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Vislumbres: Una Travesía Trascendente Capítulo XIII


UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE

Capítulo XIII


ERRATA. –


Al final del capítulo pasado comenté que, si fray Andrés de Urdaneta participó en la fallida expedición que, en 1559 encabezó Tristán de Luna, para poblar los actuales estados de Florida y Carolina del Sur, el fraile ya estaba de vuelta en 1560 en su convento de la ciudad de México, en donde – equívocamente dije - permaneció “hasta que, en 1552, el destino lo volvió a poner en el puerto de Navidad”. Cuando debí haber anotado 1562. Un tiempo en el que, aparte, habría él de iniciar “su última y más conocida aventura”.


Una vez corregida esta errata hoy quiero tratar de exponer el contexto internacional en el que se llevó a cabo esa interesante aventura, culmen, podríamos decir, de una gran suma de esfuerzos que por mar y tierra desarrollaron cientos de individuos del siglo XVI que, habiendo habitado en el centro y el occidente de la Nueva España, estaban llenos de curiosidad por ver y saber qué había más allá del horizonte que observaban desde aquellas costas. Curiosidad natural que para muchos de ellos se convirtió en una enfermiza obsesión que terminó hasta con las vidas de numerosos indios americanos y cientos de soldados, marineros y burócratas de la Corona española.

EL ORIGEN DE LAS OBSESIONES. –


Si el obsesionado Cortés metió en un brete a muchos de sus contemporáneos para conquistar las tierras de la Nueva España, Colón había metido a otros en el brete de conocer (y conquistar también) lo que había más allá de los mares inexplorados y, en 1562, casi setenta años después de haber iniciado él su propia gesta, ese motivador afán lo seguían teniendo no sólo España y Portugal, las dos grandes potencias navales entonces, sino algunos otros países de Europa que comenzaban a ver más allá de los mares el futuro enriquecedor de sus propios pueblos.


Pero no debemos de olvidar el dato de que desde mucho antes de que Colón volviera a Sevilla llevando “muestras” de lo que había encontrado su primer “viaje a Las Indias” (sic), había un viejo pleito entre los monarcas de Portugal y España, que justo en ese tiempo se recrudeció, poniéndolos al borde de una guerra.


En tales circunstancias, y siendo el Papa Alejandro VI de origen español (pues se llamaba Rodrigo de Borja, y había nacido en Valencia), intervino en 1493 y, emitiendo cuatro notables documentos, que históricamente se conocen como “Bulas Alejandrinas”, “en el nombre de Dios” les permitió, como quien dice, a ambos reyes, se repartieran las partes del mundo “no conocidas”, y les ordenó que se dejaran de pleitos.


Estos cuatro documentos se enriquecieron con el “Tratado de Tordesillas” un año después, estableciendo ciertas coordenadas que delimitarían las respectivas posesiones de ambos monarcas y, a partir de entonces, Portugal ya pudo asegurar su “jurisdicción” en algunas de las más importantes “islas de las especias”, pero sin abarcar la totalidad de ellas.


A los españoles no les dolió mucho, de momento, esa resolución, porque se habían encontrado lo que dieron en llamar “Las Indias Occidentales”, pero como la ambición no sacia a quien la padece, siguieron buscando el modo de llegar, por otra ruta, a las Islas de la Especiería, financiando o comprometiendo a gente rica y no tanto, para que realizaran expediciones con similar propósito, siendo varias de ellas las que hemos reseñado aquí.


Pero hasta mediados del siglo XVI, y pese a los numerosos, costosos e infructuosos esfuerzos que habían realizado, los españoles seguían sin asegurar su dominio en una sola de esas islas, mientras que los portugueses, que ya se habían vuelto expertos en el conocimiento de la ruta por el Cabo de Buena Esperanza, seguían adueñados de las principales.

UN NUEVO VIRREY, UN NUEVO ENFOQUE. –


Muy inmerso en ese contexto, y con un gran conocimiento sobre lo que acabamos de comentar, en noviembre de 1550 llegó a la Nueva España el segundo virrey. Se llamaba Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, y era natural de Carrión de los Condes, en donde había nacido en 1511.


Este hombre, a diferencia de su predecesor, estaba inspirado en la filosofía humanista, y no sólo tenía otra visión respecto al trato que los españoles debían dar a los indios y a los esclavos importados de África, sino que también tenía inquietudes educativas e intelectuales, por lo que casi tres años después ya estaba inaugurando la Real y Pontificia Universidad de México, en donde, como se expresó en párrafos anteriores, desde su apertura, en 1553, empezó a impartir cátedra fray Alonso de la Veracruz, el filósofo agustino que coincidentemente vivía en el mismo convento al que se fue a refugiar nuestro buen amigo, Andrés de Urdaneta.


