Ágora: La importancia de la solidaridad
- Emanuel del Toro
- 17 mar 2019
- 2 Min. de lectura

La importancia de la solidaridad.
No existe en esta vida algo más ruin –cuando hay modo de hacerlo–, que mantenerse a raya de ayudar a cualquiera en situación de desgracia y o desventaja. No hacerlo significa, no sólo pasar de largo frente al sufrimiento de nuestros semejantes ejerciendo la indiferencia; también conlleva olvidar lo mucho que todos hemos recibido alguna vez en bendiciones para llegar al punto donde nos encontramos, y la singularidad con la que dicha posición de privilegio puede llegar a cambiar tan abrupta y rápidamente como el acto involuntario de parpadear.
Si no somos capaces de ayudar a otros, lo menos que estamos llamados a buscar, es evitar –en la medida de lo posible–, que nuestros actos y omisiones, den razones para condicionar las opciones de crecimiento de aquellos en cuya convivencia nos hallamos cotidianamente más próximos. Algo sólo posible en la medida que se acuda la confianza y la reciprocidad como pilares de nuestra convivencia diaria. Porque detrás de cada acto de solidaridad que decidimos ejercer, pervive una opción de mutuo aprendizaje entre lo que uno mismo es capaz de aportar por aquellos en cuyo auxilio acudimos.
Dicho orden de relaciones, supone promover de forma rutinaria una toma de decisiones independiente de miedos, sesgos o prejuicios, a cuyo resguardo, se tenga la prudencia de no alimentar apegos y condicionalidades, en cuyo ejercicio se instale el oportunismo y la comodidad de no saber ir más allá del provecho personal más inmediato. Cuestión que depende en buena medida, del modo como tasemos la importancia de las personas; de ahí que anteponer la valía de su esfuerzo, por encima del valor material atribuible a cualquiera de sus realizaciones, rinde mayores dividendos como parámetro de sus capacidades, que el simple cálculo de rendimiento costo–beneficio.
Ese y no otro, es el motivo principal por el cual resulta indispensable poner especial cuidado en procurar que el eje de nuestras relaciones interpersonales, se halle signado, por la búsqueda del bien común como fundamento. De lo contrario, incluso la conquista de aquellos propósitos, que por su causalidad dependen exclusivamente de uno mismo, pueden verse condicionados, o de menos, fuertemente afectados por consideraciones en apariencia ajenas a nuestros intereses. Qué tan complicado sea que nos demos cuenta, tiene consecuencias insospechadas sobre el tipo de sociedades que somos capaces de construir.
En ese sentido, un buen comienzo sobreviene al combatir resueltamente la toxicidad de ideas del estilo: “yo por qué”, “no es mi problema”, “cada quien hágale como pueda”, “qué lo hagan otros”, “yo, de lo único que me preocupo es de mí, los demás como quiera”, “si yo estoy bien, que el mundo ruede”. Asimismo, otro tanto puede hacerse ofreciendo, desde lo propio, opciones para compartir de forma cotidiana, todo aquello en lo que mejor nos distinguimos.
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