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Un capítulo de piratas

Por Abelardo Ahumada.

UN CAPÍTULO DE PIRATAS


PIRATAS, CORSARIOS, BUCANEROS Y… PICHILINGUES. –


Al iniciar el ciclo escolar 1966-1967 el doctor Nicasio Cruz Carbajal, famoso médico villalvarense, y su señora esposa Elsa Schulte Vogel de Cruz, nos acogieron muy amablemente, a mi hermano Hernán y a mí, por tres meses en su casa.


Nuestra familia y la suya habían sido vecinas durante varios años, y sus tres primeros hijos, Germán, Patricia y Nicasio, coincidían en edades con las de mis dos hermanos menores y la mía, por lo que nos hicimos grandes amigos desde pequeños.


“Don Cacho”, como sus pacientes y la gente de La Villa le decían de cariño, era un individuo muy atento y bien educado que siempre andaba de buen humor, al que yo le tenía una especial admiración porque era la única persona de mi pueblo al que veía leer gruesos libros. Mismos que guardaba en un bien construido librero de maderas finas con puertas de fajilla y vidrio, y que solía cerrar con llave para evitar que cualquiera de sus hijos, o nosotros, que nos pasábamos casi todas las tardes jugando con sus hijos, se los pudiéramos dañar. Libros entre los que, ¡oh maravilla para mí!, estaban las colecciones completas de las novelas de Julio Verne y Emilio Salgari.


El doctor ya se había dado cuenta que a mí me gustaba leer y de cuando en cuando me prestaba algunos libros ilustrados de cuentos para niños que también tenía. Pero durante esos tres meses, estando yo ya en primero de secundaria, me hizo el gentil favor de darme acceso a libre a dichas colecciones y, como para entonces ya había leído “La vuelta al mundo en 80 días” y “Cinco semanas en globo”, de Verne, que me prestó Marco Antonio Zamora López, mi querido amigo y compañero de la escuela primaria José María Morelos, en Villa de Álvarez, enfoqué la mirada en los libros del autor italiano.


Atraído por los títulos que veía en sus lomos, y por las coloridas y sugerentes ilustraciones con que estaban provistas sus carátulas, decidí leer algunos de ellos y, después de haber disfrutado “Las extraordinarias aventuras de Cabeza de Piedra”, me piqué con su narrativa y continué con la saga de “Los Tigres de Mompracem”, encabezados por el famosísimo Sandokan; luego con la de los “Los Piratas de Malasia”, y enseguida la de “Los Piratas del Caribe” y “El Corsario Negro”, en donde aparecen por doquier los nombres que vienen en el primer subtítulo de este trabajo, menos el de “Los Pichilingues” que, relacionados asimismo con piratas, aparecen en algunos de los documentos elaborados en Colima durante la primera veintena del siglo XVII.


Sorprendido por ese dato, y enterado de que hay un rincón de Baja California Sur, en el que estuve alguna vez, de pasadita, que se llama “Pichilingue”, y otro por de la carretera que va desde Tecomán, Col., hasta Acapulco, Gro., que se llama “Pichilinguillos”, no me quedó más que formular la siguiente pregunta: ¿Tienen algo que ver entre sí esos tres términos?


Mis indagaciones para responderla me llevaron, en primer término, al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, advirtiendo que el sustantivo pichilingue lo manejan como sinónimo de corsario, pirata y / o filibustero, pero sin definir si este vocativo era de usanza general o un simple regionalismo del occidente de la Nueva España. Dato por el cual expongo la posibilidad de que haya sido aplicado exclusivamente a los piratas de origen holandés, para diferenciarlos de los filibusteros ingleses, o algo por el estilo.


Más allá, sin embargo, de todas estas averiguaciones, el hecho fue que en “agosto de 1615 ya corría por toda la Nueva España la noticia” de que una poderosa armada de barcos piratas holandeses había irrumpido “en las costas sudamericanas”, en donde, tras de haber saqueado algunos “puertos de Chile y Perú”, había tomado colonos “españoles como rehenes”, para pedir rescate por ellos.


