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Ágora: Pandemia y educación. El periplo de dar clases a distancia

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 3 may 2020
  • 5 Min. de lectura

Pandemia y educación. El periplo de dar clases a distancia.

La mayor parte de mi vida profesional la he desempeñado como docente, lo que es más, incluso en aquellos momentos donde no he estado directamente involucrado con el quehacer académico o educativo, he terminado realizando las veces de capacitador o instructor en las más diversas áreas, lo mismo he dado clases en universidades, que en preparatorias, secundarias y cursos en el sector público y privado de toda índole. A lo mejor será por ello que no me veo haciendo otra cosa que dar clases, porque eso es lo que he hecho toda la vida y eso es realmente lo que amo, actuar como facilitador del conocimiento que en otro momento de la vida me legaron mis propios maestros.

Lo digo así, para exponer de lleno que si algo hay que conozco de primera mano, es la muy noble labor de dar clases. Una labor que al día de hoy sigo desempeñando, y la cual ha sufrido como ninguna otra, una transformación radical resultado de las medidas de contingencia sanitaria que se siguen para contrarrestar los efectos de la pandemia del covid-19, que desde hace meses nos ha tenido a la mayor parte del mundo en vilo. La cosa es que si algún espacio hay donde las dinámicas propias de lo cotidiano se han debido reajustar severamente, es en el de la docencia.

Cambios que si bien se dicen fáciles, han terminado probando que todavía tenemos un reto monumental en términos de educación a distancia. Porque sigue habiendo un mar de diferencia entre las exigencias propias del aprendizaje y las capacidades técnicas y humanas de las que se echa mano para que la labor docente se vuelva efectiva. Se podrá decir mucho en términos de lo político y o administrativo, porque desde hace muchos años es más que evidente que al país le urgen cambios de fondo para incrementar las posibilidades de preparación de nuestros estudiantes en todos los niveles, sin embargo, no es aquí donde pretendo detener la presente reflexión.

Básicamente por dos motivos a saber; primero, porque el espectro de implicaciones por explorar al respecto, es tan amplio, que no terminaría jamás de enunciar todo lo que se puede o debería hacerse para que las perspectivas educativas de nuestro país, mejoraran sensiblemente; y segundo, porque independientemente del sin fin de salvedades que se pueden identificar para dejar sin efecto los cambios que se requieren, lo cierto es que al día de hoy algo que ni siquiera figuraba por asomo al inicio del año entre nuestras preocupaciones más elementales, es lo que se está llevando las palmas en aquello de implementar a como dé lugar, cambios que nos posibiliten atender nuestro trabajo pese a todo tipo de carencias o insuficiencias.

En ese sentido, a excepción de lo que han estado haciendo los distintos cuerpos de seguridad del Estado, así como los profesionales del sector salud, entre médicos, enfermeras y/o personal de sanidad y limpieza de clínicas y hospitales, ninguna otra labor ha sido más insospechadamente complicada, que el acto mismo de continuar ejerciendo como maestro en estos tiempos de pandemia, donde por la gravedad de las circunstancias, la mayor parte de nuestras actividades, por no decir que todas, se han debido llevar a distancia. Y ha sido mucho más complejo de lo que se cree por las razones más variadas.

A veces lo es por la ausencia de recursos materiales, problema que nos lleva a cuestiones tan básicas, como no tener los medios –Internet, celular o computadora–, para dar o recibir la clase, como por la falta de pericia en el uso de las nuevas tecnologías, porque no todos manejan con soltura las plataformas que podrían auxiliarles para responder a las exigencias actuales, un problema del que participan por igual, tanto los alumnos, como los propios maestros; para nadie es un secreto que la centralidad que los adelantos cibernéticos y/o computacionales han tomado en nuestras vidas, ha ido abriendo una brecha de analfabetismo tecnológico donde lo mismo intervienen la diferencia de edades, que la propia disponibilidad de recursos materiales.

A veces también se ven involucrados cuestiones tan prácticas y esenciales como la obsolescencia de los equipos que se disponen, la cosa es que si el uso y el avance de las llamadas nuevas tecnologías –para referir a groso modo, el y disponibilidad de ordenadores personales, telefonía móvil y/o comunicaciones satelitales o de acceso a internet–, va cambiando a pasos agigantados, también lo hacen las especificaciones técnicas necesarias para permanecer vigentes en su uso o disfrute. Una cuestión en la que necesariamente intervienen intereses comerciales por demás variados, como el desarrollo mismo de la tecnología.

Si algo se ha vuelto moneda común al respecto en estos tiempos, es terminar por darse cuenta que muchas personas puede que dispongan de equipos de computo y/o telefonía celular de la que sin embargo van quedando lentamente relegados, en la medida que se ven imposibilitados para cambiar con la rapidez que quisieran sus equipos para ajustarse, ya no a las exigencias de la moda como algunas veces se critica al despilfarro y el consumismo que con el que se invita a propios extraños, sino a los requerimientos mínimos para conectarse o poder hacer uso de las aplicaciones disponibles.

Otro tanto toca a las exigencias administrativas de nuestras propias autoridades educativas, que sin reparar lo más mínimo en las dificultades y/o carencias tanto de millones de maestros, como de alumnos, se ven exigiendo que todos sin reparo alguno, se integren a los servicios digitales para continuar sus clases a distancia, como si cualquier cosa, ya lo mismo en redes, que en servicios televisivos. Lo que en un país como el nuestro donde el drama de lo cotidiano mantiene a muchos pendientes del cómo sobrevivir, está probando no ser una estrategia viable, porque en muchos lados, o se conecta uno al mundo que hay a distancia, o sigue vivo en el que se tiene de frente.

Pero no se detiene ahí la cosa, otro tanto ocurre entre algunos hogares de clase media, donde si bien se cuenta con recursos para favorecer la conectividad a distancia o el uso de la propia tecnología de redes, no siempre se tiene los necesarios para que todos los hijos se puedan conectarse al mismo tiempo, porque o se conectan los hijos, o lo hacen los padres para seguir atendiendo en la medida de lo posible sus propias responsabilidades laborales.

Algunos objetaran que parece mentira que hoy en día problemas semejantes a los descritos de forma breve en este comentario de opinión persistan, más si se vive en un medio urbano y relativamente bien atendido, como aquel en el que de hecho vive la mayoría ya en este país, –ni pensar siquiera lo que ocurre donde se carece de lo más elemental–, sin embargo, pensarlo de ese modo es desconocer las muchas y muy variadas implicaciones que hay de por medio, cuando de usar tecnología se trata.

Lo menos por decir al respecto, es que tenemos un reto monumental si es que deseamos que la regularidad de nuestro sistema educativo no se vea trastocada con la severidad que lo está haciendo hasta este momento. No tengo en mi modesta posición de docente, idea de si nuestras autoridades educativas comprendan a cabalidad el problema mayúsculo en el que todos y cada uno de los que en el sector educativo participamos –maestros, alumnos y o los propios padres de familia–, nos habremos de meter como se haga lo necesario para facilitar las cosas. Porque aún si la contingencia en la que hoy nos hallamos se levanta, es un hecho que como no se haga algo para subsanar las carencias que hoy enfrentamos en materia de tecnología educativa, es altamente probable que el día de maña cualquier otra incidencia parecida nos ponga otra vez contra las cuerdas.





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