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Vislumbres: Una travesía trascendente Capítulo XXVIII


UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE

Capítulo XXVIII


UNOS DÍAS EN ACAPULCO. –


No hay (o al menos no he conocido) ningún testimonio que nos describa lo que ocurrió en el diminuto puerto de Acapulco cuando aquel lunes 8 de octubre de 1565, las velas del San Pedro fueron vistas por la poquita gente que vivía entonces allí. Tampoco sé qué fue lo que aconteció a bordo de dicho galeón cuando los maltrechos viajeros vieron por fin las playas en donde, luego de casi ciento treinta días de navegar en precarias condiciones, podrían pisar tierra, pero no creo que ningún lector esté en desacuerdo si digo que muchos de ellos debieron de dar gracias a Dios y que más de alguno lloró de alegría.


Lo siguiente es creer que, inmediatamente después de arriar las velas y anclar cerca de la playa, tanto las lanchas del barco, como las de los acapulqueños se dedicaron a trasladar a suelo firme a los numerosos enfermos. Y que todo eso sucedió antes de que los recién llegados pudieran satisfacer la curiosidad de los porteños, y éstos la de Urdaneta y los oficiales del rey.


No quiero pecar en contra de la historia que escriben los documentalistas acérrimos, pero tomando en cuenta que se pudieran enfurecer con la licencia que me acabo de tomar, y con lo que a continuación escribiré, invito a los lectores más libres de prejuicios a que se hagan mis cómplices en este caso y a que, no habiendo, como ya dije, ningún testimonio escrito que nos dé una idea siquiera de lo que aconteció ese día en Acapulco, me ayuden con su poderosa imaginación a desarrollar la siguiente escena:


El San Pedro ya está anclado en la hermosa bahía, los pescadores y los pocos marineros que pueden remar casi terminan de trasladar a los enfermos a la playa. Las mujeres de los pescadores se afanan en preparar algo de comer y brindarles a esas pobres gentes algo más que carne salada y galletas podridas.


El sol va cayendo en el horizonte y la noche se acerca. Fray Andrés, quien debería de estar contento por haber completado su misión, no lo está tanto porque la silueta del patache San Lucas le da mala espina, pero como con los años ha aprendido a ser paciente y prudente, espera a que su personal esté en las mejores condiciones posibles, antes de reencontrarse con el español que funge como el oficial del puerto, para preguntarle lo que le preocupa.


Pero el oficial también está inquieto por el arribo del barco y por la presencia de tanta gente enferma, así que, luego de cenar, va en busca del anciano que parece dirigir a todos, y que, en esos momentos, rodeado de gente curiosa y sentado en una piedra sobre la parte más alta de la playa, conversa con el capitán, el maestre, el piloto y el escribano del rey, sentados también, unos en piedras y otros en la arena.


El guarda del puerto se queda de pie a prudente distancia de donde aquellos hablan, y cuando el fraile lo reconoce lo invita a sentar en una piedra cercana.


Una pequeña fogata ilumina la singular reunión y, una vez que se han cumplido las cortesías habituales, el fraile, luego de agradecerle a las mujeres y a los pescadores los apoyos brindados a los marinos y a los pasajeros enfermos, le pregunta al oficial del puerto qué novedades han ocurrido en la Nueva España desde que su flota zarpó hacia Las Filipinas.

La expectación de los circundantes crece porque también quieren oír lo que el viejo fraile y sus acompañantes podrán decir de su largo viaje, pero como nosotros no tenemos tiempo ni modo de reseñar el contenido de toda esa larga charla, nos dedicaremos a “escuchar” los diálogos que nos interesan:


  • ¿Así que fue hace como dos meses cuando arribó el patache aquí? – le preguntó el cosmógrafo al hombre.

  • Así fue, su merced, dos meses poco más o menos, pues eran los últimos días de julio o los primeros de agosto.

  • ¿Venía entera su tripulación? ¿Estaban sanos? ¿Venía con ellos su capitán?

  • Pues hasta donde nos dieron a entender habían tenido dos o tres bajas… Algunos de ellos venían muy dañados de sus belfos y bastante flacos por lo mal comidos, pero en mejores condiciones que varios de vuestros acompañantes, dicho sea esto con perdón de vuestras mercedes.

  • Y ¿el capitán?

  • El capitán no venía mucho mejor que los demás, pero se miraba como muy alegre de haber vuelto.

  • Y nos podríais vos decir ¿qué fue lo que él os refirió del viaje?

