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Ágora: ¿La lealtad es lo mismo que la fidelidad?


¿La lealtad es lo mismo que la fidelidad?. Un comentario personal en torno a las relaciones de pareja y sus implicaciones en la intimidad.

 

Por: Emanuel del Toro.

 

La fidelidad es el respeto a una unión sexual; la lealtad en cambio, es el respeto a una unión espiritual, mucho más plenaria que no se circunscribe a sólo un aspecto de nuestras vidas, sino que termina por abarcar todas y cada una de nuestras facetas. Lo que está fuera de toda discusión, es que merecemos ambos… Lo que no queda siempre tan claro, es que la intimidad sexual por la que muchos pierden la cabeza, no nace necesariamente en la cama, sino en la coincidencia cotidiana de complicidades que –nos demos cuenta o no– se alimentan de todo lo que compartimos con quien se supone que nos importa o cautiva.

 

Porque hasta el más ardiente de los impulsos que se es capaz de sentir por alguien que no conoces, nació necesariamente de la desconexión afectiva con la persona a la que se decide fallarle cuando se le engaña. Si casualidad no es que con frecuencia se diga que si tienes que estar ocultando mensajes y/o borrando conversaciones, u ocultando materiales compartidos con un tercero, así sea que nunca hayan intimado físicamente, ya se ha dado el primer paso de lo que una infidelidad conjuga en toda su magnitud.

 

Desde luego, no menos cierto es que muchos no registran esos acercamientos necesariamente como una falta de respeto a la propia pareja, alegando que hablar con un tercero no significa nada. Pero la gran realidad es que sólo alguien muy cínico, obstinado o despistado, podría no quererse dar cuenta de la conexión que subyace entre la desafección emocional de una pareja y las posibilidades de terminarle fallando hasta sus últimas consecuencias.

 

Que si, que hay muchos y muy variados equilibrios entre las conexiones causales que estoy describiendo. Desde luego, lo mismo puede haber sexo sin intercambio de emociones, que intercambio de emociones sin nunca haberse tocado. Como también la posibilidad de vínculos en los que no existe virtual distinción entre intimidad física y emocional. Porque posibles hay tantos, como configuraciones tiene la mente para resolver la vida diaria.

 

Lo que no parece haber por los más diversos motivos de idiosincrasia, tabúes sociales o inhibiciones de todo estilo, es la disposición de hablar estos temas con la naturalidad y franqueza que merecen, por mucho más tratándose de cuestiones cruciales para el desarrollo de relaciones humanas más satisfactorias y/o productivas. Lo que resulta toda una ironía, porque estos son temas en los que todo el mundo piensa con más frecuencia de la que públicamente reconoce. 

 

Con semejante estado de no discusión pública, lo más natural es que apenas exista la posibilidad siquiera de establecer referentes claros, que nos permitan entender mejor las cosas. Para dejar de abusar del lenguaje; primero, llamando a las cosas por su nombre; y segundo, dejando de traslapar significados o referentes bajo un mismo concepto, –como ocurre con conceptos terriblemente esquivos como “amor”, el cual es de común terriblemente cargado de significados poco útiles o realistas–, problemas que en vez de ayudar a entender lo que una relación de pareja implica, terminan entorpeciendo el entendimiento no sólo de las relaciones de pareja, sino también de las muy diversas posibilidades que al respecto existen.

 

Pensemos por ejemplo en la configuración del sexo sin vínculo emocional; un equilibrio relacional que por sus características, como por sus implicaciones socioculturales, en regiones como América Latina, levanta las más encendidas opiniones. Por principio de cuentas habría que decir que en lo formal, se suele llamar sociosexuales, al tipo de personas capaces de mantener relaciones sexuales sin el más mínimo compromiso afectivo, es decir sin involucrar emociones; lo común en semejante configuración relacional, es tener sexo ocasional por razones de desfogue de los instintos, lo mismo que por aburrimiento o variedad. Lo que nadie dice tan fácil, porque no es políticamente correcto, como porque resulta un tanto incómodo admitirlo, es que repetir varias veces con la misma persona, aunque sólo sea por razones de desfogue de energías, sí que tiene el potencial de crear vínculos emocionales más estables, e incluso genuinos sentimientos de amor.

