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En palabras Llanes: Impotencia


Por Alberto Llanes.

Impotencia


Impotencia es lo que sentimos en la ciudad de Saltadilla, dirigida por un grupo de chicas súper poderosas que, creadas de azúcar, flores y muchos sabores conducen los destinos de toda una población con resultados que… bueno, están a la vista.


Hace unos días, la Guardia Nacional violentó a Eme. No quería escribir sobre esto, pero es justo que se conozca su caso. Fue días antes de conmemorar el día de la mujer. Resulta que uno de esos días y por culpa del maldito/bendito checador, la situación en casa se nos complicó. Por lo que tuve quedarme con el coche para, saliendo de mi taller «que no me pagan, por cierto», pasar a recoger al niño con los papás de Eme, cerca de la universidad y, de ahí, irnos a la casa para que se metiera a bañar y tener todo listo para el día siguiente, de escuela; Eme, entonces, tuvo que irse caminando de nuestra casa a su trabajo. Es un tramo, digamos que, relativamente corto, pero es con el tremendo calor de las cuatro de la tarde de Colima, porque ella tiene que ir a checar a eso de las cinco y fue a la casa a cambiarse, comer algo de rápido y regresar a la oficina.


Yo, en pleno taller, ocupado en mis menesteres culturales, literarios, de autores y autoras e historias, a esas horas no contesto llamadas, ni mensajes, ni nada, porque estoy ocupado en clases, en dos horas de sesión.


Eme, como ya lo dije, se fue caminando y ahí, por la Maclovio Herrera, a la altura de la bodeguita Aurrerá, antes tiendas Blanco, ¡zas!, dice ella que vio pasar una escolta de esas y ella siguió caminando. Sin embargo, al llegar al Santander, en la acera de enfrente por la Balbino Dávalos, le dieron alcance; o sea, quiero suponer yo, se dieron la vuelta «seguramente valiéndoles madre/padre los señalamientos viales» y se bajó un tipo, arma en mano, muy gritón, a empezar a violentarla, a decirle «que qué traía, que qué traía y qué traía porque era sospechosa y que, con su actitud, solitita se hacía del delito, que la iban a revisar, que pusiera sus pertenencias en tal lado, que le permitiera su teléfono celular porque la iban a revisar de cabo a rabo».


Mi mujer no se sabe dejar y, aunque en ese momento quería llorar de rabia, de coraje, de impotencia en esta ciudad de Saltadilla, no se dejó y sacó fuerzas de quién sabe dónde y no se les puso al brinco, pero sí empezó a defenderse, diciendo que por qué era sospechosa, que de qué era sospechosa y que cuál actitud, si apenas el fulanito ese y ella habían intercambiado un par de palabras y las palabras de él eran puros gritos.


Para esto debo decir que Eme iba ataviada con un vestido «ese día, y para variar, tenía un evento en el museo», pero llevaba también una gorra «para medio bloquear la intensidad de los rayos del sol y con unos anteojos también para el sol». Según el soldadito de plomo este, que, también hay que decirlo, la tenían rodeada tres sujetos y una mujer que ella no decía nada y que, con su mirada, quería solidarizarse con ella por el trato que le estaba dando este tipo, «pero supongo que no tendría el rango, porque dice Eme que nada más la veía, nada decía, agachaba la mirada y la volvía a ver»; en tanto Eme trataba de que le explicaran el por qué, cuál era el motivo o por qué decía, el soldadito de plomo, que solita se estaba haciendo del delito. El soldadito le dijo que por su actitud. Y de ahí no lo sacaban.


Yo, ajeno a todo esto, seguramente cuando ella estaba viviendo este atropello, estaba leyendo poesía en la universidad, en la Facultad de Enfermería donde doy mi taller de escritura creativa. Total, a mi mujer la despojaron de sus pertenencias, le esculcaron su bolsa «antes no le sembraron nada que la inculpara, porque uno ya no sabe» y, la chica soldado no la cateó de arriba, hasta eso. Le preguntaron mil veces que dónde trabajaba, que adónde iba, Eme mil veces respondió que iba a su trabajo, que si quería la podían escoltar, que trabajaba en el Museo Regional, que justo iba para allá, que le estaban quitando el tiempo porque tenía que ir a checar, y cuando Eme les dijo, soy una empleada federal como ustedes y enseñó sus tarjetas, bueno, mejor dicho, ya que esta gente le quitó sus pertenencias y esculcó en ellas, se dieron cuenta de que era verdad.


Eme les dijo que era comunicóloga, el tipo furioso le pidió una credencial que la acreditara como tal, pero Eme no tiene una credencial que la acredite como comunicóloga, pero sí lo es, así que le explicó que no, que no tenía, el tipo se la pidió mil veces y Eme mil veces le dijo que no tenía esa credencial. El fulano le dijo entonces que NO era, y lo pongo en mayúscula porque siempre se la pasó gritando.


Yo seguía declamando a Pablo Neruda, a Víctor Cárdenas, haciendo ejercicios de escritura creativa, leyendo el trabajo de los chicos y chicas que terminaran y lo quisieran leer en voz alta. Y Eme, en otro punto de la ciudad estaba siendo víctima de este atropello, de esta tropelia. No sé en qué estuvo que la dejaron en paz, claro, se dio cuenta de que le robaron 600 pesos y la dejaron ir… La gente que pasaba por ahí no intervino, no dijo nada, y los puedo entender, pero no justificar, en fin.


Al rato me mandó un mensaje, diciéndome grosso modo esto, lo vi poco tarde, le contesté el whats, le marqué, me dijo que al rato me contaba, que fuera por ella a las nueve de la noche «hora en la que sale de los eventos, sin que le paguen tiempo u horas extra, por cierto». Eso hice, dejé al pequeño dormido, fui por ella, me explicó todo, le di un abrazo y sufrí su misma impotencia y me puse a pensar en mil cosas… una de ellas fue… ¿qué hubiera pasado si me la desaparecen? Uno ya no se siente seguro y, desde aquí, hago un llamado a las autoridades, competentes/incompetentes de la ciudad de Saltadilla a que tomen cartas en este asunto, no pueden seguir pasando estas cosas, si uno se identifica como es debido, deben dejarlo en paz, es más, ni siquiera deberíamos ser víctimas de este trato por el mero sospechosismo, que se nos enjuicie, se nos grite, se nos esculque de esta manera, se nos trate así, se nos rodee e intimide sólo por caminar con gorra y lentes. A final de cuentas todos estamos hechos de la misma esencia, todos somos humanos y tenemos familiares que nos esperan de regreso en casa.


Repito, uno ya no se siente seguro caminando por las calles de nuestra Colima, de nuestra ciudad, de nuestro entorno, ¿tenemos que cuidarnos de los maleantes y también ahora de los que tienen el deber, la obligación de vigilar por nuestra seguridad e integridad? En qué momento se echó a perder todo esto… en fin.

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