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Vislumbres: El nacimiento de un gran hombre


EL NACIMIENTO DE UN GRAN HOMBRE. –


A propósito del Día del Maestro, hoy quiero comentar que, si aún viviera, el profesor Juan Oseguera Velázquez cumpliría este jueves 16 de mayo de 2019 cien años de haber nacido, y de iniciar una vida sumamente activa y fructífera para sí y para los colimotes.


Si usted, lector, no es nativo de Colima, o es de aquí pero todavía muy joven, es muy posible que no haya leído o escuchado nada acerca de ese gran profesor, por lo que aprovecharé la oportunidad para referirme a él, como uno de los hombres que más aportaron a nuestra entidad a lo largo del siglo XX.


El maestro Juan Oseguera, un individuo delgado, de altura más que mediana, pómulos angulosos, frente muy despejada y unos ojos risueños y penetrantes tras de unas gafas de armazón amplia y ligera no nació en Colima, sino en Aguililla, un pobladito del suroeste michoacano que durante la época en que él era un pequeñín estaba casi totalmente incomunicado y sólo había veredas autóctonas y uno que otro camino de herradura que conectaba a sus habitantes con los municipios vecinos de Coalcomán, Apatzingán y Tepalcatepec.


El niño aquel vio, pues, la primera luz, en tales condiciones de aislamiento el 16 de mayo de 1919, cuando en su región pululaban, transformados ya en verdaderos bandidos, algunos pseudo guerrilleros revolucionarios que no habían podido, o no habían querido amnistiarse, acicateados tal vez por la leyenda negra en que se convirtió la vida de Luis. B. Gutiérrez, el tristemente famoso “Chivo Encantado”. Muerto y descabezado en la colindancia estatal entre Michoacán y Colima apenas tres años antes.


El papá del profesor se llamaba Urbano Oseguera, y era carpintero de oficio, pero se había especializado en la manufactura de fustes y estribos para las sillas de montar. Y su mamá, doña Fortunata Velázquez, ama de casa como era costumbre en el medio rural.

Foto: Abelardo Ahumada

LA INFANCIA ENTRE PENALIDADES. –


El pequeño Juan aprendió sus primeras letras en la pequeña escuela de la localidad, pero muy poco le duró el gusto de contar con un padre y, habiéndose convertido en huérfano, siendo todavía niño, se tuvo que meter a trabajar al taller familiar, donde aprendió el oficio ayudando a sus hermanos mayores.


Las dificultades económicas lo llevaron a vivir con unos familiares en Villa Victoria, Michoacán, cabecera de Chinicuila. Municipio que, como muchos paisanos saben, colinda con el municipio de Colima. Motivo éste por el que desde varios siglos atrás los chinicuilenses tenían mucho mayor contacto con la capital de nuestro estado que con Morelia.


La vida para un huérfano suele ser más difícil que para quienes tienen sus padres y, así, aunque el pequeño Juan tenía apoyos relativos, se tuvo que emplear de bolerito para conseguir algunos centavos que aligeraran sus necesidades infantiles y le ayudaran a completar sus gastos escolares.


Hubo, sin embargo, en esa misma comunidad, o en esa escuela, una persona que se fijó en las capacidades del jovencito y lo promovió para que, a los casi 15 años de edad, terminando el 6° de primaria, lo habilitaran como “preceptor de tercer orden”. Lo que equivale a decir como profesor rural capaz de enseñar a otros individuos más pequeños “a leer, escribir y contar”.


Y así nos podemos imaginar muy bien a ese escuálido muchachito “recién salido del cascarón”, haciendo, como muchos otros de su edad lo hicieron en su época, las veces de alfabetizadores en un territorio donde eran escasísimas las personas que supieran escribir.


Después de tres años de haber estado rancheando en diferentes escuelitas en la zona de Coalcomán, el joven mentor fue reubicado en Villa Victoria, donde su notable curiosidad lo llevó a aprender el clave morse y se metió también de ayudante de telegrafista.


Gracias, pues, a la labor docente y a su empleo complementario, sus vecinos lo empezaron a percibir como un individuo amante del estudio y gran lector que se estaba propiciando una formación autodidacta. Cualidades que en 1940 le valieron para que, apenas cumplida su mayoría de edad (que en esa época se alcanzaba legalmente a los 21), fuese llamado por el recién electo alcalde de Chinicuila para desempeñar el cargo de secretario del Ayuntamiento.

