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Vislumbres: Preludios de la Conquista

Por: Abelardo Ahumada


PRELUDIOS DE LA CONQUISTA

Capítulo 41



¿TLACOYUNQUE O LA BOCA DE SAN TELMO?


En el capítulo anterior se comentó que fue muy probablemente entre 1476 y 1477 cuando, luego de haberse enfrentado por primera ocasión el ejército de la Triple Alianza (Tenochtitlán, Tacuba y Texcoco) contra los matlazincas aliados de los michoaques, Tzitzicpandácuare decidió darles un revés a sus enemigos y, juntando a lo mejor de sus guerreros de la zona lacustre y de la Tierra Caliente, se dispuso en primera instancia a conquistar el bastión azteca de Zacatula y, en segunda, a someter todos los pueblos de la costa en dirección a Coliman, con el propósito final de avasallar también a los colimecas y a todos los demás pueblos que habitaban alrededor de los volcanes y de la zona lacustre también de lo que actualmente es el centro y el sur del estado de Jalisco. Tierras en las que habitaban entonces un gran número de pueblos tecos de habla náhuatl, viviendo no muy en paz y unidad que digamos, con otros más antiguos pobladores, cuyos idiomas e identidades ya iban, lamentablemente, pasando al olvido, y constituían en esas épocas una población minoritaria.


Se dijo asimismo que como el numeroso ejército tarasco tomó por sorpresa a los integrantes de la guarnición de Zacatula, éstos se rindieron casi sin pelear, por lo que, para salvar sus pellejos, el cacique y los demás señores de aquel pequeño “reino” (que por lo regular era uno de los muchos que pagaban tributo a México-Tenochtitlan) se vieron obligados a tener que cambiar de patrón, debiendo entregar, en lo sucesivo, sus tributos al “reino de Mechoacan”, consistentes en “maderas preciosas, polvo de oro, algodón y conchas”.


Al haber actuado con tanta celeridad y arrojo, Tzitzicpandácuare y sus aliados no sólo se vengaron de los aztecas que atacaron a los matlazincas, sino que se quedaron con un bastión de aquéllos y se abrieron una salida (que hasta entonces no habían tenido) al mar. Pero como no era ése todo su plan, con la misma, relativa rapidez, se encaminaron “costa arriba”, hacia el noroeste, con la intención de combatir y someter a todos los pueblos del rumbo, y de los que la mayoría eran también de ascendencia nahua.



Recorrido que, según Eduardo Ruiz, los llevó, en algún momento a una playa en donde muy cerca de la orilla había una roca gigante con un hueco a nivel del mar, en la que, ocasionalmente, al chocar las olas “con furor”, se producía “un horrísono” estruendo, nombrando a esa roca “Tlacoyunque”.


En relación a este accidente geográfico creo, sin embargo, que aun cuando estaba obrando de buena fe, el historiador michoacano se confundió, porque según un buen amigo me lo hizo notar, la famosa “Piedra de Tlacoyunque” sigue existiendo, pero no está en la costa michoacana sino en la costa guerrerense, en el municipio de Tecpan de Galeana, como quien va uno a medio camino entre Zihuatanejo y Acapulco, mientras que, en el municipio de Coahuayana, Michoacán, existe otro acantilado rocoso, en el que hasta hace muy poco (1995) se presentaba un fenómeno muy similar al que se describe, y que los lugareños y no pocos colimotes conocimos como el “Trueno de San Telmo”. Fenómeno natural que solía comenzar a escucharse cada año en mayo, cuando iniciaba la temporada de ciclones y empiezan a generarse marejadas más altas que el resto del año. Fenómeno que, de conformidad con testimonios de los lugareños, ya no se produjo con las marejadas de 1996, debido a que, según infieren, el terremoto del 9 de octubre de 1995, derrumbó una parte del techo de la cueva que ahí existía, y tapó, en consecuencia la oquedad en donde mediante el concurso de olas muy grandes, se producía dicho trueno.


Basta, por otra parte, seguir leyendo el relato de Ruiz, para darnos cuenta de cuál fue la ruta que los guerreros michoaques siguieron: “El ejército no detiene su marcha” somete a “los pueblos ocultos entre bosques sin fin de elevadas palmeras (de coquito de aceite o cayaco): Pómaro, Chinicuila, Huitontla, Cuire, Ostula, con sus ríos de arenas de oro, con sus montañas de filones de plata, con sus tierras cuyo subsuelo es de hierro nativo… Todo cae en poder de los purépecha, todo cede a su inmenso poderío… En un extenso litoral viene el agua del Océano a besar humildemente las áureas sandalias de Tzitzicpandácuare”. Ruta totalmente opuesta a la que lleva a Tecpan, y que se dirige, más bien hacia Coahuayana (o Tlacahuayanan, como le decían antes).


