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En palabras Llanes: Mi paso por la Dirección General de Publicaciones

Por Alberto Llanes.

Mi paso por la Dirección General de Publicaciones Y la jubilación de mi jefa Guille


I

Lo recuerdo como si fuera sido ayer. Octubre de 2005; un acto de rebeldía me llevó a tomar una determinación tajante, renunciar a mi anterior empleo y lanzarme «a la loca aventura, eso sí», de convertirme en escritor. Todo estaba contra mía, mi familia, la situación, mi empleo, la presión social, laboral, la poca economía y así, no es necesario hacer la lista más larga.


Empecé a repartir solicitudes de empleo «en aquellos ayeres era todavía así» y asistir a un montón de entrevistas de trabajo sin éxito alguno. Me decían cosas como: «es que tienes demasiado estudio para el puesto, este trabajo no es del perfil que estudiaste» y cosas así. A mí qué me importaba dedicarme a barrer pisos, trapear o limpiar «esto ya lo había hecho antes cuando era 017 en Aurrerá, allá por la Calzada Galván». Yo lo que necesitaba era generar un ingreso para vivir, vivir, vivir, dijera el gran poeta Jaime Sabines.


Aunque el sistema de transporte era barato, no me podía dar el lujo de gastar tanto. Metí la mano a mi bolsillo y saqué algunas monedas; en el trabajo anterior no me dieron finiquito, no me dieron nada. Entiendo también que me fui a la brava, pero les di múltiples opciones para que me dieran la oportunidad de estudiar un diplomado en creación literaria de la Sogem y la respuesta del encargado del Recursos Humanos fue crucial para tomar mi decisión: «No, porque de seguro vas a querer cobrar más».


Me deprimí, mi lugar de trabajo se me cayó del pedestal «en realidad ya se me había caído desde antes, en fin». Esa fue, y no otra, la causa de que me saliera de ahí, renunciar era la opición; amén de que me amenazaron diciendo que allá afuera la vida estaba muy complicada, me dijeron que no tendría ni finiquito, ni cartas de recomendación, ni ningún tipo de respaldo. Aún así me fui de ese lugar tóxico.


Ese día fue jueves, descansé el viernes y todo el fin de semana, el lunes emprendí el camino temprano, nada, el martes igual, no encontraba trabajo. Mamá guardó bien, como siempre, el secreto de que yo no tenía empleo para que papá no sospechara nada, papá imaginó que yo seguía trabajando aunque se le hacía raro verme en la casa más de la cuenta. Por mi parte yo no tenía para pagar la renta, no tenía para la luz, no tenía despensa, no tenía nada. Mamá me dio un billete para, en la semana, seguir buscando, me dijo.


El miércoles fui a llevar solicitud para algo relacionado al área de ventas cerca de la Universidad de Colima, no recuerdo por dónde ni qué empresa era. Sólo llegué, entregué, me medio entrevistaron y me dijeron que me iban a llamar: «mal panorama, cuando dicen esto, nunca llaman». Volví a meter la mano en el bolsillo, traía pocas monedas y el resto que me dio mamá lo había dejado en la casa, para no gastar más de la cuenta. Me alcazaba para un refresco o el camión de regreso a casa, ganó el refresco «y qué bueno que lo hizo en esta ocasión». Llegué a mi alma máter, la Falcom, invertí el dinero en refrescar la garganta y pensar, sobre todo esto último, pensar en qué hacer. El tiempo pasaba rápido y el paso siguiente era la desesperación financiera, en fin.


Me senté en las mesitas que tiene la cafetería de la Falcom, saludé a varios amigos/as, profes, a la eterna doña Carmen, todos me preguntaban cómo me estaba yendo y yo les decía que bien, aunque no fuera del todo cierto. Periódico en mano seguí buscando empleo «ese mismo periódico donde me cerraron las puertas y no me dieron posibilidad de nada, porque también, antes, así se buscaba empleo, en los periódicos». Ese día no salió nada más, ni siquiera algo en Coppel, Ley o La Marina y de lo que fuera, seguridad, cajero, abarrotero, lo que fuera. Cerré el periódico con la esperanza de, al día siguiente, encontrar algo. Bien me lo dijeron antes de firmar renuncia, la vida acá afuera estaba muy complicada. Pero eso, vaya, ya lo sabía de antemano.


