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Ágora: Aquí y ahora, A la memoria de Arturo Perez Alonso

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 16 ago 2020
  • 8 Min. de lectura

Aquí y ahora. A la memoria de Arturo Perez Alonso. Dedico el presente comentario a la memoria de nuestro amigo y compañero Arturo Pérez Alonso, líder del Mercado República, cuya labor social y combativa en el terreno de la calidad de nuestra vida pública, para defender las causas de quienes menos tienen y darle voz a quienes rara vez son escuchados, siempre fue una inspiración para propios y extraños. Pienso que su reciente fallecimiento nos llama necesariamente a rendir homenaje a todo lo que en vida intento, haciendo el esfuerzo de replicar su labor en un espacio de mutuo aprendizaje, que independientemente de la trinchera que ocupemos, nos ofrezca a todos por igual la posibilidad de mantener vivo su esfuerzo, empeño y dedicación, para que nuestra localidad recupere toda su magnificencia y esplendor. Porque más allá del embellecimiento de lo aparente o de la exaltación de coyunturas y detalles superfluos, el San Luis Potosí por el que en vida luchó y creía firmemente, es un San Luis Potosí justo, humanitario y democrático, que muchos añoramos, como uno donde no había una sola voz que capaz de aportar algo positivo por el bien de nuestra tierra, terminara por guardar silencio cuando era necesario hablar de los abusos e injusticias cometidas por quienes en busca de poder y vanagloria, son capaces de corromperse y comprometer el presente y futuro de todos por igual. No decir las cosas como realmente son, haría que todo lo que Arturo intentó, quedara sin efecto. Y sé que no era ese el camino que él hubiera querido que su reciente partida tomara. Luego entonces, dedico las presentes líneas a todo lo que su labor representó, porque más allá del compañero o amigo de batallas, para quienes nos hallamos interesados en contribuir a mejorar nuestra ciudad, su labor fue siempre pedagógica y formativa. Siempre con el valor de picar piedra y abrir la brecha, siempre dispuesto a intentar lo más difícil: predicar con el ejemplo. Porque justo ahí fue donde dejó bastante escuela, en el hacer de su diario vivir un ejemplo que inspirara a otros a dar lo mejor de sí mismos. Hoy nos toca a quienes tuvimos la oportunidad de conocerte, mantener el ritmo de la ruta trazada. Y tener siempre muy claro algo que con frecuencia escuchamos, pero a lo que rara vez prestamos atención en toda su justa medida: en vida, hermano, ¡en vida! No esperes a que se muera la gente para quererla y hacer sentir tu afecto... Serás feliz si aprendes a hacer felices a aquellos que te rodean... Llena pues de amor, esperanza y gratitud los corazones de quienes en este mundo te acompañan. Cuantas enseñanzas y/o mensajes no le habré escuchado decir a ese bien hombre que hoy no está más, sin poder evitar pensar que me gustaría que más gente escuchara con atención lo que decía. Espero pues que estés donde estés, el cariño, la gratitud y el amor de quienes te conocimos te llegue por entero, para que todo lo que hiciste se mantenga siempre vivo. Me da tristeza que no estés más, pero más me siento responsable de mantener cotidianamente el camino que con tu valor y congruencia sentaste como ejemplo, no porque pensaras que todo lo podías, sino porque no dejaste que ninguna adversidad doblara tu determinación de dar siempre lo mejor de ti, sin pensar si tu esfuerzo era o no recompensado. Al final, si con algo me quedo de quienes te acompañaron muchos más años en la lucha, que quien aquí te dedica estas líneas, es con la paz y fortaleza que siempre trasmitiste, actuando con integridad y apego a todo lo que creías, siempre de una sola pieza. Porque la vida que merezca ser hecha como tal, –la irrepetible experiencia personal de ser, total y llanamente plenos–, conjuga en un mismo acto, el atrevimiento propio de amar –ser y actuar– a diario de una sola pieza y sin mirar atrás, con la audacia de permanecer ajenos a la tentación de anteponer el capricho de querer que todo lo que en ella sucede, sea al modo que nos da la gana, y concentrarnos en cambio, en el valor de comprometernos con la causa de la justicia moral en el más amplio sentido de la palabra. No hay mundo posible, [por imperfecto que este sea], sin el fundado reconocimiento de la dignidad personal como eje de la existencia de cualquier vínculo afectivo. Ni razón más valerosas para nuestro diario hacer, que la constante de entregar en cada acto el total de nuestras capacidades para la formación de una sociedad en cuyo seno, se haga efectiva la promesa de ser cada día, mejores personas de lo que hasta hoy nos ha sido posible. Con qué eficiencia cumplimos dicha responsabilidad [sin comprometer por ello la supervivencia de aquellos que nos rodean], ofrece fundamentos para conducir nuestra existencia, más allá de los condicionamientos aprendidos en nuestros primeros años de vida. Porque ‘ser’ lo que se quiere ser, depende más de lo que en efecto hacemos, que de lo que se supone podemos. De ahí que quien considera que por vivir al ‘límite de lo posible’, ha hecho lo suficiente para procurarse el más franco y entero bienestar personal, puede caer, –incluso sin darse cuenta–, en la paradójica condicionalidad de verse frenando la fuerza de sus acciones, bajo la ilusión de estar dando todo lo que puede. En ese sentido, el fundamento de ‘todo lo que podemos hacer’, se halla siempre un paso delante de lo que hemos hecho, hasta el punto de creer posible algo más. Que por regla general, suele sobrevalorarse como mejor. Sin embargo, mirar lo que se quiere ser, como fundamento de una inmejorable temporalidad posterior al ‘ahora’, con frecuencia conduce a la enajenación de un espacio