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Ágora: La estadística también es política

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 15 jun 2020
  • 5 Min. de lectura

La estadística también es política.


Quien pretenda pasar por alto que la vida pública es ante todo un juego de percepciones, donde cuenta lo que se dice, pero también lo que se calla, y donde por regla general la popularidad de un régimen puede cambiar casi por cualquier cosa, con mucha mayor razón se tendría que aquilatar lo que los datos estadísticos de cualquier fenómeno social arrojan, ya que lo visto desde el inicio de la pandemia por covid-19, está lejos de haberse terminado.


Si bien es cierto que hace al menos 15 días que distintas localidades en el país han ido buscando generar las condiciones para que se retome el cauce habitual de las actividades económicas, no está del todo claro que realmente existan las condiciones para hacerlo. Antes por el contrario, son varios los elementos en los sistemas estadísticos de distintos niveles de gobierno, que siguen generando resquemor entre la ciudadanía. La cosa es que en su mayoría los datos oficiales disponibles, parecen sugerir que la cifra de contagios y/o decesos por covid-19 sigue aumentando.


Lo mismo ocurre en México que en todo el mundo. Distintos contextos y/o estrategias han fracasado. La única excepción a la regla, por incómodo que parezca, es la experiencia del sudeste asiático, donde regímenes con muy escasas credenciales democráticas, han aprovechado los déficits de libertad política que los caracterizan, para contrarrestar con relativa facilidad la propagación, tanto de contagios como de muertes. Logros no exentos de polémicas, ya que han tenido como costo la total supresión de libertades civiles, poniendo por encima el criterio de la salubridad social.


El efecto de la cuestión en lo tocante a la salud, se ha llevado por obvias razones la atención de la mayoría; luego le ha seguido los efectos psicológicos resultantes del muy prolongado confinamiento, e inmediatamente después en no menor medida, la cuestión económica y el efecto global de la pandemia. Tres problemas íntimamente interrelacionados, cuya relación por caprichoso que parezca, apenas si se ha explorado a cabalidad. Lo digo así, para indicar que la mayoría de los análisis de la cuestión, se han sobre concentrado en lo inmediato, abusando de la coyuntura para darse a notar.


El resultado por demás evidente, es que se ha terminado por los motivos más variados, abusando del modo como se presenta y/o analiza la información disponible. Lo mismo para indicar que está todo mal –como hace la oposición–, que para hacer apología de lo hecho –como ocurre con quienes defienden las estrategias implementadas por el gobierno federal–, en tanto en el medio queda el común de la ciudadanía, con la sensación de que o no se dicen las cosas como realmente son, o cuando menos se les está exagerando por razones de rentabilidad económica al mercadear la información para incidir en el ánimo de la ciudadanía. Al final se esté de un lado o del otro, una cosa es inobjetable: La estadística también es política.


La cosa es que igual que ocurre con otros temas alusivos a la vida pública, los mismos se ven de continuo influenciados por las percepciones de la ciudadanía y el ánimo mismo que la información mediática genera. No es pues la primera vez que lo señalo, pero sí de percepciones se trata, estas terminan por incidir prácticamente cualquier aspecto de nuestras vidas. Lo mismo influyen en el comportamiento electoral, que en la confianza hacia las instituciones, pasando por el estado de ánimo personal o la propia incidencia de todo tipo de enfermedades; de hecho una parte importante de las mismas, obedecen a somatizaciones, que no son sino un reflejo del umbral de estrés al que la sociedad se halla sometida en medio de un estado de excepción inédito, tanto por la magnitud de lo ocurrido, como por lo dilatado de su duración.


Ahí es justo donde pienso que no se ha hecho lo suficiente para estudiar con detenimiento las implicaciones a largo plazo de lo que la actual pandemia representa. La profundidad con la que esta nos ha golpeado en términos económicos y sociales, se antoja todavía inimaginable, no hay al momento un recuento siquiera parcial de todo lo que se ha visto comprometido por el paro forzado de actividades. Lo que es aún peor: pese a que ya se han reanudado oficialmente actividades, bajo la estricta consigna de mantener precauciones para una “nueva normalidad”, que pretende ofrecer vías de acción para acometer la vida en un mundo donde el covid-19 parece haber llegado para quedarse, lo cierto es que los efectos de la parálisis económica, permanecen limitando las perspectivas de recuperación en el corto y mediano plazo.


A ello se suma un cambio lento pero progresivo y sin visos de modificación; lejos de lo que ocurría cuando todo esto comenzó, hoy son cada vez más las voces que se suman a la idea de que es probable que pasarán décadas, antes de que el tema sea en efecto controlado. La cosa es que por mucho que se haga en términos de conseguir una disminución de los contagios, como de las muertes por covid-19, da la impresión de que como ha ocurrido con otros virus, este terminará convirtiéndose en una enfermedad estacional, tal y como hoy ocurre con otras variedades de influenza.


Si esto termina materializándose, vamos a tener necesariamente que cambiar el modo en el que enfrentamos la situación; olvidarnos pues de que una vacuna nos devuelva de súbito al modo como solíamos vivir antes de que la pandemia misma se desatara. Porque es claro que lo que hasta este punto se ha intentado, está lejos de haber arrojado los resultados esperados. Una estampa que se repite por todos lados, siendo la muestra más palpable lo que ocurre entre las potencias occidentales, las cuales no han sabido responder con la solvencia esperada, incluso agravándose en algunos escenarios, como resultado de la creciente crispación social, que ha terminado recalando en un ánimo cada vez más volátil, que no ha hecho sino despertar viejas tensiones, con la xenofobia, el racismo y la intolerancia como notas distintivas.


Urge pues, un cambio en las estrategias para contrarrestar la actual situación, sin menoscabo de seguir generando daños tan severos a nuestras capacidades productivas. Porque como se lo haga así, a los problemas más inmediatos de una salubridad social insuficiente, se habrán de sumar las consecuencias materiales de un sistema económico, que muy a su pesar, terminará por tener que cambiar su lógica habitual, para al menos garantizar condiciones que le permitan seguir operando. Quizá sea todavía pronto para decir qué habrá de ocurrir en ese terreno, pero una cosa es segura: difícilmente saldremos de esta, sin hacer cambios radicales a nuestros modos de vivir.


Uno de esos primeros cambios, tiene que pasar necesariamente, por dejar de jugar con las estadísticas como si de un botín político se tratara. La cosa es que si aspiramos a recuperar mucho de lo perdido en este año, urge privilegiar la tranquilidad de la sociedad, para que a partir de que esta se recupere la calma y se vayan dando las condiciones necesarias para restablecer la regularidad de nuestras vidas. En la medida que se deje de hacer de la cuestión un campo de confrontación, podremos contribuir a que el ánimo de la sociedad mejore, lo que sin duda habrá de impactar positivamente.

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