 

Que si, que ese no es en primera instancia el motivo por el cual se da un acercamiento sexual entre quienes son sociosexuales, está más que claro. De hecho el principio inicial de todo acercamiento sexual, –se responda o no al perfil sociosexual–, es la más llana atracción física; para enredarse en la cama lo mínimo indispensable es que la persona te llame la atención. Lo que casi nadie dice, es que el encuentro sexual, así sea casual, sí que tiene el poder de engancharnos, aunque no se trate necesariamente de alguien que realmente nos convenga, por mucho más si se tiene la capacidad de involucrarse íntimamente de forma disociada, como si al intimar los cuerpos, consiguiéramos mantener la mente en otro lado.

 

Lo cual tampoco es ninguna novedad. Porque todo el mundo conoce a alguien que aunque está claro que no nos da lo que buscamos, –ni en compromiso, ni estabilidad afectiva o social–, igual tiene la capacidad de alborotarnos los sentidos más primarios, sin el más mínimo atisbo de lógica. Ni que decir si el sexo resultante es tan bueno, que incluso llega a hacernos sentir que no podemos renunciar a ello. Porque entonces el impulso de la atracción puede y de hecho tiene altas probabilidades de terminar convirtiéndose en una adicción. 

 

Igual que con cualquier adicción a una sustancia estimulante, las personas que se enganchan al sexo porque sí, son virtualmente capaces de destruir incluso lo que más valoran, con tal de recibir a cambio la compensación de una descarga de dopamina que los haga sentir momentáneamente vivos, así sea que lo que conseguido se desvanezca casi al instante. La dependencia al sexo sin compromiso es perfectamente plausible, porque el sexo constituye en esencia una experiencia de goce o placer y desfogue; y negarlo no hará que deje de ser cierto. Lo cual es particularmente poderoso, por la profundidad con la que cala cuando no se está satisfecho con la vida que se lleva en lo cotidiano.         

 

Consideración esta última que entraña una serie de complejidades sobre las que no puedo por motivos de espacio, extenderme demasiado. Pero que se relacionan en términos generales con la frustración que la incapacidad por cambiar la propia vida desencadena. Para el caso, igual que sucede con el uso de sustancias adictivas, el enganche con las relaciones sexuales sin compromiso, constituye un mecanismo de evasión ante una realidad con la que no se está conforme.  

 

Desde luego que queda mucha tela de donde cortar en un tema tan complejo como extenso. Sin embargo, una cosa si es más que segura, mientras no se haga el sincero esfuerzo por categorizar y/o definir estos y otros temas parecidos, de un modo lógico, ordenado y metódico. Difícilmente conseguiremos desenmarañar y/o esclarecer todas y cada una de sus implicaciones y consecuencias. Lo que sin duda promete tener efectos por demás nocivos sobre la calidad de las relaciones que somos capaces de establecer a partir del más atroz desconocimiento de nuestras reacciones y/o necesidades más íntimas.

 

En todo caso he de decir que, si el amor y todo lo que las relaciones de pareja conjugan –en fidelidad, lealtad, cariño, intimidad, conexión emocional o sexo–, realmente importan como decimos que lo hacen en la actualidad, estamos obligados a discutir estos y otros tópicos parecidos, cuidando de hacerlo con absoluta franqueza, pero también con la responsabilidad necesaria para no conformarnos con menos de lo cualquiera verdaderamente merece.

 

Por último tendría que decir que cuando pienso en estos temas, me es imposible no pensar en aquello que con frecuencia me decía mi abuela Ana: No hagáis cosas malas que parezcan buenas, ni viceversa; y que razón tenía y sigue teniendo. Comencemos pues por recuperar el valor de no dejar librados a su suerte nuestros afectos más importantes; no sea que el día menos pensado, los terminemos perdiendo a merced de la mediocridad emocional de no tener el ahínco, ni la responsabilidad afectiva de comprometernos como de verdad corresponde. 

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