II

Seguí sentado ahí leyendo mis solicitudes de empleo, pensando qué más escribir en ellas que causara el impacto que estaba esperando, pero no se me venía nada a la mente. Apuré el último trago de mi refresco y pensé que, de la Universidad de Colima a Villa Izcalli estaba bien pinche lejos para irse caminando y con este sol colimense, mucho más pesado. Pero ni modo, es lo que había. Me hice el ánimo y… me disponía a irme cuando a mis espaldas oí el grito salvador de chamacón: «después supe que ese grito fue eso… fue así… salvador». Era mi querido amigo y maestro Víctor Gil que, seguramente, venía de la dirección del plantel y al verme me gritó para saludarme y detenerme.


Me dio un abrazo, le dio gusto verme; mi generación egresó en 2003, así que tenía casi dos años sin verle como antes de mi egreso, prácticamente todos los días. Nos volvimos a sentar, me invitó el desayuno y charlamos. Charlamos de cosas triviales al inicio, el calor, el semestre, las nuevas generaciones «todavía alcanzaba a ubicar a algunos cuantos» y de pronto me preguntó por mí y por cómo me estaba tratando la vida de egresado. Le conté mis penurias y mi acto de rebeldía, lanzó un: «ah, qué hijos de la chingada», cuando noté que su frente brilló más de la cuenta y me lanzó la pregunta del millón: «¿Chamacón, traes solicitudes de empleo?». No contesté, más bien actué, abrí mi mochila, saqué un folder y le mostré al maestrazo que estaba lleno de solicitudes de empleo, debidamente llenadas, listas para ser entregadas. Al maestro le brilló aún más la frente, se acomodó sus gafas, me dijo: «vente, paso a mi oficina a dejar esto y vamos a ir a Publicaciones, la jefa Gloria Araiza necesita correctores/editores» y me llevó para allá.


Obviamente que yo conocía desde antes a la maestra Guillermina Araiza, lo que no sabía es si ella tenía referencias de mí y me llevé una grata sorpresa.


En aquellos ayeres, en el periódico Ecos de la Costa «donde también tuve la oportunidad de laborar cuando era estudiante», todos los domingos se imprimía el suplemento cultural Cartapacios que luego evolucionó a Altamar, cuando uno era estudiante y lograbas publicar en el suplemento cultural, no sé si el periódico o la dependencia de publicaciones «seguramente un convenio entre ambos, incluyendo a la Universidad de Colima y la Facultad de Letras y Comunicación, sí, luego entendí muchas cosas que están aquí entre líneas», te pagaban la colaboración no con dinero, pero sí con la posibilidad de tener un boletito válido hasta por cien pesos, para comprar o ayudarte en la compra de un libro, ¡qué mejor!, porque yo, en aquellos años de estudiante, estaba endiosado con José Saramago y Saramago era un autor demasiado caro para mi pobre bolsillo de estudiante. Y cmo adicto a los libros, cien pesos era una fortuna.


Para ir a cobrar ese boletito que hacías válido en la librería Galería Universitaria, aquella que estaba en el centro, pasando por los portales de la Madero; ahora llegas a Milano y donde está hoy el Oxxo, ahí era, qué mal que ya no exista como ya no existen muchas cosas. Ahí, en esa librería, compré varias ediciones de la colección Sepan cuantos, de Porrúa, en fin.


Decía que para ir a cobrar ese boletito, tu texto tenía que salir en la edición dominical e ir por él a la Dirección General de Publicaciones, firmar y listo, te entregaban tu boleto válido para comprar un libro. En ese ir a publicaciones, Guille e Inés eran las encargadas, básicamente Inés, de entregar el boletito y, bueno, pues de pasada charlabas ahí con ella. En esos años, trabajando de editora, estaba mi querida amiga y poeta Nadia Contreras, así que mataba dos pájaros de un tiro, saludaba a Nadia y cobraba mi boletito.


