Ágora
- Emanuel del Toro
- 13 jul 2018
- 3 Min. de lectura

Elecciones y legitimidad. Una exploración al escenario pos electoral de 2018. Parte I.
Dicen que no hay fecha que no se llegue, ni plazo que no se cumpla, dicen también que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista; son tantos los lugares comunes de los cuales hacerse eco para relatar lo acontecido en los comicios federales de este año, y sin embargo, se diga lo que se diga, cualquier consideración será insuficiente, entre otros motivos, porque pese a la importancia de lo acontecido no se tiene al momento una idea clara de lo que habrá de ocurrir más delante.
Que si, que hay mucha expectación ni dudarlo; entre quienes votaron por la opción vencedora, todo es jubilo y algarabía, mientras que entre quienes vieron perder a sus candidatos se percibe una atmosfera de tensión, tristeza y en no pocos casos de disgusto. Sin embargo, más allá de la natural polaridad entre quienes ganaron y perdieron, lo cierto es que la jornada electoral del domingo 1 de Julio terminó exactamente del mismo modo que se desenvolvió la totalidad del proceso electoral, con el candidato de la alianza entre Morena, PT y ES como virtual vencedor desde el momento mismo que la contienda diera inicio.
De hecho, para ser más preciso, no hubo una sola ocasión en que el resto de los candidatos en disputa estuviera siquiera cerca del puntero. El resultado ha sido un triunfo nunca antes visto en el país desde el afianzamiento mismo de la democracia. Quien ha resultado vencedor en los comicios de este fin de semana, promete llegar a la presidencia con una de las tasas más altas de legitimidad de toda la historia nacional, (lo ha votado poco más del 50% de los electores), sin embargo, por paradójico que parezca, pese a su alta popularidad, se trata también de uno de los personajes públicos más controvertidos de la escena política nacional en los últimos 20 años.
Entre otros motivos por la naturaleza argumentativa de un discurso político incendiario, que a contracorriente de lo que ocurre con la clase política tradicional, se aparta del establishment, toda vez que ha señalado de forma persistente el abuso del patrimonio público por intereses privados, además de poner en entredicho el éxito del derrotero material seguido desde hace cuatro décadas cuando el país emprendió una estrategia de desarrollo orientada hacia el comercio exterior con el libre comercio como fundamento, sugiriendo en cambio la conveniencia de volver a estrategias de crecimiento con el mercado nacional como fundamento.
Y si bien mucho es lo que se pude decir al respecto, lo mismo para defenderle, que para desestimar la legitimidad de su posición, lo cierto es que su discurso ha terminado recalando en una parte importante de la sociedad, de otro modo no se entendería lo más evidente: su triunfo. Porque si bien no faltan razones para pensar que el diagnostico que ofrece es cierto, en el sentido de que el país se halla hoy en un impasse caracterizado por la ausencia de perspectivas materiales claras para la mayoría, producto de una cultura colectiva donde el abuso de lo público, la corrupción y la ausencia de legalidad son cosa común, no es menos cierto que pese a su complejidad y seriedad, los problemas de este país son asombrosamente parecidos a los de otros países de la propia América Latina.
Teniendo en cuenta lo anterior, muchas son las preguntas posibles en este escenario pos electoral, sin embargo es todavía muy pronto para decir que habrá de suceder en adelante, lo de menos es preguntarse ¿hasta cuándo habrá de durar el bono de legitimidad que el candidato vencedor tiene hoy consigo?
CONTINUARÁ.
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