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UN HOMBRE, UNA ORQUESTA Segunda parte


UN HOMBRE, UNA ORQUESTA

Segunda parte


* * Entrevista a Horacio Naranjo Garibay


Villa de Álvarez, Col., Un día de febrero de 1994, como a las de la tarde:


“El Recibimiento” está en todo su apogeo. En el casino circular techado con lámina acanalada (y que de alguna manera recuerda la forma de un sombrero charro) tendría que estar haciendo un calor muy sabroso, pero como intencionalmente fue construido sin bardas, el viento del sur pasa barriendo el piso y lo refresca bastante.


Doce o quince meseros se esfuerzan para repartir los platos de birria y frijoles entre los numerosos asistentes. Decenas de cartones de cerveza se han ido vaciando en las mesas de “los coleros”, y un buen número de botellas de brandi, tequila y wiski se miran en las mesas de los que tienen con qué pagar las caras bebidas.


La música de los dos mariachis y el ruido de gritos y cientos de conversaciones simultáneas es algo que al principio siempre ataranta. Pero ha pasado un buen rato y poco a poco nos va resultado indiferente. Así que volvemos a nuestra conversación:


- Aparte de ser un buen músico sabemos que eres un buen sastre. ¿También eso lo heredaste de tu papá?

- Sí, también, esas son mis referencias.

- ¿Tu actividad como músico nunca se ha separado del otro oficio?

- No, nunca. A veces me dio un poco de vergüenza decir que yo era sastre y músico, pero luego entendí que no tenía por qué sentirme así, porque no cualquiera sabe tocar una trompeta o hacer un buen traje.

- Ahorita observo que llevas uno de muy buen corte. ¿Lo hiciste tú?

- Sí, y no sólo el mío, sino el que llevan todos los muchachos de la orquesta. De hecho, todos los uniformes han salido de la sastrería que me dejó mi padre.


Noto el fulgor alegre de un brillo en sus ojos, y un tono de orgullo en su voz cuando dice eso. Tal vez evocando en su mente y en su corazón la figura de su progenitor.


La pausa de reposo ha concluido. La obligación lo llama, y Horacio nos solicita hacer un corte a la entrevista.


Luego, a una señal convenida, tras el grito de “uno, dos, tres”, una fuerte pisada y un levantón de trompeta con la mano derecha, los músicos del "Colorado" conjugan sus alientos para reproducir una de las más famosas melodías del desaparecido Glen Miller.


Es hora, entonces, de beber un refresco y disponerme a observar otra vez al Colorado Naranjo dirigiendo a sus muchachos.


Parejas de casi todas las edades se levantan a bailar bajo el influjo de la música y las bebidas etílicas. Al rato no hay sitio en la pista donde quepa nadie más.


De repente, dando claras muestras de su versatilidad, la orquesta se vuelve banda: “Desde Navolato vengo, dicen que nací en El Roble, me dicen que soy arriero…” Y los bailadores zapatean a rabiar, unos con estilo antiguo, otros más moderno, y otros al muy actual estilo de “la quebradita”. Pero se oye luego un pasodoble (Silverio Pérez); enseguida un danzón (ta, ra, ra, ra, ra, ra, ra, rá), Nereidas, se llama y, cerrando la serie, mullidas como pelambre de angora, las suavísimas y acariciantes notas con que, supliendo la voz de Roberto Carlos, la trompeta del Colorado canta “yo soy de esos amantes a la antigua, que suelen todavía mandar flores. Me gusta contemplar la madrugada…” Mientras yo miro a todas las parejas atadas fuertemente por la melodía, uniendo pechos, piernas, vientres.


Ha terminado otra serie. Horacio se toma otros minutos de reposo. Aspira, se distiende, se relaja y sienta frente a una televisioncita portátil con pantalla de cuatro pulgadas, que al parecer suele llevar a los sitios donde toca, tal vez con la intención de escapar, durante las pausas de sus recesos, de la estridencia, muchas veces horrible, que como ahora producen aquellos dos mariachis y dos grupos norteños que, complaciendo a la clientela, tocan al mismo tiempo y bajo el mismo techo.


Nos miramos uno al otro, resignados, y reiniciamos la charla:


- A lo largo de todos estos años al frente de la orquesta ¿Qué tantos lugares fuera de Colima han podido visitar?


Horacio ríe con una risa franca, en la que se distingue como sello imborrable la huella de la trompeta en sus labios:


“¡Uh, sería largo de contar! ¡Nos llevaríamos toda la tarde en eso! Lo único que te quiero decir, para que te des una idea, es que para el único rumbo que no hemos ido es para Yucatán. De ahí en más hemos ido a tocar varias veces a casi todos los estados de la república, sobre todo a los de alrededor de Colima y a los del norte… A La Paz, Baja California, por ejemplo, duramos once años seguidos yendo. El año pasado ya no fuimos porque en los días que nos contrataban les pegó un ciclón muy fuerte y ya no pudo ser”.


Coninuará.



*Abelardo Ahumada, Cronista Municipal de Colima





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