El asunto era, pues, que aprovechando las antiguas veredas que habían hollado “las siete tribus nahuatlacas” en sus respectivos recorridos entre Colima y Zacatula, los michoaques se dirigieron, en sentido inverso, desde Zacatula hacia Colima, sometiendo, esclavizando y sacrificando gente en todos los pequeños pueblos que menciona Ruiz, y que, pese a eso, ¡todavía existen!



MARCHA GUERRERA. –


Pero Ruiz, como dije, solía poner demasiado énfasis a no pocas de sus expresiones, como cuando afirmó que los tarascos avasallaron a todos gracias a su “inmenso poderío”; llegando al colmo de la exageración literaria al decir que las olas de mar fueron a “besar humildemente” los huaraches de oro del Cazonci. Y diciendo además:


“Cien caciques caen de rodillas a su presencia: el reino de Coliman queda sujeto a su dominación, y los soberbios volcanes son dos columnas más que sostienen el elevado cielo de Cuerápperi”. Divinidad que en el concepto purépecha era “la diosa madre”, o “la madre naturaleza”, pareja de Curícaveri, “el dios sol”.

Lo exagerado de estos textos les resta alguna credibilidad a los apuntes de Ruiz, pero no logran borrar el sustrato histórico que contienen. Ya que si no le podemos creer que “cien caciques” se rindieron y se arrodillaron ante Tzitzicpandácuare, porque sencillamente no hay ninguna noticia histórica y ninguna evidencia arqueológica de la existencia de tal número de pueblos en toda esa área, sí podemos creer que muy bien pudieron ser sometidos veinte o treinta pequeños caseríos que por entonces pudo haber en dicha ruta.


El otro asunto, sin embargo, es mucho más significativo, porque de conformidad con otros testimonios que expondré después, conquistar Coliman no les debió resultar nada fácil. Aparte de que el eventual dominio que hayan podido ejercer los michoaques sobre los pueblos que gobernaban “los señores de Coliman”, tampoco duró gran cosa que digamos. Máxime que, como el mismo Ruiz lo señala, después de conquistar Coliman, los guerreros michoaques dejaron la costa atrás y se dirigieron hacia la parte oriental del Volcán, y desde ahí hasta las inmediaciones del lago de Chapalac, para regresar, según esto, triunfantes, a celebrar en la capital tarasca:


“Le toca el turno a Zapotlan… De lo alto de sus templos caen hechos pedazos los ídolos groseros de aquellos pueblos, y en su lugar se yergue el victorioso disco del sol… El ejército penetra en los reinos de Jalisco y Tonalan… Grandes batallas se libran con tribus belicosas; mas tras repetidos reveses, los tlatoanis de aquellos señoríos se comprometen a pagar tributo a los soberanos de Tzintzúntzan…”


Quienes conocemos la ruta descrita (y yo creo conocerla casi toda) nos podemos dar cuenta de lo muy difícil y muy tardado que aun hoy podría resultar para que un pequeño grupo de personas pudiese realizar semejante recorrido a pie, así que, si nos ponemos a pensar que durante aquella época la gran caminata se realizó en plan de guerra, con los guerreros enfrentándose a grandes y muy contrastantes variaciones climáticas en cuestión de horas, así como atravesando por espacios sumamente inhóspitos, como el de la depresión del Balsas, o el de la zona súper montañosa que está entre Playa Azul y La Placita, Michoacán, sin encontrar bastimentos suficientes, muy bien podremos llegar a la conclusión de que, por más grande que fuera dicho ejército, no podía ir deshaciéndose de los elementos que se hubieran requerido para dejar una guarnición en cada lugar más o menos importante desde un punto de vista estratégico. Por lo que muy bien podremos inferir que aquella incursión fue, más bien, una marcha guerrera dedicada en buena medida al saqueo, y a la que forzosamente se iban incorporando los cautivos atrapados en cada pueblito, y que eran obligados a llevar sobre sus espaldas no nada más los fardos de los bastimentos sino de los productos de tan singular y deliberado saqueo.



DUDAS Y ACLARACIONES. –


Y todo esto que digo no crean los lectores que lo inventé, o que nada más me lo “saqué de la manga”, por lo que a quienes hayan tenido la calma de leer hasta aquí, y que casi con seguridad estarán dudando si habrá sido cierta o no la conquista de la que se habla, les quiero decir que aun cuando no hay fuentes documentales primarias que les pueda mostrar, ni testimonios orales que nos sirvan para verificar la historicidad de los hechos acabados de referir, sí hay, sin embargo, algunas fuentes documentales un tanto secundarias y tardías que nos permiten afirmar que sí lo fue, pese a que no aporten los nombres de los participantes ni las fechas de las acciones.


En este sentido, aun cuando “La Relación de Michoacán” no se refiera explícitamente al episodio bélico que en este momento estamos revisando, sí explica, hablando en lo general, cómo es que los purépecha y sus aliados solían actuar en este tipo de eventos.


