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Ágora: Ninguna historia es realmente lo que parece

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 23 dic 2019
  • 3 Min. de lectura

Ninguna historia es realmente lo que parece.


Chistoso, cuando la gente habla de episodios históricos de toda índole con mayor o menor medida se ve de continuo, poniendo a prueba aquello que se imagina como el recuento de lo sucedido, como los del esclavismo en África a manos de algunas potencias coloniales, aunque fueron los emperadores africanos de numerosas etnias y grupos tribales los que vendieron a sus enemigos como esclavos, sólo los blancos son culpados de lo sucedido. Y ni que decir de episodios como el de la mal llamada “Conquista de México”, –que no pudo ser tal, porque nuestro país nació en realidad de la unión nativo hispana. Antes bien fueron los Tlaxcaltecas y numerosas naciones nativas las que ayudaron a 500 españoles a terminar con sus más odiados rivales, los Aztecas pero sólo los españoles son culpados de lo sucedido.


Lo que es todavía más ridículo, siempre que el tema sale a relucir, no falta quien llega a decir, que estos ejecutaron un saqueo masivo de oro y plata, riqueza que codiciosamente se habrían llevado para Europa donde aparentemente lo habrían usado para darse la gran vida. Y lo que me pregunto: ¿Dónde carajos se supone que quedó realmente toda esa riqueza de la que muchos se duelen, cuando de los 10 millones de personas que había en España al inicio del periodo colonial, 6 millones terminarían emigrando permanentemente hacia América Latina, 4 millones de los cuales, se establecieron definitivamente en México?


¿O qué, a poco tantos edificios coloniales que hay diseminados –como testigos mudos de aquella época– por todo el país se construyeron de a gratis? Definitivamente que no. Ah por cierto, para los que hablan de la gran masacre de los conquistadores matando indígenas a diestra y siniestra, cabe advertir que el 90% de las etnias nativo americanas que alguna vez poblaron el continente americanos, murieron si después del inicio del periodo colonizador, pero más bien de forma involuntaria como resultado de la trasmisión de enfermedades para las que no estaban preparados.


Tan fuerte fue el impacto de este problema que las propias Cortes Reales se vieron trasladando grandes contingentes de personas de distintas partes del propio Imperio Español para contrarrestar, en la medida de lo posible, el masivo despoblamiento que asoló la región. Estableciendo además los rudimentos de lo que después se conocería como La Encomienda, una institución político administrativa, cuyo objetivo primordial a grosso modo, fue supervisar el progreso educativo y demográfico de las diversas poblaciones asentadas en el territorio americano.


¿Hombre pero qué caso tiene hablar de estas y otras cosas parecidas si el pasado ya fue y hay muchísimos más problemas actualmente como para detenernos a pensar por cosas que sucedieron hace siglos? –podrán decirse algunos. Y es que justamente ahí donde está el detalle; reconocer que la historia que conocemos no es nunca lo que parece, que igual que un día se es héroe, mañana se puede engrosar las filas del villanísmo histórico e incluso salir de súbito para ser tomado por prócer si la ocasión lo amerita. Aunque lo de menos sea ser una cosa o la otra, ¿cómo negar que no haya nada intrínsecamente circunstancial en conocer la realidad que nos precede, si en ella se hallan codificadas las claves de lo que como sociedad somos? ¿Que por qué traigo a colocación un tema semejante?


Un año más se va terminando, y con ello como siempre, se vienen las consabidas fiestas de navidad, fin de año y reyes, todas producto del colonialismo, pero tan ampliamente aceptadas lo mismo en México que en Hispanoamérica y el resto del mundo, que rara vez nos cuestionamos su origen y o significado, mismo que muy poco tiene que ver con los intereses comerciales que alientan tales festividades, al clamor de una fraternidad que no alcanza para ser congruentes el resto del año, pero que se congratula cada que un año está por terminar en la esperanza de que sin cambiar un ápice el cómo somos algún día todo irá a ser mejor.


Lo digo así sin más como un modo de ejemplificar lo mucho que nos queda por reconocer y o cambiar en términos de pensamiento, si es que alguna vez pretendemos darle la vuelta al interminable atolladero de siempre vivir por debajo de nuestras posibilidades. La pregunta que siempre me hago es: ¿estaremos ya preparados, o iremos a seguir como hasta ahora indefinidamente? Sigo sin saberlo, en fin, espero pues que la extravagancia del tema que he traído a mención, sirva para reflexionar realmente en qué creemos y por qué, sólo en ese modo podremos recuperar el auténtico significado de nuestras tradiciones, volviéndolas vivo ejemplo.








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