Ágora: Distancia social, redes y relaciones de pareja
- Emanuel del Toro

- 8 jun 2020
- 4 Min. de lectura

Distancia social, redes y relaciones de pareja.
No cabe duda que uno de los espacios que más rápido crecimiento ha experimentado en la vida tal como la hemos estado llevando, desde que la pandemia por el covid-19 alteró la normalidad de nuestra rutina, es el de las redes sociales. La cosa es que ante la condicionalidad de no podernos desplazar con la libertad habitual y aún con todo y que se supone que al momento que se escriben estas líneas, ya se va volviendo lentamente a actividades, estamos todavía muy lejos de pensar que nuestras vidas se vayan a normalizar en el corto plazo.
En tales condiciones no ha quedado otra que interactuar a través de redes sociales, con el propósito de no perder contacto con propios y extraños. Porque si bien es cierto que el uso de las mismas se ha vuelto una cuestión rutinaria desde hace al menso un lustro, no menos cierto es, que originalmente las mismas jugaban un papel meramente recreativo.
Difícilmente se les veía como el día de hoy se hace, como si de una proyección de la propia realidad se tratara. Ello ha traído consecuencias insospechadas sobre el modo en el que nos relacionamos, lo mismo con la familia, que con la parejo, e incluso en casos extremos ha terminado transformando nuestras relaciones laborales.
Aprovecho pues la ocasión para desarrollar algunas consideraciones alusivas al tema de lo afectivo y las relaciones de pareja, en un tiempo en donde por las condiciones de confinamiento y distancia social forzada, el espacio de lo virtual está adquiriendo cada vez mayor protagonismo, al punto de haberse vuelto un reflejo muy consistente de la realidad misma y el modo en el interactuamos con la sociedad.
Sin duda que en el tema de la confianza hacia la pareja, no hay ideología de la pureza, no hay geografía de la pureza, no diferencia por género, tampoco por edades. Pero justo por ello mismo resulta muy necesario guardarse de justificar nuestros despropósitos de autoconfianza bajo el apelativo de pruebas de amor. ¿Que por qué lo digo?
Tener la clave de acceso de nuestra pareja a Facebook, Twitter, Hotmail, o cualquier otro recurso de comunicación disponible en red, no es como algunos afirman, una gran prueba de amor. Antes bien, estoy convencido que buscar su acceso, –con o sin el consentimiento de nuestra pareja–, resulta un ejercicio carente de todo sentido amoroso, pues constituye una falta de respeto a su privacidad y por ende, al afecto que decimos tenerle.
En ese sentido, cabe advertir que la calidad de cualquier vínculo afectivo, no puede verse afincada en la intromisión invasiva de la vida propia, así se trate de nuestra pareja. Mucho menos en el desgaste de someter a prueba la veracidad de nuestras emociones, en nombre de una falsa transparencia informativa, a través de la cual se degrade la libertad personal del ser amado.
Cualquier experiencia amorosa ve erosionados sus fundamentos, cuando se tiene por condición la renuncia de lo propio y la falta de confianza. Porque en cualquier relación, la existencia de elementos limitativos que coaptan la independencia personal de quienes en ella participan, ofrece mayores razones para pensar y buscar un cambio, que para procurar su continuidad.
Si algo revela la intermitente explosión tecnológica que nos envuelve desde el boom de los ordenadores, comunicaciones satelitales, fibra de vidrio, y la aparición de redes sociales, así como de múltiples y muy variados servicios de entretenimiento a distancia, es que cuanta más información disponemos de nuestros hábitos cotidianos, más ridículas e irrisorias pueden volverse nuestras exigencias en el ejercicio de los mismos.
Hoy como nunca, el enorme acerbo tecnológico disponible, nos ha vuelto capaces de rastrear, –al punto de la enajenación–, cualquier actividad de propios y extraños. Como si por hacerlo, se tomara mayor relevancia en la vida. En ese sentido, es sorprendente como la necesidad de saberlo todo sobre nuestra pareja, resulte una idea tan valorada en la actualidad, cuando es justo por lo contrario que se busca conocer y establecer una relación con quien decidimos amar.
Porque quien se sabe amado y respetado, pocas o nulas consideraciones tiene para suponer, que por conocer a detalle lo que su pareja hace en un día cualquiera, se le guarda mayor cariño que si no. Bajo tales circunstancias me pregunto: Qué sería de nuestra sociedad tan acostumbrada a la exhaustiva disponibilidad de información personal en tiempo real, si un día amaneciéramos con la circunstancia de no poder utilizar ninguna de las opciones de comunicación que tan cotidianas nos parecen.
¿Procuraríamos entonces nuevos y más efectivos esquemas de convivencia y socialización? ¿Serían todas esas exigencias de información que muy lógicas parecen a muchos, tan permisibles como se han vuelto, –desde que exhibir la vida se ha convertido en un ejercicio casi obligado, en ausencia del cual se considera nuestra vida como inexistente. Como si de no informar a propios y extraños de lo que hacemos significara que nos hallamos aislados?
No, definitivamente no. En últimas de cambio, cuando se ha llegado a la necesidad de permanecer informado bajo cualquier circunstancia de lo que tu pareja hace, es claro que algo en la relación se ha perdido mucho antes de verse en la consideración de fiscalizar a la pareja. Es cierto, algunos quizá podrán objetar que cada pareja tiene sus arreglos. Y si, puede ser que así sea, pero por más arreglos que haya, cuando estos trastocan el sagrado límite de la dignidad personal, no hay razón para permanecer en pos de un nosotros que en vez de hacernos crecer, nos denigre.
En tales circunstancias, de muy poco sirve estar a la expectativa de verse o no correspondido, y enteramente informado, porque en cualquier experiencia amorosa, el único tipo de claves por las que tiene sentido estar atentos, no son las del acceso cibernético informativo, sino las del cariño, la comunicación, la reciprocidad, la confianza y el respeto. Cuando de amar se trata, si no hay confianza: apaga y vámonos.

















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