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Café exprés: Gambito de dama

Por: Arberto Llanes

Gambito de dama


Había postergado la escritura de esta columna por diversas razones. Hace algunos meses vi la serie televisiva y, podría casi casi jurarlo ante la Biblia y con la mano derecha en posición… de que no es necesario ser un experto en el juego de la tabla de Flandes como la describió hacia 1990 el escritor español Arturo Pérez-Reverte, haciendo referencia al ajedrez; el ajedrez y el arte como temas principales de aquella novela del afamado autor.


Así que, sin ser precisamente expertos en el tema del ajedrez, la serie de televisión es gratamente disfrutable en todos los sentidos, la fotografía es maravillosa (porque echan mano del recurso del número o sección áureos), donde el número o sección áureos representa, en alguna composición, la relación y/o proporción entre dos segmentos de una recta; es decir, una construcción geométrica. Y, en Gambito de dama, esto no solamente se nota en la fotografía, sino, incluso en la escritura de la historia misma, en el diseño del vestuario, la ambientación, la proporción que existe en el trazo de las cámaras al momento de grabar la serie etcétera. Sin mencionar las maravillosas actuaciones de cada uno de los personajes que hacen acto de presencia en escena.


Gambito de dama es una apertura básica del ajedrez (para los iniciados) que permite o trata de controlar el centro del tablero que, si bien no es uno de los objetivos del dichoso juego, sí es importante tener, desde el arranque de la partida, controlada esta zona para ir avanzando y darle jaque mate al rey.


Tengo entendido que ninguno de los actores/actrices que participación en la miniserie sabía mucho o a profundis del juego del tablero; el ajedrez es un deporte mental surgido en Europa durante el siglo XV como evolución del juego Shatranj que a su vez surgió de la evolución de un juego mucho más antiguo conocido como Chaturanga. Ha tenido muchos campeones reconocidos a nivel mundial, yo, particularmente recuerdo a Garri Kasparov (sí, un ruso) que fuera campeón desde 1985 hasta el año 2000 (y quien seguramente ha disfrutado mucho de este serial televisivo, digo y creo yo). A Kasparov lo derrotó Vladímir Krámnik, otro ruso. Los rusos han dominado el famoso juego.


En la serie (que no les quiero spoilear) se menciona a un Capablanca, José Raúl Capablanca, un ajedrecista español-cubano que era apodado el Mozart del ajedrez y que fue campeón de 1921 a 1927. Capablanca nació en 1888 en La Habana, Cuba, en aquel año Cuba pertenecía al imperio español. Capablanca, junto a Ramón Fronst y Alfredo de Oro pertenecen o forman parte de las figuras más importantes del deporte cubano (Ramón Fronst en esgrima y Alfredo de Oro en billar).


Capablanca, Kasparov y la protagonista de la serie Beth Harmon (personaje actuado de manera magistral por Anya Taylor-Joy) comparten algo más que el deporte en común, haber empezado a temprana edad. En la serie la huérfana Beth Harmon descubre el juego cuando, en el internado para señoritas al cual llega, observa que el conserje se encuentra, en el sótano de ese lugar, sentado frente a una mesa con un tablero y las piezas dispuestas, sumamente concentrado y sin prestar atención a lo que sucede a su alrededor y, por ende, a lo que la joven Beth ha ido hacer.


Al principio de manera hostil, posteriormente un poco más afable, el conserje le enseña poco a poco movimientos, trucos, jugadas, el nombre de las casillas, aperturas, pliegues y repliegues, esquives, puntos de defensa, ataque y contraataque del dichoso juego; ve en la pequeña Beth un potencial tremendo y decide avisar en la escuela para que abra un taller de ajedrez…


Así empieza a cobrar fama Beth Harmon primero en su localidad y luego de manera nacional hasta que tiene que llegar a enfrentar a los mejores. Siendo mujer le cuesta trabajo que la sociedad le crea que en verdad es una jugadora seria, una contrincante férrea, agresiva en el ataque y quien sabe defenderse muy bien. Sus detractores poco a poco se van tragando sus palabras y ven en Beth a la futura campeona mundial.

Mientras Beth se hace de un nombre dentro del ajedrez, tiene que sortear nuevas vicisitudes con su nueva familia (Beth sale del internado en adopción con una familia) y ya va totalmente contagiada y casi casi enferma de ajedrez, además de ciertos problemas emocionales cargados de sus excesos con ciertas drogas y el alcohol, en tanto, el telespectador disfruta del ambiente de la década de los años cincuenta que es donde se desarrolla la trama de la miniserie.


En Gambito de dama hay punto particular, casi casi como sección áurea de la cual se desprende todo el meollo del asunto. Beth Harmon, en una escena lindísima, está en franca batalla con un oponente que le triplica la edad, un ruso (para variar) que es gran maestro ajedrecista (al igual que ella que necesita ganar esa partida para serlo de manera oficial), los del maestro del ajedrez son cabellos plateados, largos, de barba tupida y pronunciada, que dan cierto aspecto de inteligencia, habilidad y respeto. La partida dura tanto tiempo que se ven en la necesidad de pedir un descanso para concluir al día siguiente. Al llegar a la puerta de la habitación donde se hospeda Beth que, a decir verdad es el mismo hotel donde se hospedan los demás ajedrecista, Beth observa que al fondo hay una puerta abierta donde se encuentra ese maestro ajedrecista con el cual está compitiendo y el rival que Beth ya ha enfrentado y que no puede vencer, me refiero a Vasily Borgov (personaje al que le da vida el actor Marcin Dorocinsky) y nota que ese grupo de personas ayudan al gran maestro a entender por dónde van las jugadas de la joven Beth para vencerla en el tablero… desconsolada y viéndose totalmente sola, Beth entra a su habitación cuando, una llamada salvadora del otro lado del mundo la saca de esa zozobra… sus amigos (los que ha hecho en el juego de ajedrez y que viven en los Estados Unidos se han reunido para analizar el juego y, por así decirlo, pasarle las claves a Beth y que pueda así, derrotar a su contrincante).


El trabajo en equipo siempre es importante y en Gambito de dama no es la excepción. Son siete episodios de una delicia de serie muy recomendable, siete horas que la tabla de Flandes, sus historias alrededor y la apasionante vida de Beth nos van a tener al borde de la butaca, de la cama o donde sea que disfrutemos de este tipo de series…

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