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Ágora: ¿Gobierno sordo u oposición sin argumentos?

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 13 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

¿Gobierno sordo u oposición sin argumentos?

Que el actual gobierno sea identificado como uno que no escucha a quienes no piensan como ordena el Presidente, es cosa recurrente entre aquellos sectores acomodados del país, así como entre las clases medias altas aspiracionistas que intentan emularlos, y no puede ni debe sorprendernos. Porque la del actual gobierno federal es una lógica que no encaja con lo visto en los últimos treinta años. Se puede entender entonces, que además de lo vivido en términos de dominio para beneficio de una minoría de privilegiados, que enriquecieron en proporciones groseras en un país con más de la mitad de sus ciudadanos en la pobreza, estos hayan terminado por imponer una lógica discursiva, con la que aún hoy alejados del poder, pretenden seguir adoctrinando a esa mayoría a la tanto daño han hecho ya.

Esa historia ya por todos conocida, pero sobretodo padecida, de una élite tecnocrática de aspiraciones globalistas con la macroeconomía como batuta, que en los últimos cuarenta años se jactó de mirar hacia el futuro, mientras en lo privado reprodujo, perfeccionó y afianzó lo mismo que echaba en cara a su contraparte revolucionaria, terminó exacerbando las diferencias sociales a tal punto, que hubo un momento donde muy a su pesar, resultó imposible no poner el tema sobre la mesa de las discusión. Desde los más diversos frentes, distintas voces se hicieron sentir para expresar que el México modernista que se preconizaba desde la cúspide del poder político del Estado, sólo existía para unos cuantos.

De no haber sido de tal magnitud el daño causado por dicha élite, difícilmente se podría entender la llegada al poder del hoy Presidente, y el viraje de timón que su gobierno representa en términos de intentar resarcir los muy pobres y funestos resultados dejados por los gobiernos federales de los últimos cuarenta años. Desde luego que no es un reto fácil, pero si es uno cuya acometida independientemente de los resultados que se consigan, resulta inaplazable. Porque la desproporción material antes descrita, no sólo sigue vigente, es tan monumental, que no se puede pretender ignorarla, sin terminar de profundizar dicha desigualdad.

No es sólo que México sea uno de los países latinoamericanos que más millonarios aporta a los conteos y/o listas que año con año se hacen. Teniendo incluso el “honroso privilegio”, –horroroso diría yo–, de tener al hombre más rico del mundo en los últimos veinte años, es además que 18 de las 25 fortunas más grandes de todo el mundo, están en manos de familias mexicanas. De hecho, no hay en todo el continente americano una distribución más desigual de la riqueza que en México, el único país peor que el nuestro en esos menesteres es Haití.

Que con el respeto que me merece, es una isla minúscula con grandes problemas históricos de pobreza, corrupción y una interminable sucesión de gobiernos militares que ejercieron su autoridad de forma tan brutal, que no debe sorprendernos que así sea, pero que eso mismo ocurra en un país como el nuestro, que incluso se ha dado el lujo de presumir posición como uno de los países más desarrollados a nivel mundial, con todo y que hace unos años que ha descendido del noveno lugar a un más modesto quinceavo lugar, es algo de dar pena.

Todo ello es a groso modo el resultado dejado por los gobiernos y sus élites circundantes de los últimos cuarenta años, que en el medio de un abuso sin precedentes, blandieron siempre la bandera de una democracia por la que sólo han hecho por defenderla, cuando esta ha mantenido intactos sus intereses. Un principio cuya regularidad jamás se puso en tela de juicio, porque no hubo nunca modo de poner siquiera a discusión otra cosa que no fuera la continuidad de un modelo donde la libertad política se respetaba, siempre que no pusiera en jaque los intereses de las nuevas oligarquías rentistas que se hicieron bajo el amparo del Estado.

Exactamente los mismos grupos que desde el inicio del actual gobierno federal, se han cansado de manifestarse como nunca antes lo hicieron, con todo y que lo que anteriormente describí en términos de concentración de la riqueza, ocurrió durante décadas. Por eso y no otra cosa es que resulta extraño pensar que el actual sea tenido por tales grupos, como un régimen que no tiene oídos para quienes no piensan como se lo hace desde la más alta magistratura del país

Y lo digo así, porque si algo se ha respetado a niveles insospechados en la actualidad, es la libertad de opinión de cualquiera; nomás es de verse la prevalencia de una prensa de oposición siempre beligerante, pero poco juiciosa y equilibrada, que no conforme con ocupar la práctica totalidad de los espacios de difusión, no pierde la ocasión diario de hacer escarnio de cualquier medida o declaración de intenciones que toque sus intereses, sin dudar incluso de caer en descalificativos que rayan en lo personal y que no se sitúan siquiera en la esfera del diseño institucional o del contenido de las decisiones públicas (que por qué lo digo; si un solo hombre es capaz de causar todo el daño que la oposición le adjudica al Presiente, deberíamos entonces hablar de las falencias del presidencialismo).

Lo que sí que es decididamente diferente, son dos cosas que hasta singulares lucen porque rompen la lógica y/o códigos de la clase política tradicional, así como la regularidad de sus acuerdos; primero, es la primera vez en más de 40 años que la élite política nacional no está cohesionada (hoy hay una brecha cada vez más amplia entre soberanistas y globalistas); segundo, es la primera vez en casi 50 años que un Presidente toma posición pública de lo que piensa, y además se atreve a ir a contracorriente del establishment, con resultados por demás diversos (de ahí la idea de que el escenario político doméstico se ha polarizado). Queda por resolver si lo intentado habrá de recalar como se piensa que podría.

Y aunque soy por demás cauto frente a los resultados que se obtengan, es un hecho que la actual administración federal es una que ha llegado para romper esquemas. De ahí el destanteo y la irritación de una oposición, que no sólo no figura porque sus claves discursivas, como los referentes simbólicos que la sostienen se hallan agotados, no lo hace, porque encima no es capaz de conectar efectivamente con el sentir del electorado al que pretende llegar, sin caer en la incongruencia de verse defender su propia contribución a ese orden de relaciones tan brutalmente desigual, que cuando pudieron, no hicieron lo más mínimo por desmantelar. Luego entonces, es necesario preguntarse si las cosas son en realidad todo lo terrible que esos grupos sostienen, o si no será que dicha oposición sigue sin argumentos que la rediman. Cada cual que saque sus propias conclusiones.


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