Ágora: La cultura de la violencia y su relación con la seguridad
- Emanuel del Toro

- 24 feb 2020
- 3 Min. de lectura

La cultura de la violencia y su relación con la seguridad.
La cultura de la violencia no se reduce a la expresión personal de nuestra relación con el género opuesto, se extiende en los ámbitos más insospechados de nuestra experiencia cotidiana de vida. La violencia de género es un tema que alcanza por igual a hombres y mujeres, lo tengo que decir de este modo, porque no parece tan evidente para todos. Lo que se vuelve grave cuando quienes piensan de ese modo ocupan posiciones en los circuitos de poder del Estado y toman decisiones públicas a nombre de todos.
La cultura de la violencia tiene una de sus caras más visibles en la glamourización del crimen, en el modo casi heroico en el que multitudinariamente se hace apología de quienes transgreden la legalidad y además consiguen salir impunes, lo cual en México ocurre con suma frecuencia, porque para no ir más lejos el 98% de los delitos que se cometen quedan sin castigo. El país vive en medio de una crisis de legalidad donde todo tipo de cosas horrendas ocurren porque rara vez alguien paga, pero no solamente no hay consecuencias legales, encima de las celebra como si de algo digno de mención se tratara.
Pero ojo, la cosa no se reduce sólo al ámbito de lo ficticio, como ocurre con el entretenimiento televisivo, la música o el cine, incluso los medios noticiosos hacen con frecuencia un uso morboso, sensacionalista y distorsionado de la información. La cosa es el esquema de la información noticiosa sigue los causes vistos en la ficción, cual si esta fuera la que dictara a la realidad el modo de ser presentada, al más puro estilo de un drama.
Buena parte de los medios no informan para documentar a la opinión pública, antes bien, lo hacen para entretener, para mantener en vilo, poniendo su creatividad al servicio de la exhibición grotesca de quienes caen en desgracia, porque está más que demostrado que eso es lo que mejor vende y mantiene a sus audiencias pendientes de sus contenidos. Exactamente del mismo modo que desde siempre se ha usado a la mujer como escaparate de la sexualización en la industria del entretenimiento.
¿Y me dicen que no hay ya gran cosa que hacer? No es sólo una cuestión de legalidad, por más necesario que sea hacerla efectiva, va mucho más allá. Sirva para ejemplo de lo que digo esa propensión que exista de trivializar el análisis de lo que vivimos. Lo digo con todo propósito para traer a colocación que no pocos de los que intervienen para decir lo que piensan del tema de la seguridad o la violencia, lo ponen en términos de una lucha maniquea, entre gente buena y gente mala, cual si algo que lleva décadas se fuera a resolver más fácil si se le simplifica al extremo.
No me gusta esa narrativa de buenos contra malos –con frecuencia manejada por el actual gobierno federal–, porque ese tipo de discursos se hacen eco de ideas todavía más enfermas y o retrogradas, como las del perdón, la culpa o el pecado. Todo eso podrá estar muy bien para la esfera de lo privado, pero definitivamente no puede ser la fundamentación de un Estado de Derecho en una república democrática.
La seguridad está mucho más allá de ser una lucha entre gente buena y gente mala, porque aunque no falten razones instrumentalmente útiles para tener en cuenta la dimensión de lo moral, lo cierto es que lo que urge es terminar con ese horrendo lastre de impunidad que nos persigue históricamente. La ley debe dejar ser un instrumento político que se usa selectivamente según la conveniencia del de turno.
Si nuestra legalidad se extendiera de forma regular a lo largo y ancho del país, dejando fuera criterios particularistas o discrecionales, ya desde cuando muchos de los que delinquen se lo pensarían dos veces antes de dar rienda suelta a los actos más viles. Quien delinque lo hace no por malo, bueno o regular, lo hace porque sabe que el costo de hacer lo que le venga en gana, será siempre muy bajo o nulo; más claro: Quien delinque, delinque porque puede. Porque rara vez alguien paga.

















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