La elección del Poder Judicial. Una transformación que lo deja todo igual
- Emanuel del Toro

- 9 jun
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La elección del Poder Judicial. Una transformación que lo deja todo igual.
Por Emanuel del Toro.
Hasta dónde es que realmente importa lo que decimos que nos importa, si vivimos de dientes para afuera, apenas si lo necesario para vernos replicar lo que antes echamos en cara a otros. Porque eso es justo lo que Morena y su ramplona 4T hace; criticar y/o señalar a diestra y siniestra excesos del pasado, al tiempo que se hace de la vista gorda con los excesos cometidos por sus propios integrantes.
En tales condiciones, –de persistente contradicción entre lo que se ha predicado por años, y lo que finalmente se ha terminado ejerciendo al hacerse con el control gubernamental–, es difícil no terminar pensando que los más vergonzosos de sus adversarios, tengan razón, a muchos de los que hoy se dicen disruptivos y/o comprometidos con un cambio social profundo, no les anima la genuina solidaridad para con quienes peor lo pasan, sino la más llana y visceral de las envidias.
Sólo así se entiende que al tiempo que pregonan transformaciones francamente infructuosas, –por la pobreza de sus resultados, como por lo oneroso de sus consecuencias institucionales–, sus líderes y/o cuadros políticos más importantes, viven al margen de los cambios que pregonan, cometiendo toda clase de excesos y/o hinchándose los bolsillos a placer, sólo para verso repetir lo que durante décadas reprocharon a sus adversarios más acérrimos. Por eso y no otro motivo, es que su proceder deja tan mal sabor de boca.
Pero si la perene contradicción entre discurso y praxis que exhibe la actual administración federal, resulta por demás indigesta, mayor suspicacia y/o preocupación despiertan las consecuencias institucionales que su proceder seudo reformista promete desencadenar. Para nadie es un secreto que la procuración de la justicia en México, es lo que sigue de ineficiente o tardada, por no hablar del mayor de nuestros problemas al respecto: la aplicación diferenciada de la ley y/o con multas de beneficio particularista que históricamente nos ha caracterizado.
Porque en México la justicia siempre ha dependido del poder económico y/o político que se tiene; lo que termina favoreciendo toda una serie de distorsiones o desequilibrios, con serias consecuencias sobre las condiciones de vida de millones, siendo especialmente severas, cuanto menos se tiene. Porque en este país, la pobreza material se traduce simultáneamente en pobreza política y pobreza legal. Realidad que termina lastimando severamente la credibilidad de las instituciones a cuyo cargo corre el mantenimiento de la legalidad.
El poder… –escribió alguna vez Maquiavelo–, se sostiene mejor cuando las personas creen que han elegido lo que en realidad les ha sido impuesto; eso y no otra cosa es lo que ocurrió el domingo pasado con la primera elección para la conformación de un nuevo Poder Judicial. Un ejercicio por demás improductivo, como terriblemente caro e innecesario, y cuyo resultado en crudo, más allá de cualquier otra consideración respecto al muy escaso interés que despertó en el potencial electorado, ha sido la conformación de un Poder Judicial deliberadamente partidizado, cuya conformación habrá de dejar sin efecto la necesaria independencia del mismo. Porque no ha servido para otra cosa que dejar tras de sí, un Poder Judicial a modo con los intereses de un gobierno al que, si bien en teoría tendría que contraponerse, para garantizar un sano equilibrio de poder y evitar con una excesiva concentración del poder en manos del Ejecutivo, de aquí en más, promete dejar sin efecto cualquier atisbo de independencia.
Vendido por el régimen como un ejercicio democrático, la reciente elección del Poder Judicial, ha sido cualquier cosa, menos un genuino ejercicio de voluntad ciudadana. Con 99,9 millones de potenciales potenciales, que cerca de 90 millones de ciudadanos decidieron no votar, deja en clara la magnitud del fracaso. Poco o nada importa para el gobierno en turno, la premura y/o las numerosas falencias que el proceso conjugó. La elección se llevó a cabo, con la certeza de quien ya conoce de antemano los resultados que obtendrá, tal y como ocurriera en los tiempos más oscuros del viejo régimen de partido hegemónico priista, el que se votara o no, siempre ganaban los candidatos oficialistas.
Para el caso, la cuestión es que ahora como antaño, las recientes elecciones sólo han servido para legitimar públicamente la conformación de un poder político con tintes meta constitucionales. En ese sentido, habrá que decir que un poder de tal magnitud, sin la más mínima posibilidad de ser cuestionado, es por definición un poder que tiende al despotismo; lo visto el domingo pasado, es llanamente el resurgimiento y/o consolidación de un Ejecutivo todopoderoso, a la usanza de la presidencia imperial priista que prevaleció durante la mayor parte del siglo XX, incapaz de ser contrapuesto o siquiera cuestionado.
Pero ello es lo de menos, tanto para el gobierno como para sus aplaudidores críticos, lo importante era cumplir con el requisito de celebrar una elección, aunque la misma se encontrará viciada de origen, tanto por la premura con la que se organizó, como por los múltiples vicios estructurales que acusó. Porque acudir a elegir jueces, ahí donde se lo hace sin mucha idea de quiénes son, o por qué es que aparecen, y encima tener porque elegir cuando no se tiene ni siquiera una idea clara de las implicaciones institucionales que tal selección tendrá, resulta por definición una elección a ciegas.
Si a ello se suman las Múltiples denuncias públicas que muchos hicieron, en el sentido de que el propio gobierno federal intento influir en la elección haciendo difundir acordeones para asegurar que quienes llegaran, fueran del agrado del Ejecutivo, tenemos la fórmula perfecta para un ejercicio, que más que una realidad genuinamente democrática, terminó siendo una vil y llana modificación.
Lo que no quita de decir, que aún si todos los escollos que aquí se repasan de manera superficial, no estuvieran presentes, quedaría por reconocer que la mayoría de las insuficiencias que caracterizan nuestra procuración de la justicia se sitúan en la esfera de las fiscalías y no tanto en la esfera de los jueces o magistrados. Así las cosas, es difícil no terminar pensando en lo más evidente: el actual régimen de Morena, cambia y/o se “transforma”, pero para quedar igual que toda la vida, –o incluso peor–, pero un gasto exorbitante, que sólo maquilla con un halo de legitimidad social, un resultado de antemano conocido. Porque así hubiera votado una sola persona, con esa sola persona habría bastado para declarar la elección el éxito rutilante que hasta ahora ha pregonado por todo lo alto el gobierno; menudo despropósito, hacer como que cambiamos para quedar como siempre.

















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