Nadia y yo siempre nos hemos reído bien bonito y mucho y hasta, debo decirlo, de manera bien estridente, jajaja, así que seguido nos tenían que ir a callar, porque con nuestras risotadas, «desconcertábamos a los editores que trabajaban en silencio total, para concentrarse, posteriormente me di cuenta de esto en carne propia, la importancia de la concentración al momento de editar». Seguramente estas noticias o las mismas risotadas le llegaron de noticia a la jefa, pero ni Inés, ni ella me dijeron algo, jamás, yo mismo trataba de controlar esos espasmos y dejaba a Nadia trabajar en santa paz.


III

Supongo que esas referencias eran las que Guille Araiza tenía de mí, no buenas «o quizá sí, pero como para una entrevista de trabajo, en fin». Lo que Guille sabía de mí es que era o soy muy risueñito, jajaja.


Moy, mejor desconocido como Víctor Gil que ubica a media Universidad de Colima y la otra media lo conoce a él, le preguntó a Mary, la secretaria en aquellos años «hoy en día hay otra secretaria que también se llama Mary» que, si estaba la jefa, ella le contestó que sí y, como por arte de magia la puerta de la dirección se abrió en ese momento, alguien salía de la oficina y Guille venía tras esa persona y, luego de saludar a Moy y despedir a aquella persona, nos invitó a pasar.


De ahí en adelante yo hice el resto, Moy sólo me dijo que venía a entregar una solicitud de empleo y Guille me pidió que me quedara para hacerme una breve entrevista de trabajo. La verdad ¡qué bueno que esa ocasión ganó el refresco!, porque si no hubiera sido por él, nada de esto hubiera pasado. A Guille le expliqué a lo que me dedicaba y de dónde era egresado, ella tenía algunos «bastantes datos sobre mí». Me pidió que hiciera algunas pruebas de ortografía y de redacción; incluso recuerdo haber escrito una carta o algo así. Me los revisó y me pidió mi solicitud de empleo y me dijo que me presentara el día siguiente, jueves, a las nueve de la mañana, «por favor», dijo.



Agregó que no era seguro pero sí una buena posibilidad y que me iba a tener unos días a prueba. Entonces, como un personaje del cuento Felicidad clandestina de Clarice Lispector, tomé mis cosas y salí de ahí como flotando y con una sonrisa dulce y tranquila. Ese comentario de buena posibilidad me relajó y corrí, lo más deprisa que pude, a contarle a mi mamá. No a mi novia, no, primero a mi mamá.


Me dirigí a mi casa no sin antes pasar al Cedeluc a despedirme de mi querido amigo y maestro Víctor Ramiro Gil Castañeda, mi gran ángel del trabajo al que casi casi le tengo un altar «con hartos libros, por supuesto» en mi casa, altar al que de cuando en cuando le rezo: San Moy es mi santo.


Yo creo que el maestro Víctor Gil me vio muy jodido porque, sin pedirle, sin decirle, me acercó un billete para poder desplazarme o no recuerdo si le comenté o no, la verdad estaba ya muy estresado porque por más que recorría, no encontraba trabajo. Sin embargo, una luz se podía ver al final de El túnel de Ernesto Sábato. Al parecer todas mis lecturas, mi empeño, mis ganas y mi pinche rebeldía podrían generar frutos. El curso de la Sogem por el que había dejado todo comenzaba la siguiente semana, una semana cada mes durante un año, sé que era complicado para mi anterior lugar de trabajo, pero les di muchas opciones y el comentario final que me hizo el encargado de Recursos Humanos fue letal. Gracias a ese curso conocí a Mónica Lavín, Eduardo Antonio Parra, Ricardo Yáñez, Teodoro Villegas, Bernardo Ruiz, Estela Leñero y a muchos autores que, como yo, tenían, tuvieron, tienen el mismo sueño, convertirse en escritores. Y por ese sueño, ¡bendito sueño!, podría venir algo mucho mejor o no, pero uno es necio y aquí es donde pienso en mi hijo que es igual de necio o, a veces más, que yo mismo, ni hablar.


Con ese dinero que me dio el maestro Víctor Gil podría irme, tranquilamente, en coche, ya sea taxi o camión, pero no, esa tarde, como el personaje Forrest Gump, caminé y caminé, seguro de llegar a mi casa, descansar, dormir para, al día siguiente, estar temprano en mi cita en lo que añoraba podría ser mi empleo, mi nuevo empleo. Eso sí, a la que le conté primero fue a mamá, como ya dije.


