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Ágora: Yo, tú, él y no otro

  • Foto del escritor: Emanuel del Toro
    Emanuel del Toro
  • 5 nov 2019
  • 3 Min. de lectura


Yo, tú, él y no otro.


Resulta sorprendente la facilidad con que utilizamos los recursos cognitivos propios, para meternos en estados emocionales sin recurso, salida o respuesta, olvidando la multitud de capacidades inexploradas que poseemos por el simple hecho de ser quienes somos. Abandonándonos a merced de acontecimientos sobre los que no ejercemos ningún control, fallando en el acto en la responsabilidad de hacernos cargo de nuestras propias emociones, sobre las que si tenemos control, ensimismados en fijaciones a corto plazo.


La vida no es que valga la pena, es que tiene sentido. Actuar por inercia, sin poner la más mínima atención de lo que hacemos, es un camino seguro para auto fallarnos. “Es obvio” dirán muchos si llegan a topar con estas líneas; el problema no es saberlo, sino la facilidad con que olvidamos que si la vida no se decide, si tenemos la responsabilidad de hacerla plena.


Sin embargo, aún en el mejor de los casos, incluso para quienes lo tienen claro, ocurre que inmersos en el bullicio del día a día, pierden sin sospecharlo el rumbo, de un modo tan sutil que más pronto de lo que parce, se hace virtualmente imposible seguir sin por ello llegar a pensar, que lo que hacemos no tiene sentido, y se sigue porque sí, porque no hay otra cosa mejor que hacer, porque así lo indican las convenciones.


¡No detengas, sigue, anda avanza! –dicen algunos y rezan los spots publicitarios en todos lados. Y avanzamos, lento, sin motivo aparente para hacerlo, extraviados, a merced del sinsentido, como quien camina en círculos concéntricos, sin llegar a ningún destino, repitiendo una y otra vez los caminos recorridos, en busca de algo en el olvido nos devuelva a la senda de lo perdido, como si por revisar una y otra vez los recovecos de tiempos pasados, hubiéramos de encontrar lo que nunca antes vimos.


Sin embargo, no basta con seguir, si lo que buscamos es crecer, volver la cabeza hacia atrás nunca ha sido opción. Cuando lo que está en juego es poco más que la cordura, no hay concesiones que valgan, porque nuestra tranquilidad no es negociable. La vida no es que valga la pena, la vida es que tiene sentido y dicho sentido, rara vez va en contra del correr del tiempo, atrás se queda lo ido y lo vivido, atrás lo perdido, lo que se fue, atrás lo que dejamos, porque se haga lo que se haga, para continuar es indispensable ir ligero de equipaje. Resueltos a dar siempre lo mejor.


¿Qué me queda si dejo ir lo vivido, qué si olvido? –Hemos dicho todos alguna vez, –quizá con mayor frecuencia de lo que somos capaces de admitir– porque hacía atrás reducimos la mayoría de las opciones disponibles, pero muy poco se dice si de ir adelante se trata, un tanto por tristeza, otro por auto reproche, el problema es que con nuestra propia cabeza haciendo de inquisidor en la valoración de lo vivido, nos ubicamos simultáneamente como juez y acusado, poco o nulo valor otorgamos al más importante de los papeles que somos capaces de desempeñar, el de protagonistas de nuestra vida.


Así las cosas, cuando de sobreponerse a los tropiezos de la vida se trata, antes que pensar en cuidarse de cualquiera que seamos capaces de imaginar, como causante de lo ocurrido, es indispensable reconsiderar en el papel que nos asignamos en la reparación, después de todo, por muy bien o mal que nos vaya en ese intento, al final del día, lo único que nos queda cuando nadie nos ve, es ese sujeto que aparece todos los días por la mañana con el mirar del espejo, el único que no podemos disuadir de no verlo cuando de evitar a todos se trata, eres tú y no otro, él de siempre, él de toda la vida... tu vida.*



* Si algo muestra la enajenación de cualquier causa, es que, no todo en esta vida necesita ser real, para tener un fuerte impacto sobre nuestra existencia. A veces basta con que sea posible pensar que puede suceder.








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