocados y/o a conformarte con menos de lo que mereces.

















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