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Vislumbres: Una Travesía Trascendente Capítulo XVI


UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE

Capítulo XVI


EL DESENCANTO DE UN HOMBRE YA ENTRADO EN AÑOS. –


En 1561, cuando fray Andrés de Urdaneta volvió a pasar por la Villa de Colima (en el que tal vez sería su último viaje entre México y el Puerto de Navidad), estaba por cumplir, o había cumplido ya 53 años.


No era un anciano aún, pero si tomamos en cuenta los muchos avatares que había enfrentado durante su azarosa vida, y que en aquella época el índice de mortalidad para los varones era muy alto, y que la mayoría de ellos difícilmente sobrepasaba los cuarenta, hemos entonces de considerar que aun cuando se había recluido en el convento unos nueve años atrás, su organismo ya estaba muy minado y él debía suponer que ya no le quedaba mucho tiempo por delante.


En ese contexto psico-biológico es fácil entender la molestia que el fraile experimentó al llegar hasta el Puerto de Navidad (a donde a regañadientes había aceptado ir), y constatar que la construcción de los dos navíos más grandes con que habría de contar la flota iba poco avanzada, y que la de los dos más pequeños ni siquiera había comenzado. No siendo por menos que se atrevió a enviarle al rey y al virrey la propuesta que comentamos en el capítulo anterior, en el sentido de que sería más conveniente que se cambiara todo hasta Acapulco, por estar mucho más cerca de México, por ser -desde su perspectiva- un mejor puerto, y porque saldría muchísimo más barato avituallar las naos allá que en el muy lejano puerto colimote.


Pero su propuesta no prosperó porque la influencia que Juan Pablo de Carrión ejercía sobre su paisano, el virrey, seguía siendo muy fuerte, y aun cuando a él (al fraile) no le haya gustado la decisión que se tomó, los trabajos siguieron desarrollándose en Navidad, y tuvo que apechugar.

OPINIONES ENCONTRADAS. –


Por otro lado, Felipe II y el virrey Velasco sabían muy bien que Carrión y Urdaneta tenían ideas muy propias sobre lo que se tendría que hacer para realizar un viaje exitoso hacia las Islas del Poniente, y sobre la posibilidad de encontrar la anhelada ruta de regreso. Pero como el clérigo de algún modo puso en evidencia al capitán Carrión, al quejarse de la lentitud con que marchaban los trabajos mencionados, en cuanto éste se enteró de las quejas que había presentado el otro, se inició una lucha sorda entre los dos para tratar convencer al monarca y a Velasco que la (o las rutas) que cada cual proponía eran, indudablemente las mejores.


Pero en relación a esto último cabe precisar que la lucha no fue muy pareja que digamos, porque aun cuando los dos eran considerados expertos como navegantes, Urdaneta estaba en cierta desventaja respecto a de Carrión, porque éste ya había cruzado dos veces la inmensidad del Océano Pacífico a partir, una vez desde Zacatula, en 1527, como marinero, y otra desde el mismo puerto de Navidad, en 1542, en calidad de piloto de un barco, mientras que Urdaneta, aun cuando había participado en el segundo viaje de circunnavegación, lo había iniciado como paje (o como grumete) y lo había concluido como prisionero en un barco portugués.


Al fraile se le reconocía también haber sido aprendiz de Juan Sebastián Elcano; haber pasado ocho años en las islas del oriente aprendiendo incluso algunas de las lenguas que allí se hablaban; y haber vuelto y entregado valiosa información a las autoridades marítimas españolas y a su monarca; pero Carrión no se había quedado en ese sentido atrás, pues igual había pasado cinco o seis años deambulando por aquellas islas y tenía el reconocimiento de haber dado muy precisos informes sobre todo lo que vio y oyó allá. Así que ¿cuál de los dos podría, finalmente, convencer al Virrey Velasco y a Felipe II, de que el derrotero que cada uno de ellos proponía era mejor que el que proponía el otro?

“TEORÍAS NOVÍSIMAS”, INTERESES OCULTOS. –


Para responder a esta pregunta tampoco no he podido encontrar un solo documento que me pueda auxiliar, pero si tomamos en cuenta que, en su primer informe al rey, Velasco le había dicho que el fraile tenía “teorías novísimas […] sobre los movimientos atmosféricos” y las corrientes marítimas. Ello nos debe llevar a nosotros a considerar que no obstante el fraile estar separado del mar, continuó realizando “un profundo estudio” sobre ese tipo de temas.


Y si, conforme a lo dicho por el virrey, el fraile tenía, además, la capacidad de presentar sus ideas de una manera “tan clara, tan lógica y tan demostrativas por sí solas”, hemos de admitir que fue eso por lo que lo reconoció y recomendó como “la persona que más noticia y experiencia tiene de todas aquellas Islas, y es el mejor y más cierto cosmógrafo que hay en esta Nueva España.”