El pirata que encabezaba aquella temible flota era el “Dutch Admiral Joris van Speilbergen”, quien acabó siendo conocido acá simplemente como Jorge Spilberg. Un hombre que, como varios otros de su época y calaña, traía consigo la famosísima “patente de corso” (o permiso para piratear) que les habían dado el Rey o la Reina de sus respectivos países.


La mencionada noticia alertó a las autoridades de los pequeños y casi deshabitados puertos que había entonces entre Oaxaca y Colima, pero como ninguno tenía suficientes armas y fuerzas con las que pudieran topar, lo más probable era que sus habitantes y sus guardianes tuvieran que huir sin hacerles frente, o negociar con ellos, como terminó siendo en Acapulco a mediados de octubre de aquel año, cuando, habiendo entrado la flota a la gran bahía, el “Dutch Admiral” envió algunos emisarios en una lancha ofreciéndole a las autoridades locales algunos de los rehenes que llevaba a cambio de víveres y agua. Requisición o propuesta a la que los militares encargados de la vigilancia no se pudieron negar.


Al término del intercambio, sin embargo, y en cuanto la flota se enfiló hacia la bocana de la bahía, esos mismos militares enviaron mensajeros costa arriba, para advertir a puesto de vigilancia más cercano que los piratas habían tomado esa dirección.


Y digo esto porque desde tiempo atrás las autoridades virreinales habían ordenado la instalación de varios puestos de vigilancia a lo largo de la costa, de tal manera que cuando los enviados de Acapulco llegaron al primer puesto les transmitieron la información que llevaban, y luego sus responsables enviaron sus correos a caballo al segundo y así sucesivamente, para que en todos los siguientes puertos sus habitantes y sus vigilantes estuviesen prevenidos.


Habiendo sido así como, en los primeros días de noviembre, la población que residía en toda la Provincia de Colima se convulsionó, porque aparte de que “Los Pichilingues” traían cinco navíos piratas, fuertemente armados, se dirigían hacia los puertos de Salagua y Navidad con el propósito de interceptar y asaltar el Galeón de las Filipinas que, como era usual en aquellos tiempos, no tardaría en llegar de su viaje anual.



La convulsión de produjo porque la gente de la Villa de Colima y otros pueblos aprovechaba el arribo de dicho galeón para obtener algunos recursos, llevá0ndoles a vender a sus dueños, o a sus administradores, marinos y pasajeros, desde frutas y verduras frescas, hasta quesos, gallinas, cerdos e inclusive vacas, y porque se vieron ante la eventualidad de no poder hacer su negocio ese año.


Para “completar el cuadro” un segundo correo llegó con la notificación de que el 26 de octubre anterior la mencionada flota había interceptado “frente a las costas de Zacatula, un barco cargado de perlas y pescado, de la Compañía Pesquera de Tomás de Cardona, que de las Californias volvía al puerto de Acapulco” y que, cuando su capitán, Nicolás Cardona, se vio cercado por los cinco barcos iniciales que los piratas traían, había intentado dar vuelta con la intención de hacer encallar el suyo para que no se lo llevaran, pero no pudo hacerlo porque, viéndose rodeado por cinco lanchas enemigas copadas de mosqueteros que empezaron a dispararles, decidió escapar con parte de su gente hacia la costa, para proteger sus vidas y evitar ser capturados.


Esa zona de la costa estaba, sin embargo, llena de escollos que les impidieron el paso a las lanchas y, habiendo chocado con algunas con aquellas filosas piedras, se rompieron o zozobraron, propiciando que quienes finalmente lograron llegar a la playa, lo hicieron heridos o llenos de golpes.


Más tarde, dejando allí a los que no podían caminar, el capitán conminó al resto para irse por tierra hacia Salagua, en tanto que, yendo por mar, la flota de Spilberg se dirigía también hacia allá, llevándose como botín al barco español, y como rehenes a los integrantes del personal que había permanecido a bordo.



