Ágora: No para todos es igual

No para todos es igual. Un comentario personal en torno al irresuelto problema de la movilidad en San Luis Potosí.

Por: Emanuel del Toro.

Hace cosa de unos días, fui invitado por un amigo, a participar en un grupo de discusión política. La cuestión de fondo con la invitación que me hicieron, era la posibilidad de discutir rutinariamente, temas de interés público diverso, con el propósito de propiciar un intercambio de ideas, plural, socialmente representativo y capaz de salir de las coordenadas de lo político-ideológico.

Un imperativo sobre el que como sociedad hemos adolecido en el último sexenio, como resultado de una polarización política artificiosamente alentada desde el gobierno federal, para avasallar la discusión de lo público con una narrativa maniquea que divide a la sociedad entre un “pueblo sabio y bueno”, y el resto de los que supuestamente se oponen a los intereses de ese pueblo, sólo porque tienen la persistencia de poner en tela de juicio la posición oficialista. Polarización que al día de hoy, mantiene a la mayoría de la sociedad en una disputa por demás improductiva, en la que lo que prevalece es la cortedad de miras y el sectarismo, propio del que si no piensas como él, te considera en su contra.

El resultado de semejante orden de relaciones, con una narrativa pública en continua tensión, que insiste en mantener a la sociedad polarizada, no podría ser más desoladora, como improductiva. Porque al tiempo que desde el gobierno federal se insiste en una narrativa maniquea, que pretende dividirnos entre buenos y malos, el país de todos, ha ido permanente escalando en inseguridad, lo mismo que en la ineficiencia de nuestras autoridades para hacerle frente. Mientras en el medio de esa creciente polarización, la totalidad de la sociedad mira con impotencia como toda suerte de preocupaciones cotidianas, terminan comprometiendo sus perspectivas de vida de formas por demás insospechadas.

Bajo este contexto, lo que terminamos discutiendo en la dinámica a la que fui invitado a participar, fue el irresuelto y/o muy insufrible tema de la movilidad. Tema a groso modo, atravesado por tipo de consideraciones, que lo mismo incluyen la regularidad y/o extensión del servicio de trasporte público, sin olvidarnos desde luego de su costo y su impacto sobre la economía de quienes menos tienen; el aumento exponencial que ha sufrido la localidad en la última década del volumen en el parque vehicular y su impacto sobre las condiciones de desplazamiento en horas críticas; o la disponibilidad de alternativas de traslado amigables con el medio ambiente y las condiciones de seguridad para quienes no se trasladan en auto propio; por no hablar de la disponibilidad de espacios para estacionamiento, para quienes si cuentan con su propio vehículo motorizado.

Como cualquiera puede concluir, hay un mar de consideraciones a tenerse en cuenta en semejante tema. Pero se piense lo que se piense, una cosa es inobjetable: La posición que cada cual asuma en temas públicos parecidos, se encuentra por demás condicionada por la realidad que personalmente se vive. No es pues la misma contrariedad para quien tiene su propio auto, que para quien se traslada en taxi, uber o camión, ni que decir si se va a pie, o si se tiene alguna condición personal que dificulta nuestro traslado, tal es el caso de quienes por las diversas razones, precisan de asistencia humana y/o artificial para caminar.

Mientras las posibles soluciones que se ejerzan, sigan apostando única y/o exclusivamente por atajar los problemas propios de los automovilistas, difícilmente conseguiremos mejores resultados que los hasta ahora conseguidos. Una posición que lo mismo aplica para el tema de la movilidad, que para cualquier otra parecido. Cosa que digo con todo propósito, porque cuando de temas públicos hablamos, la más de las veces pareciera que hay ciudadanos más invisibles que otros.

Para decirlo con toda claridad, lo de menos en el engorroso como insufrible tema de la movilidad, es conformarse con decir que a determinadas horas críticas, la ciudad se vuelve todo un caos. Porque se vaya como se vaya, nadie tiene por donde pasar; o que dependiendo de la zona de la ciudad a la que se decida ir, terminara gastando más tiempo en encontrar estacionamiento, que lo que hizo en trasladarse. Pero si usted cree que la ciudad se vuelve por demás desesperante cuando se tiene auto propio, ya que se queda a la menor oportunidad, atascado en un tráfico que no tiene para cuando terminar. Le invito a que conozca la ciudad como es que la vive una amplia mayoría silenciosa, para la cual la idea de tener un auto propio, no es financieramente viable.

 Ahí terminará por verá que si usted cree que lo pasa mal por el exceso de tráfico y/o la disponibilidad de estacionamiento, lo pasan todavía peor, quienes para trasladarse, lo hacen lo mismo en bus público, que en bici, por no hablar de los que además del tema de la movilidad en estricto sentido, viven junto con pegado el tema de la inseguridad, –en modo deporte extremo–. Porque encima que van a pie, saben que van librados a su suerte, enfrentando de continuo la posibilidad de que cualquiera con malas intenciones les salga al paso para asaltarles.

Si alguien hay que lo pasa mal en términos de movilidad, es el usuario promedio del transporte público. Una cuestión que difícilmente se resuelve sólo considerando su costo, que en honor a la verdad, es apenas el inicio del periplo al que miles se enfrentan todos los días; la cosa es que al tema del costo, se suma una persistente dinámica de hostilidad, que lo mismo incluye un servicio terriblemente deficiente, con el que nunca se sabe cuándo, ni cómo va pasar.

Porque lo mismo se le puede esperar por horas, que se puede ver llegar varias unidades de una misma ruta, sin que ninguno se detenga, por no hablar de que existen amplias zonas de la ciudad, en las que incluso en horarios todavía concurridos, –como las 8 de la noche–, ya no hay cobertura en el servicio, sencillamente porque los operadores deciden no completar su ruta, cargando en consecuencia el costo de su negligencia personal, a los usuarios, que en ausencia de camiones públicos, no tienen otra que volver a casa pagando servicios muchos más caros, o de plano volver a pie, cuando la economía no da.  

Que sí, que estamos todos en el mismo mar o problemática, cuando de movilidad hablamos, y que razones hay muchas para explicar por qué es que las cosas son como son, según se considere la perspectiva de unos u otros, de acuerdo. Pero no todos vamos ni de lejos en el mismo barco, porque no para todos, salir a la calle supone el mismo dramatismo y/o calamidad o peligrosidad. Mientras tales diferencias no sean tenidas en cuenta, difícilmente cualquier posible solución terminará de calar todo lo hondo que se quisiera.

Porque así como cada opinión pública se encuentra condicionada por la realidad de quien la emite, así del mismo modo, cada posible solución a los problemas públicos que una sociedad padece, se encuentra condicionada por la eficiencia y/o sensibilidad con la que sepa incluir las preocupaciones de distintos sectores sociales, y no sólo las de aquellos que mayores posibilidades tienen de hacerse oír o notar. Que es lo que históricamente ha ocurrido en esta localidad, en la que tal pareciera que según el gobierno de turno, es el sector de la sociedad a la que se atiende. Con semejantes perspectivas, no debe sorprender a nadie, que rara vez las soluciones que se proponen terminen impactando con la profundidad y/o eficiencia que sus hacedores quisieran.