Ágora: Algunas consideraciones sociales de cara a la contingencia por el covid-19 (PARTE I)
- Emanuel del Toro

- 30 mar 2020
- 6 Min. de lectura

Algunas consideraciones sociales de cara a la contingencia por el covid-19. (PARTE I)
La actual contingencia desatada por el covid-19, será muy necesaria en términos sanitarios, si, de acuerdo, pero para el caso de muchos en México, se trata de un lujo que sólo se pueden permitir quienes no viven al día. Para el resto que no tenga una situación privilegiada, porque ni pertenece a los sectores pudientes, ni cuenta con uno de esos trabajos de ensueño –cada vez más escasos–, que además de buena paga cuenta con prestaciones adecuadas, todo se mira muy distinto. Poco o nada va servir que quienes pueden se guarden en casa, mientras otros tengan la necesidad de salir si o si a la calle, digo, no todos en una misma familia tienen las mismas posibilidades.
¿Qué me va a decir, que basta con negar la entrada a casa a los parientes pobres? Perfecto, cada cual sabrá lo que hace o piensa, y sobre todo, cómo se lo curra. Si piensa responder con sarcasmos estilo, "que hagan lo que quieran, necios inconscientes" o "es que esos son chairos que secundan cualquier cosa que el gobierno federal les diga", perfecto, no esperaba que lo entendieran, la verdad es que no poca gente de dinero, se piensa en lo privado, aunque jamás se atreva a decirlo públicamente, que a la pobreza se le combate dejando morir de hambre a quienes menos tienen.
Y no, no es una exageración de mal gusto, para ser sincero, yo mismo he escuchado entre los sectores privilegiados de San Luis Potosí, chascarrillos parecidos, que lo único que muestran, es un terrible elitismo y una falta de conciencia social atroz. Lo más terrible es que no pocos de esos, son personas ligadas al gobierno, para quienes la realidad de millones jamás los habrá de tocar, y a los que se les hace tan gracioso burlarse de quienes menos tienen, porque así los han enseñado a pensar, son la prueba viviente de esa falacia discursiva, según la cual: El pobre es pobre porque quiere. Como si vivir mal fuera cosa de tener buena o mala actitud frente a la vida. Como si no hubiera en este país razones estructurales para la mala situación de millones.
Si usted es de los que se puede ir a casa sin la preocupación de estar pensando todo el día qué va comer o cómo le hará para pagar la luz, el agua, la renta o el crédito de la casa o del coche, ahora que no vende o vende lo mínimo, ahora que lo que hace para ganarse la vida no se mueve, porque hay menos gente de lo habitual en la calle, ahora que en su trabajo le han dicho que no tienen para darle la quincena, porque su contratante es un pequeño o mediano empresario, al que sus clientes no le han pagado porque también están al límite, perfecto, ni hablar, considérese afortunado y agradezca a Dios, la vida o lo que crea, pero al menos tenga la sensibilidad de no echar en cara la necesidad de los que no pueden quedarse en casa. La vida da muchas vueltas y nadie sabe cuándo habrá de estar en extrema necesidad, no seamos pues tan inhumanos y tengamos al menos un poco de consideración.
Últimamente he escuchado a muchos decir que algunos son tan irresponsables que se han ido a la calle sin tener realmente motivo, ni se diga cuando de un fin de semana se trata, y quién sabe, quizá en lo estrictamente sanitario tengan razón, pero no es menos cierto que para quienes tienen trabajos mal pagados, muchas veces su calvario no se reduce a lo ajustado de los recursos. No es sólo que tengan que apretarse el cinturón para economizar siempre todo lo que se pueda, es además que tienen una calidad de vida tan deplorable, que son prácticamente esclavos no declarados de sus patrones, –y no, nadie me lo cuenta, no es algo que mencione a oídas de terceros, lo sé de primera mano, porque así hube de vivir al menos tres años, cuando a falta de mejores perspectivas labores, me vi aceptando lo que fuera para seguir trabajando.