No sabemos cómo ni cuándo se habrán vinculado estos tres personajes, o al menos Velasco y el ex corregidor de los Pueblos de Ávalos, pero existen bases documentales que nos permiten inferir que, así como el virrey Mendoza tuvo cierta amistad y deferencias para con el entonces soldado Urdaneta, el segundo virrey también las tuvo con el fraile, y parece haber sido incluso su amigo. Por cuanto que cuando Velasco maduró la idea de iniciar una nueva expedición hacia Las Filipinas, en el primer individuo que pensó para dirigirla fue, precisamente, fray Andrés de Urdaneta. Aunque éste, dado su estado de “clérigo regular”, se negó muy educadamente a ello… Pero no nos aceleremos con este asunto y revisemos antes otras situaciones, para que comprendamos mejor lo que sucedió:


En el capítulo V dije que, en enero de 1541, luego de que el primer virrey le cambió el nombre al puerto de Aguatán y le puso el de Navidad, Urdaneta, Mendoza y Pedro de Alvarado coincidieron algún tiempo en ese remoto lugar. Y también me atreví a expresar que, “en no pocas tardes muertas, ya cerca del oscurecer”, fue muy posible que “aquellas personas se hayan reunido a conversar, requiriendo, entre otros a Urdaneta, que hicieran relación de sus aventuras por el Mar Océano”. Todo ello porque asumo que no tenían muchas cosas en que distraerse, y porque habiendo conocido el actual pueblo de Barra de Navidad desde cuando apenas estaban construyendo la carretera que lo habría de conectar con Guadalajara, he visto de cerca su evolución, puedo, por ende, imaginar que hace 480 años sólo era una simple aldea, precaria, insalubre, construida en función de un astillero, atenazada por la selva en uno de sus lados, y rodeada por el mar y la laguna por los otros.


En su primera estancia en el puerto de Navidad, Urdaneta tenía 32 años, pero cuando el virrey Velasco requirió sus servicios ya había sobrepasado los 55, y acumulaba en su cuerpo cientos, tal vez miles de horas de puro cabalgar entre muy diferentes paisajes, y una experiencia acumulada en la que así como hubo goces y fatigas, esperanzas y desistimientos, riqueza y penuria, también hubo actos de violencia en los que provocó y recibió heridas, cuyo recuerdo y secuelas no sólo le hacían sentir mal el cuerpo, sino agobiaban su espíritu del viejo soldado y marino, alejado ya de aquella azarosa vida.

UNA INESPERADA CARTA. –


Como quiera, sin embargo, que todo esto haya sido, las pláticas que tuvieron el virrey Velasco y el fraile se llevaron a cabo en la ciudad de México, y no sólo debieron de haber tenido por temas asuntos de filosofía y religión, sino que debieron de haber versado sobre las relaciones que Urdaneta entregó en 1536 al rey Carlos V, sobre sus muchas andanzas en las islas orientales y sobre los interesados estudios de navegación y cosmografía que el antiguo marino había seguido realizando.


Para poder afirmar todo lo anterior no me baso en ningún documento que lo exprese tal cual, sino en el trasfondo y las señales que en ese sentido emiten los textos. Señales que igualmente llevaron a decir, al doctor José Miguel Romero de Solís, gran escudriñador de muy antiguas fuentes, que: “El virrey Luis de Velasco, en 1550, alcanzó a tratar en conversaciones con su antecesor, el tema de las islas del Poniente, y el interés de la Corona por la ruta del tornaviaje” (o viaje de regreso desde aquéllas hasta las costas de la Nueva España), “pero no fue sino hasta 1557 que pudo emprender, por instrucciones reales, la organización de dos nuevas expediciones”: la de la Florida, que ya hemos mencionado aquí, y “la de las Islas Molucas”, o “de las Especias”.


“En lo que respecta a” esta segunda expedición “de las personas que tomo consejo el virrey en 1558, figuran Juan Pablo de Carrión, sobreviviente de la expedición capitaneada por Ruy López de Villalobos, y el agustino fray Andrés de Urdaneta, participante de la armada de Loaisa y que vivió ocho largos años en aquella región ultramarina antes de volver a España”.


Por otra parte, casi todos los demás biógrafos de Urdaneta que me ha tocado consultar coinciden con ese dato y Carlo A. Caranci, de la Sociedad Geográfica España, aún agrega que como el fraile “ya había manifestado su interés por el tornaviaje, había madurado la idea, y creía firmemente que era posible la vuelta”, el virrey lo invitó a comandar la expedición. Pero que Urdaneta se negó inicialmente a ello, por ser fraile y estar algo enfermo, por lo que, no deseando el virrey, tal vez presionarlo en forma directa; pero no queriendo, tampoco, quedarse sin su participación, le sugirió al monarca que le escribiera personalmente a Urdaneta para obligarlo a aceptar y, por increíble que hoy pudiera parecernos, el rey así lo hizo. Pero no estemos pensando en que ello haya sido de un día para otro, como ahora estamos acostumbrados, sino tras largos meses, como era entonces la comunicación.


