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Ágora: Generación perdida


Generación perdida.

Por Emanuel del Toro.

Podría decirlo distinto, pero no puedo, ni por responsabilidad personal, mucho menos por ética con mi propia posición como un profesional de la docencia, –labor a la que he dedicado más de la mitad de mi vida profesional–, el punto es que me decepciona y me molesta sobremanera la terrible apatía y/o el desinterés generalizado que prevalece en esta generación estudiantil, para tomarse en serio el estudio y su propio futuro. Algo estamos haciendo severamente mal, si pese a todas las comodidades y libertades que les otorgamos a los más jóvenes, la mayoría de los mismos persisten en desperdiciar sus capacidades y autosabotearse.

Con un promedio general de 3.6, y con sólo un 14% de aprobación en el examen de admisión a la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, –si, si, leyó bien, ¡3.6 para chicos que pretenden iniciar la universidad en la llamada, máxima casa de estudios!–, huelga decir que lo peor que se pudiera terminar haciendo en tales condiciones, es ponérselo todavía más fácil, para que quienes no han aprobado entren a la UASLP, pese a la pobreza de sus resultados; aunque no me sorprendería nada que exista quien se pronuncie por semejante solución; cual si rebajar exigencias en un escenario de terribles carencias de conocimiento fuera lo mejor que se puede hacer en pro del bien de nuestros muchachos.

Desde luego, lo fácil –como toda la vida se hace–, será culpar a los maestros o al entorno mismo, –con todo y los padres mismos incluidos–, que si porque se somete a los alumnos a mucho estrés; que si porque no se piensa en sus necesidades de forma integral; otro tanto cabrá decir respecto a la pandemia y sus funestos efectos en la regularidad del sistema educativo nacional –emergencia frente a la cual lo que se privilegio fue la prevalencia de los indicadores administrativos para simular que todo estaba bien–, pero a quién queremos engañar, con o sin pandemia, y con o sin educación a distancia, hace años que las cosas en términos de educación en este país están para llorar.

Mas no puedo sentirme más en desacuerdo con semejante lógica de culpar o responsabilizar de la cuestión, a todo y nada –dándole al tema cualquier cantidad de vueltas–, sin considerar en la cuestión la propia apatía y la terrible actitud de los estudiantes, y su muy escaso o nulo compromiso para consigo mismos, porque si algo se ha favorecido desde hace al menos una década, es la bendita lógica de que hay que ser lo más indulgentes posible con los muchachos, con la idea de dotarles de las condiciones idóneas para su desarrollo.

Sin caer en la cuenta de que es justamente esa actitud terriblemente permisiva y sobreprotectora la que tanto daño les hace, porque la consideración de evitarles a los más jóvenes la mayor cantidad de penas y/o inconvenientes posibles, se ha vuelto la fórmula perfecta para crear generaciones de jóvenes blandengues, déspotas y ensoberbecidos, que se creen merecerlo todo, sin hacer el más mínimo esfuerzo, y que encima se piensan que todo en la vida se debe ajustar a sus necesidades o caprichos, so pena de generarles ansiedad si las cosas más baladíes e insignificantes no son como es que sus impulsos lo dictan.

Y ojo con el tema, porque con los resultados observados, poco o nada útil será consolarse con la autoindulgencia de que la cuestión es generalizada. Tampoco ayuda en nada la posibilidad de que se relajen los estándares de exigencia, o de que exista una oferta académica alternativa –en su mayoría de paga–, para quienes no han conseguido ingresar a la UASLP. Semejantes salidas sólo contribuyen, se lo quiera o no, a replicar el tan lamentable estado en el que por una gestión terriblemente deficiente se encuentra la educación en el país.

Lo he dicho en otras oportunidades y hoy lo vuelvo a repetir: yo no es que comulgue con una visión elitista de la educación, porque no hay nada más decididamente alejado de mi ideal de educación, que la visión de una educación hecha y/o modelada para preservar los intereses de las clases privilegiadas, pero si se me da a elegir entre formar nuevas generaciones para replicar un modelo de educación universitario que se simula así mismo, porque está hecho para rebajar el nivel de la discusión hasta el punto de vulgarizarlo y/o terminar convirtiendo sus contenidos en una pobre imagen de lo que debieran de ser.

Deformando en exceso las grandes discusiones intelectuales del pasado, hasta convertirlas en meras imágenes e infografías, para hacer pedazos lo que ha tomado siglos construir en bibliotecas que cada vez se leen menos, –porque ya casi nadie encuentra ninguna utilidad práctica en irse a sentar por horas en silencio, a leer para entender el mundo en el que vive, lo mismo que para entender qué pensaban del propio mundo todas aquellas mentes que nos precedieron–, prefiero en cambio no participar en semejante atrocidad. Hay que decir las cosas como son aunque sean políticamente incorrectas: la educación media superior y superior, así como se ha estado llevando en la última década, no está funcionando. Y los resultados están a la vista de todos.

No hay de verdad nada de lo que alegrarse con los últimos resultados obtenidos en el reciente examen de ingreso a la UASLP; para que se lo entienda claramente, hablamos de que menos de 15% de los casi 16 000 estudiantes que presentaron examen a la UASLP, pasaron, y sin embargo, al final se terminarán admitiendo a casi la mitad de los mismos. Semejante escenario tendría que ser motivo de vergüenza y más aún de preocupación, porque es mentira que en 4 o 5 años de estudio en la propia universidad se podrán subsanar las terribles carencias de formación que las actuales generaciones acusan; lo que es todavía peor, porque si eso en una universidad pública, ¿qué será en las universidades de paga, donde los clientes mandan, porque para eso es que pagan?

Y si ya es grave el tema en términos de lo estrictamente académico, otro tanto cabe decir de lo laboral. Porque un sistema educativo que se simula así mismo, y en donde el común de sus estudiantes no alcanzan lo mínimo indispensable para posicionarse como alumnos regulares, es también por definición un sistema que lo único que genera a la larga son miles de desempleados. No hay absolutamente nada que celebrar; espero pues equivocarme y por mucho, pero como no hagamos un esfuerzo serio por exigir más a nuestros estudiantes, en vez de ponérselo todo cada vez más fácil, sobreprotegiéndoles y/o mimándoles en exceso, o siendo extremadamente condescendientes con su apatía o falta de compromiso, así como lucen las cosas hoy, la actual da la impresión de ser una generación perdida.

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