PREPARATIVOS PARA LA DEFENSA. –


Todas esas noticias conmocionaron, como dije, a la población de la Villa de Colima y sus pueblos aledaños, pero no sólo porque suponían que no iban a poder hacer negocio esa vez, sino porque todos los hombres que estaban en condición de llevar un arma estaban obligados a participar en la defensa del puerto de Salagua, y sabían muy bien lo que les podría esperar en caso de tener que pelear con Los Pichilingues.


Coincidentemente, sin embargo, cabe precisar que por esos mismos días estaba en la Villa de Colima el afamado capitán Sebastián Vizcaíno, quien, habiendo vuelto de un viaje de exploración al Japón, a donde el año anterior lo había enviado el virrey don Antonio de Velasco, decidió reposar en la mencionada población.

De manera que cuando el Alcalde Mayor, Rodrigo de Ibarra, recibió al mensajero procedente de Maquilí, acudió con Vizcaíno para enterarlo de los hechos referidos.


De conformidad con las fuentes que registran el acontecimiento, todo parece indicar que Vizcaíno era un hombre de acción, y que, rápido, puesto de acuerdo con el alcalde, mandaron pregonar una reunión urgente de todos los varones que residían en la dicha villa, los pueblos, los ranchos y los trapiches de los alrededores, para organizar la defensa de Salagua, seleccionando a los que estaban en mejores condiciones para ir a pelear. Con quienes integró un buen batallón con más de 150 lanceros y fusileros. Mismos que, habiendo quedado bajo su mando, partieron hacia Salagua en la madrugada del domingo 8 de noviembre.


No precisa el documento por dónde fue que emprendieron la marcha, pero como hay algunos croquis posteriores que dibujan la ruta sobre papel, infiero que tomaron la vereda que hacía las veces de “vía corta”, diríamos, para viajar entre la Villa de Colima y Salagua y, luego de atravesar lo que hoy es el municipio de Coquimatlán, por los rumbos de La Esperanza, Cruz de Piedra, Pueblo Juárez y el Cerro de la Media Luna, atravesaron en algún punto la sierra para salir, poco más o menos, por el arroyo que ahora se llama de Las Adjuntas, hasta donde está la pequeña población de La Floreña (a unos dos kilómetros antes de El Colomo), en donde preveían que tendrían que pasar los pocos hombres que iban acompañando al capitán Cardona.


Su cálculo fue certero, porque al poco tiempo de llegar los de Colima al sitio, arribaron el capitán y los marineros del barco robado y, yéndose ya juntos y contentos por haber incrementado su número, se apresuraron para llegar a Salagua, de ser posible antes que los piratas, quienes, por carecer de motores viajaban a la velocidad que se los permitía el viento, durando, desde Zacatula hasta Salagua, alrededor de 10 días.


Así, pues, cuando el alcalde Ibarra y los dos capitanes se aproximaron a la desembocadura del arroyo de Salagua tomaron la previsión quedarse ocultos y no dejarse ver por los piratas, en caso de que ya estuvieran allí. Luego enviaron a tres de los suyos para que, escondiéndose entre la maleza, se acercaran a la playa para conocer cuál era la situación y éstos, después de explorar, les informaron que los piratas no habían llegado aún. Por lo que Vizcaíno y los otros dos jefes tomaron la decisión de ubicar sus hombres de a pie no muy lejos de la playa y en ambos lados del arroyo, dejando a la caballería un poco más lejos, bajo el supuesto de que la gente de Spilberg tendría que bajar de sus barcos para trasladarse hasta allá con el fin de proveerse de agua fresca, frutas, algo de cacería y pasto para los caballos que sin duda llevaban consigo.


UNA EMBOSCADA PARA LOS PIRATAS. –


En las notas que sobre ese caso redactó el capitán Cardona dice que “al cabo de doce días” a partir de que su barco les fue arrebatado en la áspera costa de Zacatula, la flota holandesa “llegó a tomar refresco a Salagua”, pero que, actuando con precaución no bajó nadie aquel martes 10, sino hasta la mañana del miércoles 11.