La verdad es que el trabajo editorial siempre me había apasionado y, saber o conocerlo más a fondo era una motivación extra a mi perfil de egreso de la carrera de Letras y Periodismo. En mi anterior trabajo ya me dedicaba a labores editoriales, corrección y edición de textos, generalmente artículos de opinión, columnas, notas periodísticas y demás, pero la elaboración de un libro, con todos sus procesos, era una cosa muy diferente que estaba muy dispuesto a aprender.


Así que, al otro día, ahí estaba, a las nueve en punto, listo para comenzar una nueva aventura; por aquellos días estaba leyendo El diablo guardián, que, mientras hacía antesala esperando a la jefa, estaba revisando con harta fruición.


IV

No quiero hacer este cuento demasiado largo. Desde ese octubre de 2005 hasta agosto de 2018, fui parte de la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima, hice muchas cosas, edité muchos libros «el primero de ellos fue Retrato nostálgico de una ciudad de don Isamel Aguayo Figueroa, papa del rector en aquellos años, posteriormente hablaré de esa experiencia, un libro de sonetos y fotos que me dio muchas posibilidades e ideas», cree, junto con mis compañeros y compañeras de oficina, un programa de fomento y difusión a la lectura y el libro con varias estrategias, disfruté, ahora como miembro «antes lo había hecho como estudiante» de las jornadas Altexto «jornadas, por cierto, a las que les tengo mucho cariño», ya era parte del equipo que las llevaba a cabo, me tocaba hacer el calendario de actividades, moderar mesas de trabajo, presentar libros, coordinar los eventos y muchas cosas más, ese mes, vivía sólo para las jornadas, en mis columnas escribía sobre ellas, la verdad es que las disfruto mucho, soy parte de Altexto desde 2001, como estudiante y, desde el 2006 a la fecha, como trabajador universitario, porque si bien es cierto que ya no estoy en la Dirección General de Publicaciones, es también cierto que sigo siendo parte o me siguen invitando a ser parte de ellas «y eso lo agradezco, la siembra de libros en las jornadas, fue una propuesta que yo hice y se sigue llevando a cabo, ¡qué gusto!». Ya sea que dé talleres, charlas, llevando a mi grupo de alumnos, estando ahí, al pendiente de lo que suceda en ellas, sigo siendo parte de...


Llevé a cabo, junto con el equipo de publicaciones y el apoyo de la maestra Guille Araiza, varios talleres literarios que movieron consciencia, eso me apasiona, verme reflejado en los ojos de los/as otros. Hicimos lecturas en atril con presentaciones en vivo y con el alumnado de la Falcom. Cuando estaba en publicaciones colaboraba con la Falcom, ahora que estoy en la Falcom, coloboro con publicaciones. Llevamos a escena una obra en atril de Juan Villoro, El taxi de los peluches, me encantó, los niños y niñas que participaron se acordarán de esa obra, me gustaría mucho verles. Íbamos a la colonia El mirador de la cumbre a hacer lecturas en voz alta, talleres, lectura en atril, cosas que fomentaran el gusto por la pasión que genera un libro y lo que contiene, en fin. Puedo enlistar mil cosas más, pero no quiero hacer el cuento más largo, jajaja.


En 2018 me llegó una invitación para ser parte de mi querida Facultad de Letras y Comunicación en la coordinación de la carrera de Letras Hispanoamericanas, sabía que era una labor titánica, pero por la Falcom y por publicaciones, doy todo lo que tengo y si tengo más, mucho más. Así que tomé la decisión y, con dolor en el corazón, dejé Publicaciones «aunque puedo volver en el momento que sea o me llamen, jajaja».


Mi primera jefa fue Guille Araiza, a ella le debo saber, conocer, aprender sobre el libro como ella sabe; me trató como a su hijo que, por cierto, cumple años el mismo día que yo, el 24 de marzo, abrazo grande, querido Luisito ¿o debo decirte nada más Luis?