relacional, permanentemente fuera de todo alcance, porque tan pronto conseguimos lo que en ese momento buscamos, lo presente se vuelve pasado. Y este a su vez, perpetuo futuro. Al final lo único claro, es que todo lo que en esta vida somos y hacemos, está siempre en el aquí y ahora. Aquí y ahora es absolutamente todo lo que tenemos. Aquí y ahora, sin más, a eso se reduce la vida, a una fracción de tiempo indeterminado, sin opción clara de pervivir mucho más de lo que al momento podemos observar. Ese y no otro es el motivo, por el que con tanta insistencia se nos dice en todos lados, ‘vive el momento’ –aquí, ahora–, vive sin más consideración que la de sentir hasta la más íntima hebra de todo tu ser a flor de piel, con la totalidad de los sentidos percibiendo y sintiendo, no lo pienses, vive y siente, siente y vive, goza con entrega, absolutamente todo lo que haces, sin razones para cargar la experiencia de ataduras y quebrantos Quizá sea por ello, que de todo lo que la vida puede ser, a lo que menos atención prestamos, –lo mismo por miedo, que por enajenación–, sea a su muy breve que su trayecto resulta. ¿El motivo? Lo mal que utilizamos el recurso de la fe (cual fetiche), para creer que la existencia caduca con la muerte, como si de una mercancía se tratara. Y no, lo tengo que decir claramente, ya que tangencialmente me veo bordeando el espinoso y nunca resuelto tema de "algo más, después de" (polémica que me parece barata e innecesaria, porque cada cual decide en qué creer), debo decir con toda claridad que no soy en lo absoluto partidario de la religión, y sin embargo, pienso que si algo hay que nos hace falta al día de hoy es recuperar el sentido de nuestras causas profundas. Más claro: Teniendo en cuenta lo mal llevamos muchas cosas en la vida, al punto de la miseria, a veces por miedo, a veces por desidia, o por pensar que siempre tendremos modo de recomponer el camino si erramos; y nos guardamos de todo siempre cuidando de no quedar fuera del lugar, cuando no hay nada más fuera de lugar que abdicar de ser humanos, solidarios y gentiles con nuestros pares. No nos vendría nada mal, más espiritualidad y menos religiosidad fetiche, a lo mejor de ese modo recuperamos algo de sensibilidad y nos volvemos en esencia más gentiles con los propios y más amables con el mundo que habitamos. Aquí y ahora, es vivir de tajo, en una sola pieza, con la totalidad de los sentidos entregados al propósito de ser nosotros mismos y nada más. Tan vital es toda experiencia de vida, que hasta no ver llegado su más profundo estadio; la muerte. Estaremos en posición de saber reconocer todo lo que a diario desperdiciamos en la vana seguridad de cumplir las expectativas de terceros. Porque no hay nada más innecesario que fundamentar lo propio, en el reconocimiento de criterios ajenos. Pensar que algo así tiene sentido, es tanto como imaginar que la causa de todos los males en este mundo se encuentra en cualquier parte menos en el propio mundo y que su solución depende de cualquiera, menos de uno mismo. Con perspectivas del estilo, a lo más que se pudde aspirar, es a creer que la partida está de antemano perdida, que las cosas son así y que mejor es vivir como otros esperan que lo hagamos, por lo que en vez de promover lo que hacemos desde el esfuerzo propio, elegimos ver la vida como una afrenta entre lo que creemos ser y lo que pensamos que se espera de nosotros. Un escenario de suma cero, donde o se pierde o se gana, pero jamás se medía absolutamente nada. O lo que es lo mismo, no se hace nada, ni tampoco se deja hacer a otros, y se piensa que el único de los caminos posibles es el de la adaptación, esto es el determinismo en su más abierta expresión, vivir bajo la óptica de un ‘lo que se puede’, que ni es el que queremos, ni mucho menos el que tenemos modo de hacer. Pero tú Arturo, has hecho y mucho, me habría gustado decirte de viva voz lo que aquí te escribo, pero saben quienes me conocen, que no serán menos ciertas todas las palabras que te escribo, porque si algo hago siempre es poner por escrito lo que importa. Recuerdo siempre haber seguido con especial atención y cuidado tus declaraciones públicas, porque si algo las distinguió siempre, fue esa capacidad tan tuya de decir lo que pensabas con naturalidad y sencillez, privilegiando el mensaje para que no quedara una sola persona sin comprender lo que decías. Para nadie será secreto que al Frente Común de Comerciantes, llegué porque siempre me llamaron la atención las valerosas intervenciones de todos sus integrantes, en cuyo ejemplo he hallado más que amigos, grandes maestros. Nunca habrá manera más justa, decorosa y necesaria de honrar la ausencia de quienes se nos han adelantado en el camino de la vida, que la de darle continuidad al trabajo por el que en vida inspiraron a otros. Para que el peso de su ejemplo permanezca siempre vivo y multiplicándose, y se vuelva más que una memoria que recordar, una guía que mantenga inalterada la causa a la que con fe y convicción aportaron su tiempo, experiencia y entusiasmo. Porque como dijera alguna vez el Che Guevara: se van los hombres, pero permanecen sus ideales. Larga vida a la integridad de principios y los ideales. Te extrañaremos sí, y mucho Arturo, pero puedes estar seguro que habremos de continuar para honrar todo lo que hiciste. Mi total solidaridad y empatía con tu familia, los abrazo con sincero fervor y ganas de aliviar su aflicción, porque sé que no habrá nunca palabras que logren llenar el hueco que dejas. ¡Hasta la victoria siempre compañero! Seguimos en pie de continuar combatiendo a los abusadores de lo público. Puedes dar por descontado que no cejaremos en nuestro empeño porque la lucha que has representado continúe.


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