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Ágora: Un desenlace nada original


Un desenlace nada original.

Por Emanuel del Toro.

Por fin tras de mucho esperar, el proceso de selección del candidato presidencial de Morena llegó a su fin el miércoles 6 de septiembre de 2023, con un resultado por demás predecible; primero, porque siempre fue la candidata favorita del propio López Obrador; y segundo, porque las propias intenciones de voto de los simpatizantes para con Claudia Sheinbaum, siempre fueron muy superiores a la de cualquiera de los otros candidatos. En tales condiciones, la celebración del ejercicio de consulta no fue más que la consumación de un triunfo anunciado en forma anticipada, desde mucho antes.

Quizá lo único que ha salido un poco del guion en semejante escenario, sea la reacción –más que entendible– de Marcelo Ebrard, que sin esperar a que el proceso de consulta se agotara, acuso la existencia de anomalías, –tanto en la realización de la promoción del voto previo al ejercicio de consulta, como en lo tocante a la consulta misma–, lo que ha derivado en un escenario de evidente tensión y rispidez al interior de Morena, al tiempo que ha levantado dudas respecto al futuro político de Ebrard en dicho instituto político.

Coyuntura en la que no se ha guardado de decir en los días posteriores a la consulta, que ya no siente tener cabida en Morena, en una seguidilla de declaraciones, que si bien hacen patente su disgusto con los resultados, no terminan de ser lo suficientemente definitorios para establecer si habrá o no una ruptura que lo lleve a otro partido. Y aunque la idea de que la tensión termine en una ruptura, resulte un tanto improbable, si es claro que el escenario ha puesto a pensar a más de uno en dos cuestiones; a dónde es que se iría Ebrard si se llegara a ir, y a quién beneficia y/o perjudica más una hipotética salida de Morena.

Incertidumbre que no ha evitado que, –muy a la usanza de lo que solía acontecer en el viejo régimen del otrora partido–, las estructuras internas del partido hayan terminado llamando a cerrar filas –con todo y el respaldo de las gobernadores morenistas y sus aliados–, para convalidar, sí o sí, el resultado de la consulta. Para el caso, igual que ocurriera con Xóchitl Gálvez, la abanderada de oposición, del llamado Frente Amplio, la designación de Sheinbaum no causa la más mínima sorpresa; la cuestión es que por distintas razones, la elección de ambas contendientes tiene un tufo a ser una elección dirigida y/o condicionada, la del oficialismo, por lo que se ordena en Palacio Nacional, y la de la oposición por los intereses de un grupúsculo de intereses empresariales por demás cerrados.

Lo que no deja de resultar toda una ironía en una sociedad como la mexicana de fuerte raigambre tradicionalista, en el que si bien se posicionan dos mujeres como las principales contendientes a la presidencia, –para beneplácito de quienes consideran la cuestión un logro importante–, su elección no logra disipar el tufo a ser una elección condicionada por razones que nada o muy poco tienen que ver con una genuina consolidación de la participación femenina en la vida pública del país.

Cuestión que queda patente, muy a pesar de ambas contendientes, en la medida que ambas candidatas han hecho excepcionalmente poco por posicionar dicho tema como un asunto preponderante de sus intervenciones. Antes bien, como ha sido prácticamente todo el actual periodo de gobierno, se han complacido en replicar ese malsano posicionamiento ideológico de descalificar al bando contrario, sin conceder la más mínima consideración o reparo de lo que los adversarios proponen o señalan. Desde luego cabría esperar que la cuestión mejore a medida que las campañas y la sucesión presidencial misma se acerquen. Sin embargo, es justo decir que hasta el momento queda la cuestión como un deudo pendiente.

Ahora que bien, considerando que el protagonismo de la cuestión tras la celebración de consulta y la propia elección de Sheinbaum como abanderada de Morena, se lo lleva la tensión generada ante una posible ruptura y salida de Ebrard, cabe preguntarse a dónde es que se iría. O cómo es que pensaría proceder. Y aunque es cierto que al momento que se escribe este comentario, no tendremos que esperar más que unas horas para ver finalmente que ocurre, no es menos significativo decir con toda claridad que la posible salida de Ebrard –muy presumiblemente a Movimiento Ciudadano–, podría llegar a contribuir al posicionamiento de una configuración tripartita en el sistema de partidos.

Algo que replicaría lo visto en la década de los 90’s, en la que si bien había en lo formal un multipartidismo, lo cierto es que tres eran las fuerzas políticas que verdaderamente podían aspirar a gobernar. Un equilibrio que no sentaría nada mal considerando lo polarizado que se ha mantenido el país de manera persistente desde la irrupción del obradorismo en la escena política nacional. La pregunta obligada en ese sentido es: ¿pudo haber sido distinta la actual coyuntura?

Todo parece indicar que sí. La cuestión es que si la polarización ideológica antes referida, hubiera tenido efectos negativos en el pasar de la economía nacional, que no necesariamente se relacionaran con los estragos de la pandemia, seguramente López Obrador habría optado por favorecer la elección de Ebrard, opción que huelga decir, siempre se ha visto como de talante más moderado frente al proyecto original del propio Obrador. Sin embargo, considerando que el país se mantuvo pese a los numerosos sobresaltos vividos en el periodo, financieramente estable. La opción más que lógica, era decidirse por Sheinbaum, la cual es a todas luces la candidata que más fielmente reflejaría las aspiraciones del actual mandatario federal. Lo que no garantiza per se, que la marcha del país se vaya a mantener como hasta ahora, pero si al menos indica lo inercia que se persigue.

La cuestión de momento, es ver qué ocurre con Ebrard; y si su posible salida se concretara, resolver a quién le perjudicaría más. Una cuestión en la que mucho depende si Morena logra convocar o no, a una cantidad de electores similar o superior a la 2018. Reto que si bien algunos dan por descontado porque se asume que el poder del Estado y su aparato de compra voluntades otorga fuertes ventajas. Hay no pocos escenarios tanto en lo federal, como en lo local, que prueban que no siempre contar con recursos públicos ilimitados garantiza el triunfo electoral.

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