Recuerdo que trabajamos los sábados e íbamos a hacer caravanas literarias y culturales a varios municipios, publicaciones siempre presente, un gran equipo de trabajo. Pronto llegó un cambio generacional y Guille se mantuvo ahí, firme, aprendiendo cada día más, porque así es el trabajo editorial y así es ella, le gusta aprender, y así soy yo, también, siempre estamos aprendiendo. El editorial es un trabajo invisible pero necesario, para todo se necesita un editor y, para los libros, mucho más.


Ahí conocí el proceso, las partes del libro que había estudiado en la Falcom, ahí, en publicaciones, no sólo las conocí, las comprendí. Fui a varios talleres sobre el derecho de autor, una delgada línea entre el bien y el mal «jajaja», conocí el proceso OJS (Open Journal Systems) para las revistas; en fin, siempre con el apoyo grande de la jefa, como siempre le dije y le sigo diciendo o, simplemente Guille, porque aunque es licenciada y maestra, ella siempre fue sencilla conmigo, y Guille nos acercaba más como familia laboral y como familia amante de los libros, esos rectángulos que nos habían puesto en el camino, esa pasión por conocer, editar, imprimir y distribuir historias.


Guille aceptó una locura de mi parte, una colección que se llamara «El rapidín», para leerse como de rayo, una delicia que editamos mientras fui parte de publicaciones y que, adonde fuéramos: Tecomán, Armería, Manzanillo, Coquimatlán, Comala, Minatitlán, Villa de Álvarez, Cuauhtémoc, Ixtlahuacán y Colima, se vendían como pan caliente y nos conectaban con nuestros jóvenes. Puedo decir que caminé gran parte de la Universidad de Colima, llegué/amos hasta Camotlán de Miraflores con los libros; a Suchitlán con los libros; a Cofradía con los libros; a Quesería con los libros, recorrimos ene cantidad de bachilleratos y, ahí, veía caras de complicidad, le decía a mis compañeros: «ese de segurito es candidato para la carrera de letras, aquella de allá va a letras» y no me equivocaba, ahí me los encontraba tiempo después, en los salones de clases, porque tengo dando clases desde que la maestra Hilda Rocío me invitó a ser parte de la Falcom.


«Usted es el maestro que me motivó a inscribirme a letras», me dijo alguna vez una alumna, «fue a dar una charla sobre libros y nos leyó un cuento y por su culpa soy lectora», me gusta generar estas culpas o que me echen la culpa por esto, qué bueno que esa pequeña se hizo fanática de los libros. Qué bueno que yo tuve la culpa. Todo esto fue posible gracias a las locuras que hacíamos en publicaciones, todo esto es por culpa de Guille Araiza que jamás me dijo que no, que esperaba, incluso, creo, año con año mis ideas para ver qué podríamos hacer en Altexto para fomentar el libro, la lectura, para llegar a nuestro gran público, los/as estudiantes. Sin ellos no somos nada.


V

Le debo mucho a mi jefa, la primera, no diré que la única, porque traicioné la causa, me fui de publicaciones, pero siento que me fui bien, con gusto, con el ánimo de colaborar, con el ánimo, también, de buscar otras aventuras, con el ánimo, siempre, siempre, siempre, de poder regresar; cuando me fui no quise llorar pero Guille y yo nos dimos un abrazo muy fraterno, desde ese momento hemos estado en comunicación y, como le prometí cuando me fui, colaborando en lo que pueda; ella sabe que una coordinación no es tarea fácil y con pandemia, mucho menos, pero Guille y yo hemos coincidido en presentaciones de libros, en charlas, eventos literarios, idas a la Fil, talleres literarios, de creación, en programas de radio, de televisión; hemos coincidido con autores/as, en bares, entré a su casa a sus fiestas, a sus reuniones, a mis reuniones, siempre hablando del libro, en fin, desde ese día que la conocí más de cerca fui parte no solo de publicaciones, sino de la vida alrededor de Guille e Inés, de mi otra nueva familia de publicaciones, hubo días, incluso, que en su camioneta, me daba aventón a mi casa, sí, hasta Villa Izcalli, ella, en realidad, vivía un tanto cerca de ahí, pero no tanto. Así que, cuando me hablan de publicaciones yo jamás les digo que no, nunca lo podría hacer.