  • Fue parco al hablar, y pienso que no quiso abundar en detalles, pero recuerdo que tanto él, como algunos de los marinos del San Lucas, con los que luego nos tocó después platicar, dijeron que una noche, como a los diez días de que la flota había zarpado de Navidad, los azotó una fuerte borrasca y que, cuando amaneció se vieron solos en la mar, pero que, como ya habían previsto esa posibilidad y todos los pilotos de la flota tenían la ruta marcada, se fueron en busca de la isla en donde deberían reencontrarse en caso de ser necesario… Dijeron también que luego de varios días de espera, viendo que ninguna otra nave apareció, llegaron a creer que se habían hundido, o dispersado en el mejor de los casos, y decidieron irse a Las Filipinas, con la esperanza de encontrarse con al menos una en el archipiélago.

  • Ah, muy bien, ¿y cómo fue, entonces que vinieron a dar hasta acá?

  • Según las versiones que me tocó escuchar, llegaron a un buen puerto en donde, aparte de los indios de allá, había algunos extranjeros que iban en unos barcos que se llaman “paraos”. Que ahí buscaron el modo de reparar algunos daños que el patache había padecido en el trayecto, y que, como iba con ellos un portugués, amigo del piloto, que al parecer ya había estado por aquellos rumbos, se dedicaron a intercambiar los espejos, los cuchillos, las tijeras y las demás mercancías que llevaban por canela, pimienta y otras pocas especias más, antes de intentar el regreso con las manos vacías… También nos dijeron que, ya cuando estaban de vuelta, y a la vista de las costas que conquistó Nuño de Guzmán, una tormenta les desarboló la nave, pero que siguieron navegando con todo y las dificultades porque el piloto reconoció la zona y dijo estar cerca del puerto de Navidad, al que conocía muy bien, y que, a partir de allí corrieron con mejor suerte porque, habiendo desembarcado, la gente del astillero les dio de comer, les brindó remedios y los ayudó a reparar los daños, viniéndose después para acá.

  • Mmm, y aquí, ¿qué hicieron?

  • El capitán platicó lo que ya os dije a vosotros, y a mí me pidió que le consiguiera mulas o tamemes para trasladar sus fardos hasta la ciudad de México.


Pero pongamos freno a nuestra imaginación y quedémonos, por el momento, con la duda de lo que nuestro amigo, el cosmógrafo, haya podido deducir al escuchar esa relación.

LA CARTA NÁUTICA. –


Para fortuna nuestra, sin embargo, existe sobre ese punto una nota muy escueta, pero bastante reveladora, que aparece en la “Crónica agustiniana”, escrita por fray Juan de Grijalva (nacido en Colima en 1580 y muerto en México en 1638). El párrafo en cuestión nos dice que, “llegando al Puerto de Acapulco, pintó el padre Urdaneta una carta con todos sus vientos y derroteros, [islas] puntos y cabos tan cumplidamente, que es su carta la que hoy (el hoy de su tiempo] sigue [usándose], sin haberle añadido cosa alguna”.


Lo que el cronista Grijalva no sabía, ni tenía modo de prever, fue que esa Carta Náutica habría de seguir siendo utilizada durante más de dos siglos y medio por todos los pilotos que realizaron esa travesía. Pero ¿por qué se apresuró tanto el fraile para dibujarla?


Lo que aquí cabe conjeturar es que fray Andrés llegó a la conclusión de que el capitán del patache le habría querido ganar la delantera en todos los sentidos y que, si había algo con lo que él pudiese rebasarlo de nuevo y dejarlo incluso en ridículo, era dibujando esa carta pormenorizada, puesto que, conociendo muy bien a Arellano, sabía que él no era capaz de hacer algo similar. Así que, en cuanto se instaló con lo necesario en el puerto, repasó todas las anotaciones que durante el viaje había hecho y se puso a dibujar el que se convertiría en un famoso mapa.


Colateralmente hay bases para creer que, mientras el cosmógrafo estuvo empeñado en realizar esa tarea, el joven capitán, Salcedo, y algunos de los viajeros que estaban en mejores condiciones, tomaron las veredas de Camino Real para irse desde Acapulco a México, porque testimonios que fueron escritos después, nos permiten saber que cuando Urdaneta llegó finalmente a la ciudad: “El fraile-cosmógrafo fue recibido con grandes honores por la Real Audiencia de Nueva España, ordenándose su inmediato traslado a la Península para que diese cuenta al monarca del éxito de la expedición a las Islas Filipinas y del trascendental descubrimiento de la ruta marítima del retorno”. Según lo comenta Antonio Mira Toscano, de la Universidad de Huelva.