A nivel teórico, pues, Urdaneta tenía de su lado el triunfo, pero a nivel geopolítico y económico, Carrión tenía el apoyo del virrey y del monarca, porque la exactitud del conocimiento geográfico de fray Andrés les estorbaba a ellos para sus propósitos ocultos.


Si algún paciente lector ha tenido la calma y el atrevimiento de llegar hasta aquí, quizá se estará preguntando qué es lo que estoy tratando de decir al expresar lo anterior, y lo resumiré así: Urdaneta afirmaba que, si no la totalidad, sí la mayoría de las Islas de la Especiería “caían” (o estaban) en los territorios marítimos que por el Tratado de Tordesillas quedaron en manos del rey de Portugal, y que, por ende, Felipe II no podía enviar a la expedición allá, y que lo que le convenía era enviarla a la isla de Nueva Guinea, descubierta, ésa sí, por la marinería española.


Pero el rey no quiso reconocer ante el fraile que tenía intereses políticos y económicos en las mencionadas islas y, habiéndose puesto en eso de acuerdo con el virrey, a Urdaneta le enfatizaron que su papel en la expedición consistiría en confirmar “si es cierta la vuelta”, puesto que la ruta de “ida se había conocido ya hacía breve tiempo”. Lo que equivale a decir que él debía olvidarse de cualquier otra cosa, y concentrarse en buscar (y de preferencia encontrar) la hasta entonces desconocida ruta para el regreso a la Nueva España.


Y, para redondear el tema, el monarca ratificó el nombramiento de almirante que el virrey le había dado a Juan Pablo de Carrión, experimentado marino también, cuyas tesis estaban más en sintonía con los intereses de la corona, puesto que, en una “Relación” que aquél había enviado también al monarca, afirmó, en primer término, que la isla de Nueva Guinea era “inhóspita y poco rentable” para gastar tiempo y dinero en ella. Cosa que él podía asegurar por haber sido “testigo presencial de su descubrimiento”, y que, en cambio, él sabía muy bien que Las Filipinas eran “islas de amigos con quienes [ya] se había tenido trato y amistad, además de ser tierra muy basta, muy rica y de mucha contratación (o comercio)”. Todo ello sin dejar de considerar -agregó- que muchísimas de ellas “son Islas que los portugueses nunca han visto, están muy a trasmano de su navegación, [y] ni han tenido noticias de su existencia, a no ser porque las hayan visto en alguna figura (mapa) o carta de marear nuestra”. Terminando con el argumento de que dichas islas estaban en el “mejor paraje para [dar] la vuelta, por estar muy alto en la Latitud Norte”. Que eran los rumbos que los viajeros anteriores y él mismo, habían estudiado con mayor esmero para “descubrir” el tornaviaje.


Los argumentos que Carrión expresó, pues, eran de peso, y a él se le dieron otras comisiones con un carácter más secreto, pero tanto a él como a Urdaneta se les ordenó que, antes de intentar el regreso deberían cargar “alguna especiería para hacer el ensaye de ella en [tierras] de la Nueva España”. Así como buscar “otras islas […] comarcanas a las Filipinas, y otras que están fuera de nuestra demarcación, que dizque tiene también especiería”.

LAS RUTAS A SEGUIR. –


El padre Urdaneta se había hecho, con el tiempo, reticente a participar en las conquistas. Había visto ya demasiada sangre derramada en esos eventos y por ende se resistía a participar en otra más. Pero no pudiendo negarle al rey el favor que le había solicitado en una insólita carta personal, se concentró, pues, en prepararse para resolver la muy difícil encomienda que se le había dado. Mas ¿cómo pudo el agustino enriquecer sus conocimientos sobre las corrientes marítimas y los vientos dominantes del Océano Pacífico a partir de la Nueva España, si su experiencia real como navegante había sido por algunos meses en los mares de Asia?


La respuesta a esta nueva interrogación parece muy compleja, pero es relativamente sencilla: si Urdaneta pudo saber todo lo que sus interlocutores decían que sabía, fue porque, siguiendo una costumbre similar a la que tuvo en su tiempo Cristóbal Colón, se dedicó a conseguir copias fidedignas de las “cartas de marear” (mapas, bitácoras y otras anotaciones) que iban haciendo (y corrigiendo) los más expertos navegantes anteriores a él. Cartas y apuntes en los que seguramente fue hallando algunos datos coincidentes que, al compararlos con los que él mismo había visto y anotado en sus propios apuntes, le hicieron concebir, ya casi a nivel científico, las “teorías novísimas” que le acreditó el virrey.


