Ágora: La rifa del tigre
- Emanuel del Toro

- 3 feb 2020
- 3 Min. de lectura

La rifa del tigre. Como tema para chascarrillos y bromas, algunas más ingeniosas que otras, si que mola un rato, por aquello de que si algo hacemos muy bien en este país, es reírnos de lo público, pero ya puestos en plan serio, me parece quijotesco, por decir lo menos, que realmente estemos discutiendo públicamente la realización de una rifa para recaudar recursos con los que pagar un avión cuya adquisición se concretó en otra administración, repito, ¡hablamos de una rifa!, cual si el espacio nacional de un país entre los más importantes de su región, se pudiera subsumir en la lógica de un discurso parroquiano, más propio de una feria de pueblo en el México de los años 40’s, que de un país del siglo XXI con aspiraciones de recuperar la presencia internacional que antaño tuvo. Si, si, de acuerdo, la tenencia de un vehículo aéreo oficial, cuya fastuosidad raya en lo faraónico, resulta poco más que un insulto para un país donde la pobreza alcanza las proporciones que tiene en México; eso es llanamente lo que significa aquella máxima repetida hasta el hartazgo, de que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre, pero carajos, hay demasiados problemas de gravedad mayúscula en el país –corrupción, aplicación diferenciada de la ley, exclusión, violencia y una profunda erosión del Estado de Derecho; escoja el que mejor le parezca–, como para pensar que entre tales problemas se tenga que incluir la realización de una rifa. Sorteo cuyas posibilidades operativas no han sido del todo esclarecidas hasta el momento, ni que decir queda, que si se han de seguir los procedimientos habituales para cualquier otra participación en la lotería nacional, la intervención en dicho ejercicio, se verá limitada a aquellos que además de poder pagar su boleto, también tengan los recursos necesarios para pagar los impuestos correspondientes. De cualquier modo, así se condonaran los impuestos, quedaría por definir el costo del consabido uso y mantenimiento, lo que elimina de tajo a más de la mitad del país, volviendo el asunto sólo asequible a las clases privilegiadas en cuyo rechazo se propone no hacer uso del avión como un vehículo oficial del Estado. Desconocer dicha lógica, podría llevarnos con seguridad, a que una vez pasado el sorteo o “rifa”, –disculpen que lo entrecomille, todavía no lo asimilo, una rifa, ¡ja! Cual si fuera la kermés de una escuela, ya no sé si reír o llorar–, la persona que gane no pueda hacer efectivo su cobro, y termine buscando por su propia cuenta de qué modo sacarle provecho al premio, lo que con toda seguridad terminará significando su venta y o desmantelamiento al costo de lo que quien realmente tenga los recursos para usarlo decida; más claro: quien gane o termina perdiendo el premio por incapacidad para costear su cobro, o termina malbaratándolo como mejor le dé a entender su propio ingenio. Y no, esto no se trata de que cada cual habrá de decidir o no lo que hará si llegara a ganar. La cosa es que poner todos los recursos de un Estado al servicio de una idea que sólo queda clara en la mente de una persona, está muy lejos de ser una estrategia por la que valga la pena echar la casa por la ventana; téngase en cuenta que la sola realización de tal sorteo, habrá de costearse como sucede con cualquier sorteo de la lotería nacional, con recursos públicos, por lo que no importa si compra o no boleto, es un hecho que todos estaremos pagando de una u otra manera. Visto de este modo, lo de la rifa del avión presidencial, parece todo, menos la rifa de un avión de primera clase; una auténtica rifa del tigre, por un premio que nadie quiere, pero que estará obligado a conservar. La rifa del tigre está aquí, se presenta sin decencia… ¡Aguas!, porque seguro te la sacas, y ya saben lo que dicen: El tigre es encantador, pero salvaje e impredecible, por más que quieras amaestrarlo, siempre te puede atacar por la espalda. Si no, pregúntenle al mago ese de Las Vegas tan famoso y mamón, que hacía trucos con animales… No los hará nunca más. Ni trucos, ni muchas otras cosas que solía. Y es que suelto el tigre, a ver quién lo amarra.

















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