La cosa cuando se vive al día es mucho más dramática de lo que somos capaces de imaginar; muchos tienen jornadas laborales tan jodidas y extenuantes, porque trabajan de sol a sol, sin contar la muy mala paga que reciben, que para cuando salen de sus trabajos, ya todo está cerrado, no hay ni el consuelo de un café, una puesta de sol o el simple acto de poder andar en la calle sin miedo, porque ya es de noche. Ni que decir los fines de semana, donde quedan tan agotados de una semana de explotación, que no respeta prestaciones, horarios de jornada, ni tiempos de comida o descanso, que para cuando llegan a casa, lo único de lo que quedan ganas es de dormir todo el sábado (habiéndolo trabajado medio día) y el domingo mismo, sólo para terminar ese mismo día por la noche, ya dispuestos para una nueva semana de explotación.
Créame, esa no es una vida que merezca ser vivida, y no se la deseo ni a las personas con las que peor lo llevo. La padecí de ese modo durante tres años, y es la cosa más jodidamente deprimente que existe. Vamos, para no pocos que han debido regresar a casa a regañadientes de sus patrones explotadores, la sola idea de tener un respiro que les permita vivir lo que viven de rutina los que además de dinero tienen tiempo para sí mismos, así sea sin paga de por medio, ya es un triunfo personal tan grande, que debiera ser motivo de vergüenza para el resto de la sociedad.
Ojo, no estoy buscando romantizar la posición de quienes menos tienen en esta contingencia, como si carecer fuera un asunto de virtuosismo cívico, o como si tomar o no consejo para evitar que el tema sanitario escale, fuera una razón de necedad o irresponsabilidad, pero desconocer esta realidad es querer ver sólo la mitad de los problemas que el tema conjuga. De acuerdo, si, hay todavía mucho más por considerar para ser justos, y entre todo eso, también su parte toca al gobierno en todos sus niveles, municipal, estatal y desde luego federal. Como también otro tanto toca a la sociedad en general. En cuanto al gobierno federal, lo menos por decir, es que teniendo tras de sí un discurso que se asume de izquierda, se echa de menos la ausencia de medidas para evitar que los efectos económicos generados por este estado de emergencia, sigan escalando. Fondos públicos hay, la cosa es que no se están ejerciendo y si se ejercen, no se lo hace, adecuándose a las necesidades de quienes menos tienen, que son mayoría entre quienes llevaron al actual administración al poder.
Pero no se detiene ahí la cosa, otro tanto ocurre para el resto de la sociedad, nos está faltando solidaridad, humanidad y empatía. Lo que para unos es un estado de excepción con el que habrán de vérselas con relativa comodidad, para otros se está volviendo un auténtico calvario. Y es una disparidad alimentada no sólo por condiciones materiales de vida, sino por vicios institucionales del propio Estado, los cuales han favorecido una trepidante corrupción y una cultura de la informalidad tan extendida y homogénea, que virtualmente nos tiene viviendo desde siempre, por debajo de nuestras posibilidades reales. Porque si algo hay que molesta en esta contingencia, es pensar que buena parte de las condiciones que pueden llegar a favorecer la difusión exponencial de esta pandemia en México, son cuestiones que se han alimentado a merced del poco o nulo interés que se pone en hacer cumplir nuestra legalidad.
Si, de acuerdo, es más que seguro que mucha diferencia se hará en la medida que todos pongamos de nuestra parte, pero como ya he dicho, no todos pueden darse el lujo de interrumpir su vida de forma tan severa como este estado de emergencia lo exige, porque ello literalmente les implica tener que elegir entre morir o padecer por complicaciones de salud y morir de hambre. Así de grave es la cosa entre muchos, luego entonces si realmente aspiramos a sortear la cuestión, tenemos mucho más que hacer que sólo quedarnos en casa, porque como no lo hagamos, el impacto de lo que hoy sucede pudiera llegar a ser mucho peor de lo que se piensa.
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