Esa inusitada carta, pues, según Romero, fue remitida, junto con varias otras, desde España a México, el 24 de septiembre de 1559. Y en un fragmento de la misma, el monarca le dijo a su súbdito agustino: “[Y] porque según la mucha noticia que dizque tenéis de las cosas de aquella tierra y [por] entender, como entendéis bien, la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuesedes en los dichos navíos”.


Es de suponer que al recibir semejante misiva, allá por diciembre, el fraile haya podido experimentar sentimientos encontrados de gusto y desagrado: desagrado porque no estando muy bien de salud, y apenas habiendo hallado la tranquilidad que había ido a buscar en la vida religiosa, tendría que desprenderse de ella y aventurarse nuevamente en busca de lo desconocido. Y de gusto y satisfacción porque ¿cuántas otras personas más habrían recibido directamente una carta del rey, en la que además se expresara un reconocimiento tan explícito a su experiencia y talento?


Así, pues que, luego de haber hablado con su confesor y con el padre prior sobre tal asunto, a Urdaneta ya no le quedó más que responderle a Felipe II que sí, pero evidenciando todavía un cierto amoscamiento, en uno de sus párrafos le dijo: “El Virrey, Don Luis de Velasco, me ha comunicado el mandato de Vuestra Real Majestad acerca de lo que toca a la navegación que manda hacer al Poniente; y [ya he] tratado con él lo que me ha parecido que conviene al servicio de Nuestro Señor, e de Vuestra Majestad, acerca de este negocio”.


Agregando inmediatamente que junto con esa carta él le estaba enviando “a su Real Persona” las opiniones que tenía para poder realizar semejante empresa, solicitándole que las hiciera revisar, para que, con base en ellas y otros pareceres, se tomaran las mejores decisiones.

RETICENCIAS Y RESISTENCIAS. –


Los principales propósitos que tenía Felipe II al promover esta expedición a las islas que Ruy de Villalobos había bautizado Las Filipinas en su honor, no sólo consistían en ir a conquistarlas y a posesionarse de ellas, sino, como lo había indicado Cortés a Álvaro de Saavedra Cerón, en 1527, que se trajeran a como diera lugar algunas plantas con las que se producían las muy buscadas especias, para ensayar sus cultivos en tierras de la Nueva España y otras, así como el de asegurar que hubiere una ruta de regreso entre sus posesiones asiáticas y sus dos gigantescos virreinatos en América. Por lo que, al tener claro Velasco cuál era el último y más importante de los propósitos ya mencionados, dice la investigadora Ma. Montserrat León Guerrero, que “el virrey reunió a un grupo de expertos para que le informaran y asesoraran sobre las posibilidades existentes para lograr el regreso. Entre ellos se encontraba el General de las flotas de Indias, Pedro Menéndez de Avilés, el Capitán Juan Pablo Carrión (que había ido como piloto con Villalobos) y otros pilotos que ya habían visitado las Molucas, [como] Andrés de Urdaneta, quien tenía un concepto totalmente distinto al del resto del grupo, ya que no sólo estaba convencido de que el regreso era posible, sino de que además era sencillo”.


Y luego cita un párrafo en el que Velasco le habría dicho a Felipe II que los razonamientos de Urdaneta fueron expuestos “con teorías novísimas, pero tan claras, tan lógicas, tan demostrativas por sí solas de un profundo estudio de los movimientos atmosféricos, que no dudó en” acogerle como su principal asesor. Agregando que, anexa a esa misma carta, el virrey le estaba enviando al monarca, una “relación que […] se hizo solamente por mí y por Fray Andrés de Urdaneta, que es la persona que más noticia y experiencia tiene de todas aquellas Islas, y es el mejor y más cierto cosmógrafo que hay en esta Nueva España.”


Continuará.


PIES DE FOTOS. –


1.- Desde que don Luis de Velasco tomó posesión como segundo virrey de la Nueva España, mostró que venía influenciado por las ideas que fray Bartolomé de las Casas había expuesto sobre tratar a los indios como seres humanos.


2.- En 1557, el virrey convenció a su monarca, de que ya era posible organizar otra expedición hacia las islas Filipinas, para buscar la ruta de regreso desde las “islas orientales” a las costas de la Nueva España.


3.- Se trataba, pues, de utilizar una vez más el astillero del Puerto de Navidad, para construir las naves que habrían de realizar la travesía.


4.- Y ya para entonces, fray Andrés de Urdaneta no sólo había concluido sus estudios clericales, sino que estaba por convertirse, según uno de sus biógrafos, en “padre prior”.




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