EMIGRACIÓN A COLIMA. –


No sabemos cuál haya sido el raquítico sueldo que el profesor Oseguera había ganado como profesor, ni qué tanto haya percibido en su nuevo cargo pero, en 1941, sabiendo que en la entonces todavía pequeña y casi desolada ex hacienda de Armería, Colima, estaban vendiendo tierras muy baratas, logró adquirir una pequeña propiedad, y movió una que otra palanca para irse a radicar a la capital del estado, en donde cambió su plaza de la SEP a la Secretaría de Hacienda, en donde duró casi diez años laborando. Todo esto al mismo tiempo que, por una parte, en sus ratos libres plantó un palmar en las ocho hectáreas de tierra casi virgen que había conseguido en Armería; empezó tomaba cursos sabatinos y vacacionales en el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio; ingresó al partido dominante de aquellos años; se relacionó políticamente y comenzó a noviar con la muy bella señorita Josefina Parra Silva, de quien se enamoró fuerte y en serio.


Hay fuertes bases para suponer que desde muy pequeño Oseguera Velázquez aprendió a tirar con pistola y fusil en su pueblo natal, y de que ya desde entonces le gustaba salir de cacería, porque apenas tendría un par de año radicando en Colima cuando ya estaba participando en la Integración del Club Cinegético “Coliman”, dirigido por el Gral. Benjamín Reyes García, con cuyos integrantes el viejo militar promovía actividades de caza, tiro y pesca.


LOS AÑOS DE MADURACIÓN. –


Para mí es claro que Juan Oseguera Velázquez fue un hombre muy polifacético pues, empujado por la innata curiosidad y el gran deseo de aprender que tenía, al cabo de otros pocos años ya se le vio activo en las letras y en actividades deportivas, formando parte, por ejemplo, en 1947, de la Unión Colimense de Periodistas, que presidió Carlos Pizano y Saucedo, con Melitón de la Peña, Gregorio Macedo López, Ricardo Romero Aceves y Vicente Venegas Rincón. Precursora de la que algún tiempo después se habría de convertir en la Asociación Colimense de Periodistas y Escritores (ACPE), que todavía existe.


Un rasgo más del profesor que tendría hoy que resaltar es el que, habiendo tenido doce hijos, se vio forzado a trabajar muy duro para sostenerlos y sacarlos adelante. Por lo que buscó y aprovechó cuanta oportunidad laboral tuvo al alcance, siendo, por ejemplo, secretario del Ayuntamiento de Colima, durante dos administraciones consecutivas a principios de la década de los 50as; vendedor de calendarios, libros y publicidad; representante de las primeras compañías de seguros que comenzaron a operar en el estado a finales de esa misma década; jefe de zona del Banco Nacional de Crédito Ejidal; oficial mayor del Congreso y diputado local en la XXXVIII Legislatura, entre otras muchas ocupaciones no remuneradas que también tuvo, como la de haber sido el fundador y primer presidente de la Asociación Estatal de Ciclismo, y la de haberse convertido en promotor cultural y hasta descubridor de talentos, en la medida de que desde que se decidió a escribir y publicar sus primeros libros, involucró a un buen número de jóvenes que él supo captar desde las posiciones políticas o educativas que desempeñó, para usarlos como sus ayudantes y estimularlos a la investigación y otras tareas, según me lo llegó a contar en vida, nuestro común amigo, el cartógrafo Elías Méndez Pizano (q. p. d.); y me lo han confirmado después, en diferentes charlas, los licenciados Agustín Saucedo Ávalos (recientemente fallecido también), Miguel Chávez Michel, Gabriel Velasco Larios y Javier Valdovinos Collado; así como el profesor Juan Manuel Almaguer Rodríguez; el gran dibujante J. Guadalupe Lepe Alcaraz y el genial “monero” Alvaro Rivera Muñoz, “Rima”.


LAS GRANDES INQUIETUDES, LAS GRANDES OBRAS. –


Ya dije que el profesor Oseguera Velázquez fue un individuo al que lo movía una curiosidad insaciable y que se caracterizó en ese sentido por el autodidactismo, leyendo cuantos libros, folletos y periódicos llegaban a sus manos. Pero lo que no he precisado aún es que, dentro de ese gran número de afanes, tuvo dos en los que se empeñó con mayor entusiasmo: el del conocimiento geográfico y el de su pasión por la historia. Afanes que en buena medida compartió con un muy conocido (y famoso) grupo de amigos, entre los que podríamos mencionar al profesor y librero Vicente Venegas Rincón; al profesor y licenciado Ismael Aguayo Figueroa; al profesor y periodista Gregorio Macedo López; al profesor, político e historiador Ricardo Guzmán Nava y al ingeniero y poeta Rigoberto López Rivera, por mencionar sólo unos cuantos integrantes de un gran grupo que fue muy notable, culturalmente hablando, durante la segunda parte del siglo pasado.


