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Ágora: Violencia intrafamiliar y la calidad de nuestra vida pública

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 11 may 2020
  • 5 Min. de lectura

Violencia intrafamiliar y la calidad de nuestra vida pública. Un comentario personal.

A veces miro chicas impresionantes, de esas por las que cualquier hombre sería capaz de darlo todo para demostrarle lo extraordinarias personas que son, y sin embargo, se les ve al lado de tipos que no saben estar a la altura del privilegio que les otorgan al compartir su camino. Y aunque podría decirlo distinto o no decir de plano nada, como es que hacen muchos cuando les da por pensar en estos y otros temas parecidos, a mí además de darme por pensar en ello, tengo la terrible maldición de querer poner todo lo que me importa por escrito.

Mujeres trabajadoras, hacendosas, inteligentes, honestas, entregadas a lo suyo, mujeres siempre pendientes de dejar el alma en lo que hacen, algunas madres y además profesionistas, otras a cargo de sus respectivos hogares y que aun así se dan tiempo de pensar en otros, pero que tienen por parejas a tipos que están muy por debajo de lo que merecen, hombres mediocres, autoritarios y poco productivos, persistentemente infelices, siempre enfadados con su propia posibilidad de salir adelante, empecinados en fracasar y hacer fracasar a sus parejas, cargándose en el acto las posibilidades de sus familias de ser felices.

Son por definición una estampa por demás cotidiana del subdesarrollo, porque igual que ocurre en terrenos en apariencia ajenos a la estabilidad cognitiva, como por ejemplo lo económico, lo social o lo político, que no creo que no terminen de alguna manera u otra por relacionarse con lo emocional, viven en términos de lo afectivo, por debajo de lo que posible y se les va la vida en ello; son para ponerlo en palabras de un amigo al que quiero y admiro mucho: A’s al lado de B’s, C’s, incluso de D’s, si, si, así como lo escribo, A’s al lado de D’s; mas no termina ahí la cosa, encima viven en una sociedad donde la mediocridad de sostener vínculos que los degradan es tenido por apología del amor, la familia y los valores.

Viven por debajo de sus posibilidades no sólo por obstinación personal o la vanidad de sentirse especiales, sino también por la razón de pensar que persistir sin atender las razones de su desdicha presente, bien vale la pena si a la vuelta de la esquina un golpe de suerte puede convertirse en razón de un cambio radical. Cual si de una novela se tratara. Más claro, lo que aquí digo es que: una deficiente vida amorosa y familiar termina por extrapolarse en una vida pública de ínfima calidad.

Cual si por sufrir persistentemente “por amor”, se fuera a vivir mejor a la vuelta de la esquina; amores de papel sostenido por mera costumbre y tedio, por codependencia emocional. Y aunque es muy grande la tentación de culpar de todo a la presión de un maldito “qué dirán”, lo cierto es que la más de las veces se persiste por mera obstinación personal, por lo duro que puede ser no aprender a perdonarse uno mismo. Por esa suerte de entrampamiento que nos pone el ego de pensar que se es lo suficientemente especial como para ser capaces de cambiar a otros, aún si esos otros no tienen el más mínimo interés en cambiar, porque no sólo no ven la razón de hacerlo, encima consideran no conflictivo el desprecio que le prodigan a quienes dicen que aman.

Que mal consejera es la esperanza cuando se encuentra con el ego, porque a eso se reducen muchas cosas, a pensar que se es suficientemente especial como para motivar el cambio en aquellos que no nos respetan. Es triste decirlo de este modo, pero he visto tantas veces la misma estampa, que ya hasta aprendí a identificar los rostros de aquellas que viven destinos parecidos, me doy cuenta porque sus dueñas son todas tan parecidas entre sí, llevan ojos bellos que se apagan lentamente en medio de anestesias que las destruyen de a poco, mientras no hay maquillaje que logre ocultar la tristeza o el enfado de sus labios que sin que ellas se den cuenta, hace tiempo que han desdibujado las comisuras de sonrisas que cada vez cuesta más trabajo sostener así sea sólo para la foto o el álbum de los recuerdos.

Si todas esas mujeres que callan y hacen como que no pasa nada, como que en todos lados se cuecen habas y que nadie es perfecto, supieran lo fácil que es para un hijo darse cuenta que su madre no es feliz por mucho rímel o labial que se ponga, si ellas supieran lo jodidamente frustrante que es ver como tratan de ocultar tras la ropa o el maquillaje los estragos de hombres que no las quieren ni las respetan, sería muy difícil no verse aceptar que se quedan a lado de sus captores emocionales, no por amor a los hijos, sino por obstinación. Maldito ego que tanto daño nos hace. Una cultura libre de violencia no va llegar con sólo salir a gritar a la calle lo que es evidente, si en el día a día, allende de lo público, todo lo que no debería ocurrir se sigue reproduciendo.

Apaga y vámonos, si tan solo pudieran entender que un bajo auto concepto en los hijos, es resultado de aprender a normalizar la violencia, y que muchas veces ni pasando el tiempo se es capaz de curar la profundidad de heridas emocionales que no se ven pero persisten muchos años después de dejar de ser niños, no se tomarían a la ligera lo que aquí describo tan breve como insuficientemente. Porque todo esto es muy mucho más doloroso de lo que soy siquiera capaz de escribirlo, porque no se reduce a golpes o gritos, se cuela también en los actos más insospechados como el maltrato psicológico de hacer persistentemente trizas los sueños y/o aspiraciones de la pareja, burlándose, retándole, descalificándola hasta quebrarla, hasta hacerle sentir que todo ese odio que le prodigan es su culpa.

Y no, para dejar estos temas sin pensarse, no es suficiente como muchos adultos hacen saliendo del paso con los hijos con afirmaciones del estilo, váyase para allá mijo, no se meta en las pláticas de los adultos. Un hijo podrá no entender los detalles o el contexto que originan las discusiones entre sus padres, pero definitivamente que si se da cuenta –y más de lo que se piensa, sin importar cuan chico se le piense que es–, de lo que el maltrato significa y créame, si ya es difícil tener por fuerza que aprender a normalizarlo, es todavía más complicado aprender que no es culpa de ellos que las relaciones entre sus viejos no funcionen.

Por cierto que desde que señalar micro violencia se ha puesto de moda, la ocasión ha resultado propicia para terminar desconociendo temas que jamás se resuelven: corrupción pública y privada, aplicación diferenciada de la ley, exclusión, clientelismo electoral y demás; algo así como en nuestra perenne incapacidad para cambiar lo que a todos perjudica, nos conformáramos con conseguir victorias personales pírricas, que si bien no harán lo más mínimo por mejorar nuestras vidas, al menos nos dejarán la sensación de que ya hicimos la diferencia. Sin comprender que ambos tipos de problemas, los de la vida privada, como lo de lo público se hallan íntimamente relacionados.

Definitivamente estoy lejos de poder cerrar este tema, de a gratis no es mi permanente interés por Psicología y lo que me falta, pero me gustaría pensar que si más gente tuviera temas semejantes más presentes de lo que habitualmente lo hacen, tendríamos más y mejores opciones para dejar sin efecto sus consecuencias más desagradables.

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