DE VUELTA A LA “MADRE PATRIA”. –


Corrían ya las últimas semanas de aquel ajetreado año de 1565, y fray Andrés no se hallaba en las mejores condiciones para realizar esa otra nueva travesía, así que se recluyó un par de meses en su convento, para curarse, descansar un poco, revisar sus apuntes, ordenar su valiosa información y vigilar a los copistas que se dedicaron a sacarle unos tantos al mapa y los datos.


Y, en cuanto corresponde a lo que durante esos días pudo hacer el capitán Alonso de Arellano, algunos historiadores coindicen en afirmar que la sola presencia de Urdaneta en la ciudad lo expuso como un mentiroso, pues la versión que él difundió daba al fraile, a Legazpi y sus gentes por muertos.


Al referirse a ese nudo temático, Carlo A. Caranci opina que, “a diferencia de Arellano- Urdaneta fue recibido por la Audiencia de México”. Y Francisco Mellén Blanco, por su parte, nos aporta una interesante pista sobre el posible paradero de Arellano en esos días, porque cuando ya finalmente Urdaneta llegó a España, “la sospecha de la deslealtad de Arellano a Legazpi quedó manifiesta en la Corte” y, en consecuencia, “el Real Consejo de Indias ordenó apresar a Arellano”, quien por lo visto andaba en algún punto de la Península, porque cuando lo capturaron “fue enviado a Nueva España, para que desde allí fuese enviado a Filipinas”, en donde tendría que ser “juzgado por [el propio] Legazpi”.


Indicio que a nosotros nos parece suficiente para deducir que, cuando Arellano supo que Urdaneta había desembarcado en Acapulco (y él estaba en México), debió suponer que no tardaría en llegar a la ciudad, y decidió poner mar de por medio, llevándose todo lo más que pudo cargar.


El camino hacia Veracruz, obviamente que no lo realizó solo, sino que debió de contratar unas mulas y alguien que las condujera, o unirse con unos arrieros. Y, ya allá, espero el primer barco que le hizo un campo y lo abordó para irse a su antigua tierra. Yéndose, como quien dice, perseguido por la sombra del fraile


Fray Andrés, sin embargo, estaba muy ajeno a los avatares del capitán asustado, guardó reposo al menos hasta los últimos días de enero de 1566 y debió de embarcarse en febrero, puesto que si bien existe una nota que dice que “desembarcó en Sanlúcar de Barrameda” y que “en abril ya estaba en Madrid”, eso sólo pudo haberlo hecho si desembarcó en Sanlúcar en marzo, porque desde allí a Madrid había una ruta que, cubierta en bestia o a pie, necesitaba varios días de puro andar.

OBLIGADO PASO POR SEVILLA. –


Nunca he estado yo en España, pero consultando la página oficial de la municipalidad, me encuentro con que “Sanlúcar de Barrameda es una ciudad y un municipio español costero situado en la provincia de Cádiz, en la comunidad autónoma de Andalucía. Asentada en la margen izquierda del estuario del Guadalquivir. [Y … A] 100 km de la capital autonómica, Sevilla”. Así que, basado en estos datos y teniendo suficiente experiencia como caminador, afirmo que, para llegar de Sanlúcar hasta Sevilla a pie, se necesitan, o dos jornadas exhaustivas, o tres a paso cómodo. Y si menciono esto último es porque, así lo haya hecho cabalgando, fray Andrés tuvo que ir hasta Sevilla, antes de trasladarse a Madrid, no sólo porque ése era el mejor camino que podría tomar, sino porque ahí estaba la famosa Casa de Contratación de las Indias, a donde obligadamente debían llegar todas las personas que tuvieran algo que informar sobre “los aspectos relacionados con los territorios americanos”. Y porque entre sus funciones estaban las de “mantener el control del tráfico a América, incluido el conceder permiso para poder realizar expediciones, la formación de los pilotos de los barcos que fueran a hacer la travesía o la recogida de toda la información pertinente”.


Así que, lo más probable es que el cosmógrafo tuvo que llegar allí, no sólo para cumplir con la reglamentación imperante, sino porque también allí estaban algunos de los superiores de la orden de San Agustín, a los que debía de informar de los aspectos relacionados con la misión que sus superiores de México le encomendaron fundar en Las Filipinas.


Continuará.


PIES DE FOTO. –


1.- Y una vez que se recuperó, el cosmógrafo viajó hasta Veracruz con la intención de irse en el primer barco hasta la Península.


2.- Existen vagas noticias de que desembarcó en Sanlúcar de Barrameda a finales de marzo.


3.- Todos los viajeros que llevaban informes desde cualquier parte de América tenían la obligación de irse a presentar en la Casa de la Contratación de Sevilla.


4.- La meta final de su recorrido era llegar a Madrid y entregarle al rey toda la información que llevaba.



Aviso Oportuno

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