Las notas siguen diciendo que, para no delatarse con la emisión de algunos posibles relinchos, los elementos de la caballería habían quedado un poco más lejos, pero a distancia suficiente para que, oyendo los primeros tiros de los mosquetes se apresuraran a llegar hasta donde estaba la infantería.


En algún momento después del amanecer, los piratas comenzaros a bajar varias lanchas y, al rato, en ellas, unos 200 mosqueteros y marineros llevando barriles remaron hasta la orilla arenosa, donde el arroyo estaba muy extendido y carecía de fondo, viéndose en la necesidad de introducirse cosa de 150 varas o más, entre la selva, hasta donde la profundidad del agua les permitiera llenar sus recipientes.


Y mientras que todo esto hacían, los defensores de Colima los estaban acechando en la espesura, listos para dispararles en cuanto se pusieran a tiro.


Pero los extranjeros corrieron con buena suerte porque la pólvora que utilizaban los milicianos de Colima se había humedecido durante las dos noches anteriores y no todos pudieron disparar. Pero como quiera que fuese, sus disparos causaron un gran descontrol entre los holandeses, y habiéndose escuchado el galope y los gritos de la gente de caballo que se aproximaba, los pichilingues salieron corriendo por el cauce del arroyo hacia la playa, sin poder evitar, sin embargo, que los disparos de los primeros y los machetazos de los segundos les causaran algunas bajas.


Desde antes que los corredores rubios llegaran a la playa, sus compañeros de los barcos ya tenían listos los cañones para disparar en contra de sus todavía invisibles perseguidores, pero en cuanto vieron que los marinos holandeses corrían desaforados hacia las lanchas, los cañoneros de los barcos lanzaron sus primeras balas hacia la espesura para amedrentar a los defensores del puerto y evitar que les mataran más gente.


Otras notas del Capitán Vizcaíno corroboran lo dicho por su colega Cardona y agregan que, ya que los barcos partieron hacia la bahía inmediata sin haber conseguido el anhelado “refresco”, hallaron a tres rubios belgas que no habían logrado escapar y se los llevaron presos, primero a Colima y luego los enviaron con otra comitiva directamente hasta México.


Ya muy cerca del año 2000, nuestro hoy ya desaparecido amigo, Juan Carlos Reyes Garza, se encontró en el Real Archivo de Indias de Sevilla, algunos gruesos legajos, entre los que pudo leer los testimonios de 33 individuos que ocuparon cargos de gobierno a principios del siglo XVII, y entre los que, varios de ellos, en las declaraciones que por orden real les fueron requeridas en 1622, informaron que habían participado en la defensa de Salagua en contra de Los Pichilingues, junto con el afamado Sebastián Vizcaíno, ya reconocido entonces como un gran explorador de las costas de la Alta California.


El resumen de todos esos interrogatorios aparece en el libro “Por mandado de su Majestad. Inventarios de Bienes de Autoridades de Colima, 1622”, que la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado le publicó en el año 2000 al referido investigador. Y si los lectores quieren saber más datos al respecto, los invito a leer la segunda edición del mío, que se titula “El Ataque de los Pichilingues. Y que sigue a la venta.



Pies de fotos. –


1.- Justo en esta playa de la hermosa Bahía de Manzanillo estuvieron en varias ocasiones piratas de diferentes nacionalidades.


2.- Manzanillo está en este preciso momento lleno de turistas. ¿Cuántos de ellos podrían imaginar que en esta zona hubo corsarios, piratas y bucaneros en busca de barcos cargados de mercaderías?


3.- Este es hoy, poco más o menos, el sitio en donde se desarrolló el combate que se describe en este capítulo.


4.- Joris Van Spilbergen era el pirata holandés que intentó desembarcar con su gente en Salagua.


5.- He aquí la imagen el valiente capitán español Sebastián Vizcaíno, que encabezó la defensa del puerto en contra de Los Pichilingues.




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