Y para que se vean los alcances y las preocupaciones tan disímiles, y a la vez tan acertadas que tuvo el maestro, tendría que mencionar, por ejemplo, que a principios de 1956, siendo el alcalde de nuestra capital el Ing. Roberto Levy Rendón, Oseguera presidió un comité ciudadano cuyo como principal propósito fue el de gestionar la construcción de un puente moderno sobre el Río Colima, a la altura del “Tanque de los Caballos”, para sustituir el tronco de palma por el que, con todo y miedo, y con peligro de caer, los peatones solían cruzar, sobre todo cuando acababan de pasar las tormentas y bajaban las crecientes arrastrando todo.


He sabido que otra ciudadana notable que participó en tal comité fue la maestra Celsa Virgen Pérez y que, ellos y otros vecinos de las calles aledañas, apoyaron al alcalde Levy para solicitar al gobernador, Rodolfo Chávez Carrillo, que realizara las gestiones necesarias para la construcción del puente. Mismo que fue el primero de la ciudad en el que se utilizaron el concreto y las varillas de acero. Y que inauguró el presidente Adolfo Ruiz Cortínez en su visita a Colima y Villa de Álvarez, el 17 de noviembre de 1956.


Hay muchísimas más cosas que referir en torno a las obras de profesor Oseguera, pero como es imposible resumirlas en un espacio tan corto, ya sólo me referiré a unas de las más importantes. Comenzando por decir que fue el primer ciudadano que, siendo diputado local, el 8 de julio de 1958 advirtió a sus compañeros de Cámara y al gobernador en turno, los problemas de límites que podrían sobrevenir a raíz de que Jalisco reclamó el tramo de La Culebra. Y casi cinco semanas después, en la sesión del 15 de agosto de 1958, expuso el dato de que el gobierno de Jalisco tenía también la pretensión de anexarse los yacimientos de hierro de Minatitlán, donde por entonces no había aún, ni en sueños, los planes para fundar y explotar la mina de Peña Colorada.


Él mismo, dada su propuesta, encabezó una comisión para trasladarse secretamente a La Culebra y averiguar lo que realmente estaba pasando. Pudiendo refrenar con su informe, por algunos años, las pretensiones anexionistas del gobernador jalisciense.


En 1958, todavía como diputado, simpatizó con el sentir de los muy entusiastas fundadores del ejido de Armería y, habiendo advertido cómo había crecido su núcleo poblacional, promovió su erección como municipio, pero de momento no prosperó. Aunque sí se logró tal propósito en 1963, cuando él mismo y uno de los primeros equipo de trabajo que llegó a formar, dedicaron algunas semanas a la recopilación de datos para elaborar el primer Mapa del Estado de Colima con base en la fotogrametría. Mapa que cosa de un año después se convirtió en el Mapa Oficial del Estado.


OBRAS FINALES. –


Sin dejar de reconocer que la mejor obra que pudo realizar el profesor Oseguera fue, sin lugar a dudas, la formación profesional de casi todos sus hijos, vale la pena mencionar que en 1973, junto con otros integrantes del INDECO, realizó algunas gestiones oficiales y una gran labor de convencimiento entre los ejidatarios de Suchitlán para aprovechar de manera colectiva los beneficios económicos que podrían derivarse de un aprovechamiento turístico de la Laguna de Carrizalillos, entonces en condiciones todavía casi vírgenes.


Todo ello sin mencionar aún que escribió y publicó más de una docena de libros, de los cuales hay al menos tres que considero como de “consulta obligada”; y que por haber publicado el libro “Tecomán, un ejemplo de desarrollo regional” recibió grandes elogios y fue nombrado como el primer cronista oficial de ese municipio. Mismo en el que ya con esa calidad le tocó organizar el Décimo Segundo Congreso de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas, que tuvo por sede la ciudad de Tecomán, en julio de 1989. Mérito por el cual fue nombrado presidente de esa gran asociación hasta julio de 1990.


Poquito más de dos meses antes de que falleciera, tuve oportunidad de conversar largamente con él sobre su vida y su obra, y logré, finalmente, que esa charla se convirtiera en una entrevista que se publicó el domingo 3 de octubre de 1993… Falleció el 11 de diciembre de ese mismo año… Y mañana, jueves 16 de mayo, cumpliría 100 años de haber nacido.

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