En dicho libro, en efecto, hay dos capítulos que nos dan muestra y señal de lo que acabo de afirmar: el primero se titula “Cómo (los tarascos) destruían o combatían los pueblos”. Y está ilustrado con la “Lámina XXXII”. El segundo se titula “Cuando sometían alguna población a fuego y sangre”, y está ilustrado con la “Lámina XXXIII”.


En el primero se nos revela el dato de que una de las principales estrategias que tenían para realizar exitosamente sus guerras, era que, después de haber quemado y saqueado dos o tres pueblos para que entre los demás corriera noticias de lo sucedido, “mandaban por delante” a unos mensajeros suyos, primero para que los habitantes de los pueblos siguientes de la ruta fueran “abriendo un camino real muy ancho para la gente y los señores que iban de Mechuacan”. Exigiéndoles, además, que “la gente de todos los pueblos por donde” habrían de pasar, les sacaran “al camino mucha comida”. Ganándose así la posibilidad de que el Cazonci no ordenara el saqueo de su pueblo, y les perdonara en su caso la vida. Pero explica, igual, que a todos aquellos pueblos que se negaran a darles de comer, o a trabajar en la apertura y acondicionamiento del camino, los guerreros que iban en la avanzada les formaban una celada para someterlos y humillarlos: “Los delanteros (…) entraban en las casas y cautivaban todas las mujeres y muchachos y viejos y viejas y ponían fuego a las casas después de haber dado sacomano (saqueado) al pueblo”, tomando cientos y a veces miles de cautivos “Y (ASÍ) PONÍAN MIEDO GRANDE EN LOS ENEMIGOS”.


Frente a semejante estrategia nada nos cuesta creer que, cuando no lograron huir a esconderse a los montes, muchos de los habitantes de Pómaro, Chinicuila, Huitontla, Cuire, Ostula, Coacoman, Maquilic, Aliman y demás pueblos autóctonos de la región costeña (y más de tierra adentro), hayan corrido con similar suerte. Y que lo mismo pasó con quienes vivían en Tlacahuayanan, Alcozahui, Chamilan, Tzinacamitlan, Tecoman, Caxitlan y demás de nuestra región, aunque algunos otros, tal vez muchos, hayan logrado escapar escondiéndose en los muy espesos montes.



Complementariamente esa misma “Relación” explica que, como muchas veces no había otras cosas para comer, los tarascos solían apartar en cada pueblo “a los viejos, las viejas, los niños y los heridos” para sacrificarlos y comérselos allí mismo. Mientras que a los guerreros y los grandes señores que lograban capturar “se los llevaban hasta la ciudad de Mechuacan, donde los sacrificaban en los cúes de Curícaveri y Xaratanga”.


Y, en cuanto al producto del saqueo realizado, los informantes de fray Gerónimo de Alcalá le dijeron que el Cazonci tenía una especie de “guardas por todos los caminos y sendas” que sus propios guerreros eventualmente podrían seguir, y cuyo encargo era “quitarles todo el oro, la plata, los plumajes ricos y las piedras preciosas que habían tomado en el saco (saqueo)”, o de los que habían despojado a los cautivos, “dejándoles que (únicamente se) llevaran las mantas, el cobre y alhajas” de poco valor, porque todo lo demás, de “joyas, oro, plata y plumajes era llevado al Cazonci”. Quien, posteriormente, les devolvería ciertas “mercedes” y favores a cambio del esfuerzo realizado.


Este testimonio, por más importante y cercano que haya podido ser, no es, sin embargo, suficiente para probar la historicidad de la “entrada” que presuntamente hizo el ejército michoaque desde Zacatula a Colima; ni desde Colima hasta Zapotlan o desde Zapotlan hasta Tonalan. Pero afortunadamente hubo varios otros más que, aun siendo más escuetos, sumados nos permiten afirmar que no sólo esa “entrada” fue cierta, sino que varios años después, ya en tiempos de Moctezuma Xocoyótzin, hubo otra, encabezada esa ocasión por el Cazonci Zuangua, y que dio pie para que algunos antiguos historiadores de nuestra región comenzaran a hablar de una tal “Guerra del Salitre” y del famosísimo “Rey de Coliman”. Como tendremos oportunidad de ver un poquito más adelante.



PIES DE FOTO. –


1.- Paisaje típico de “la Tierra Caliente” y de la “depresión del Balsas”.


2.- En esa misma región se halla, desde 1964, “la Presa del Infiernillo”. Y no por nada debieron ponerle ese nombre. Foto tomada por la Webcams de México.


3.- Eduardo Ruiz marcó la ruta seguida cuando anotó que los tarascos pasaron por “Pómaro, Chinicuila, Huitontla, Cuire, Ostula” y otros “pueblos ocultos entre bosques (…) de elevadas palmeras”.


4.- En el mapa que les anexo se puede seguir la totalidad del recorrido que los tarascos efectuaron durante su “marcha guerrera” de 1476 y (probablemente) un poco de 1477.

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