Cuarto oscuro: Fuego
- Fernanda Haro
- 22 ene 2020
- 2 Min. de lectura

Fuego
Dime que me quieres, que me amas, que te es imposible vivir sin mí, dímelo hasta que te crea o hasta que te lo creas, dímelo hasta que sea cierto. Y cuando sea cierto, repítelo hasta tu cansancio porque el mío no tendrá límites.
Deja que te cuente mis miedos más patéticos y que te llene la cara de besos, que te llame por las noches para sentirme acompañada y que te muestre todas las canciones que quisiera dedicarte con el pretexto de que me recuerdan a ti.
Deja que te escriba cuando te extrañe y que te visite de sorpresa con la excusa más tonta del mundo, deja que tome tu brazo cuando caminemos por la calle y que te observe con atención mientras haces cualquier cosa.
Deja que te demuestre que yo si te quiero y que estoy dispuesta a quererte, aunque a ti se te haga difícil. A veces me gustaría que te vieras de la forma en la que yo lo hago, pero no te culpo, es igual de difícil vernos la espalda sin espejo que aceptarnos y querernos como somos.
Pero cariño, conmigo no necesitas filtro, ni permiso, ni máscaras, ni una historia inventada de la vida perfecta. Cuéntame todo tu día, los problemas con tus padres y aquellas cosas que no te dejan dormir por las noches; dime que es lo que más te molesta de ti, cuál es tu mayor miedo y tus mejores experiencias; platícame todo, hasta lo que creas que no tiene sentido, porque para mí lo tendrá.
Desnuda tu alma frente a mí, muéstrame lo que en verdad eres sin miedo alguno y deja que abrace tu interior, fundámonos un momento y dejemos que nuestros cuerpos hablen por sí solos.
Deja que me recueste en tu pecho por las noches, déjame acariciarte el cabello y escuchar tus ronquidos, te prometo que a la mañana siguiente puedes desaparecer sin dejar una nota o sin llamar, entenderé la respuesta a mi pregunta, a mi cuerpo insistente. Entenderé si tu miedo hace que te alejes, si abrirte de ese modo es demasiado para ti.
Así que esperaré, prepararé tu desayuno favorito y pondré el programa que te gusta ver una y otra vez, porque el día que reciba tu inocente mensaje, estaré lista para abrir la puerta y sonreírte como si nunca te hubieras ido, como si hubieras estado siempre ahí. Ignoraré la ausencia de tu calor en el otro lado de mi cama y te abrazaré por encima para evitar que salgas corriendo y así, poder cuidar el fuego que te sigue trayendo hacia mí.

















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