El miércoles 11 de enero me enteré, vía redes sociales, que Guille se jubilaba, que sus tantos años en la Dirección General de Publicaciones estaban y llegarán a su fin. Yo tenía que ir a charlar con ella, verla, darle un abrazo, vernos reflejados en los ojos para ver si todavía tenemos la misma pasión y sí, todavía tenemos la misma pasión por los libros, por las historias, la misma chispa, seguimos siendo cómplices. Charlamos casi una hora, como no lo habíamos hecho en algunos años, hablamos de todo y de nada. Le veo un rictus diferente, relajado, el mismo rictus que tuvo mi querido maestro Víctor Gil cuando se jubiló «de él no he podido escribir porque viví en carne propia el evento de su despedida y se me hacían nudos en la garganta», con Guille me está pasando algo similar pero sí quiero dejar el testimonio porque, con Guille como jefa, me cambió totalmente el panorama, repito, yo traicioné la causa, pero siempre es a favor de los libros, de la literatura, de la Falcom, de los estudiantes, de la vida.


Mi segunda jefa en la universidad fue la doctora Paulina Rivera Cervantes, quien me invitó a colaborar con ella; mi tercera jefa está siendo la doctora Ada Aurora Sánchez, pero siempre voy a tener el recuerdo de mi primer jefa, Gloria Guillermina Araiza Torres que confió en mí, que me dio mucha libertad, que nunca me dijo no o me puso un pero para llevar a cabo alguna locura que tuviera que ver con el gusto por la lectura, por el libro y su difusión, que me dio la oportunidad de ser y estar.


Con Guille nació el programa Pred del proceso editorial en la dirección para llevar el control de los libros que, año con año se reciben en la oficina para ser publicados; es maravilloso ver cómo llegan, en papel «en 2005 me tocó recibir documentos así, que teníamos que, literalmente, transcribir», ahora ya se entregan digitales y es impresionante ver cómo salen, formados como libros. Con Guille se creó la colección Mar de Fuego, que reúne la narrativa de nuestra tierra, nuestros autores/as; ese título fue idea mía, después de mucho pensarle y Guille me dijo, «me gusta, es como un choque de contrarios», repito, Guille nunca me dijo que no a alguna de mis locuras que, vaya, sí, fueron muchas.


Hay un par de zapatos, tenis, zapatillas muy grandes por llenar, Guille me dijo que, seguramente, a la dirección vendrá alguien mejor; yo deseo que así sea para poder seguir colaborando de cerca con ellos porque el mundo editorial es otra de mis pasiones, con que esa persona, llegue a emular lo hecho por Guille en tantos años, ya eso es un gran reto; creo que publicaciones trabaja muy bien, conozco sus entrañas, conozco sus procesos, conozco a muy grandes amigos y amigas que fueron por muchos años mis compañeros/as y sé que quien llegue trabajará casi casi en automático y bien, porque hay muy buenos cimientos, ojalá que ese alguien, esa alguien sepa guiar los pasos de la nueva era, como la misma Guille me dijo ahora que charlamos ricamente por casi una hora, «aunque son tiempos, difíciles, Alberto, creo que vienen buenas cosas para la Universidad de Colima» y yo también así lo creo.


Que venga todo lo mejor para ti, jefa, en esta nueva etapa de tu vida, como me dijiste, has hecho lo que te ha gustado, has sido plena, feliz y trabajamos en un lugar muy generoso, una universidad pública, nuestra querida Universidad de Colima, seguro estoy que lo que hagas, seguirá siendo por y para los libros… Gracias por darme la oportunidad de compartir casi catorce años el mismo tiempo y el mismo lugar, como dijera Alejandro Lora, gracias por tanto.


De octubre de 2005 a agosto de 2018, son trece años, poco más, poco menos, el cariño que le tengo a la dependencia es grande, es el mismo cariño que le tengo a la Falcom, aunque allá estuve cuatro años como estudiante y llevo casi cuatro de coordinador, son ocho, si lo vemos por otro lado, es ya casi una vida o parte de una vida trabajando para la Universidad de Colima, casi veinte años, ya. Que dios bendiga a los libros, que nos unen, nos enseñan, nos invitan… que dios bendiga a Guille y su nueva etapa, que dios bendiga a dios… Adiós, hasta luego.

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