No quiero detenerme mucho en estos detalles que tal vez no despierten la emoción de los posibles lectores, pero estoy casi seguro (y más tarde citaré mi fuente) que el eminente cosmógrafo debió contar entre sus elementos de planeación, con “copias fidedignas” de una gran parte de los documentos que para entonces habían producido los escribanos y los cronistas que por designio real iban en todas las naos capitanas, así como de los mapas y demás notas que por obligación también debieron hacer los navegantes de las exploraciones marítimas anteriores. Y, muy en concreto, las que se conservaban de las expediciones de Saavedra y Villalobos.


Habiendo sido ese acopio de información lo que lo animó a disentir con las opiniones de Carrión, y a sugerir a sus jefes tres rutas y tres fechas posibles para conducir las naves. Sugerencias que de momento aparentaron éstos aceptar, pero que, como se verá en el siguiente capítulo, él tuvo que modificar ya sobre la marcha.

A manera de ejemplo, sin embargo, citaré la primera:


“Si las naos salen en octubre, o entrando noviembre, se debe navegar 600 leguas hacia el Sur Oeste, hasta ponernos a 14 grados y medio de Latitud Norte (o respecto del Ecuador), donde deberemos de encontrar la isla de San Bartholomé (que nosotros no hemos de confundir con la del Mar Caribe. Nota de A. A.). Y una vez encontrada ésta, deberemos seguir otra vez derecho hacia el Sur Oeste, hasta llegar a los 13 grados, donde se halla la Isla de los Ladrones. Y desde ahí, siguiendo la misma dirección, hasta bajar hasta los 11 grados, o poco menos, para llegar a Las Filipinas”.


El asunto, sin embargo, es que, si bien los dos navíos más grandes ya estaban algo avanzados cuando él llegó a Navidad, faltaba mucho para concluirlos y los dos más pequeños ni siquiera se habían iniciado. ¿Qué podría hacer entonces aquel fraile, estancado, como quien dice, en el pequeño y selvático villorrio, aunque sea para “matar el tiempo”?


No hay, en este sentido, ningún otro documento que nos brinde la más mínima señal de lo que fray Andrés pudo haber hecho durante su última (y muy larga) permanencia en el Puerto de Navidad, pero si tomamos en cuenta que él llegó ahí en algún momento de 1561, y que las naves de la expedición zarparon hasta el 21 de noviembre de 1564, es de suponer que uno de los más grandes trabajos que Urdaneta debió realizar desde que llegó hasta que partió fue el de combatir lo más eficazmente posible el aburrimiento.


Sobre este detalle no he visto que alguno de sus biógrafos haya escrito ni media palabra, y lo que yo podría agregar serían sólo inferencias. Pero creo que es factible suponer que, durante esos casi tres años, no sólo se ocupó en estar revisando sus “cartas de marear”, sino que en algo distinto debió, a veces, haber gastado su tiempo.


Sin pensar en el aburrimiento, hay un investigador guipuzcoano que se anima a decir que el fraile tuvo la responsabilidad de dirigir la construcción de algunas partes restantes de las naos. Y yo me lo quiero imaginar, también, yendo a ver la mina que tuvo en Guachinango; yendo a visitar a sus antiguos conocidos de Villa de Purificación y sus alrededores; o tomando nota de algunos otros interesantes detalles, como el fortísimo terremoto que, estando él allí, los zarandeó el 27 de mayo de 1563, tumbándoles la mayor parte de sus precarias viviendas y “la casa real”, donde guardaban la pólvora, las municiones y los bastimentos.


Sobre ese periodo, el profesor Felipe Sevilla del Río dice que durante 1563 y 1564, “toda la zona o comarca cercana a los puertos de Navidad y Salagua (Colima, Autlán, Ameca, Zapotlán, Amula, Tuspa, Tamazula, Guadalajara, Pueblos de Ávalos, etc.) vivió intensamente bajo la influencia de las actividades conectadas a la construcción de los navíos para el viaje de Las Filipinas”. Pero ¿qué tanto ocurrió en dicho sentido?...

Continuará.


PIES DE FOTO. –

  1. Juan Pablo de Carrión había ya cruzado, como piloto de navío, el Océano Pacífico, desde precisamente el puerto de Navidad, y tenía sus propias ideas respecto a la ruta de debía llevar la expedición.

  2. Fray Andrés de Urdaneta, en cambio, nunca había realizado ese viaje, pero había realizado profundos estudios sobre los datos que aportaban las bitácoras y los mapas de las expediciones anteriores.

  3. Este fue, aunque con muy distinto aspecto, el bellísimo escenario en donde se desarrolló casi toda esta trama.

  4. Sevilla del Río dice que durante 1563 y 1564, “toda la comarca cercana a los puertos de Navidad y Salagua vivió intensamente conectada a la construcción de los navíos para el viaje de Las Filipinas”.


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