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Vislumbres: El día del ciclón, segunda parte


EL DÍA DEL CICLÓN, SEGUNDA PARTE


POR LOS RUMBOS DEL MARABASCO. –


A quienes no conozcan muy bien la geografía del estado les comento que el municipio de Manzanillo, Colima, colinda con el de Cihuatlán, Jalisco, y que el río que los divide está formado por varios importantes afluentes que bajan, por ejemplo, desde Chacala, Jal., y desde Minatitlán, Col., por lo que en cada una de las grandes tormentas que ocurren en aquellas zonas montañosas, el Marabasco crece abundantemente y se desborda con relativa frecuencia.


En los días en que aconteció el ciclón que hemos venido reseñando, la señora Herlinda Salas Gómez vivía en una casa “de material” de la ranchería de Marabasco, situada en terrenos de Colima, muy cerca del río del mismo nombre y, recordando con angustia algo de lo sucedido, algunos años después escribió que, el 26 de octubre de 1959, la víspera, se podría decir, su papá y uno de sus hermanos se fueron temprano a Manzanillo, en donde, mientras hacían lo que fueron a hacer allá, supieron que venía un ciclón y se apresuraron para abordar el primer camión hacia Cihuatlán porque supusieron que si las lluvias continuaban con más fuerza, el río podría crecer más de lo que solía hacerlo:


“Por la noche [del 26 al 27] se empezó a sentir el viento cada vez más fuerte, como a las once de la noche cada racha se oía como un solo zumbido… Más noche ya nadie pudo salir, volaban los penachos de las palmas, los techos y caían los árboles. Pasamos la madrugada impidiendo que se abrieran las puertas y las ventanas. Mientras escuchábamos los golpes de los árboles que caían, de las ramas que se quebraran … Escuchamos los gritos de unos vecinos a los que les cayó una palma encima, destrozándoles el corredor y la cocina, y les abrimos para que entraran… Pensábamos en lo que les podría haber pasado a toda la gente que habitaba en casitas de palapa… Sentimos que amaneció más tarde que nunca.

“Cuando pudimos salir al corredor, aún se veían volar tejas y palapas… Algunas familias estaban concentradas en las pocas casas de material, porque hasta las que eran de teja ya no tenían techo… Finalmente se calmó el viento y dejó de llover tan recio… Y nuestra sorpresa fue que por primera vez vimos desde aquí los cerros de Cihuatlán, nada había que nos impidiera verlos, las plantaciones estaban en el suelo, las palmas altas quedaron con el puro tallo, como postes resistiendo la fuerza del viento… Siguió lloviendo y, al rato, empezó a entrar el río por las huertas, peor que durante la tromba de 1944.


“Tres días estuvimos en el agua. Nadie contaba con alimento, a no ser de la carne de los animales que se ahogaron o los golpeó alguna palma al caer.


“Al día siguiente nos enteramos de que muchas personas murieron ahogadas. Fue una verdadera tragedia”.

SIGUEN LOS TESTIMONIOS. –


No demasiado lejos de ahí, pero mucho más cerca de la desembocadura del río, que en esa fatídica noche se amplió varios cientos de metros, estaba radicando una familia muy conocida de Colima, encabezada por don Gabriel Ochoa Gutiérrez, un hombre muy chambeador que con su propio esfuerzo había convertido la selva en tierras productivas. Su rancho se llamaba El Centinela, y gracias a ese mismo esfuerzo, logró construir, junto con su esposa, Ma. del Carmen Gutiérrez Carrillo, de Comala, una familia de 10 hijos y una segunda casa de dos plantas arriba de una lomita.


Y hablando sobre lo que sucedió allí, Carmelita Ochoa Gutiérrez, una de las hijas mayores del matrimonio, muy amiga mía, me ha platicado poco más o menos lo siguiente: Que durante la víspera de lo más fuerte del ciclón ella y su papá estaban en Colima, a donde habían ido a comprar la despensa ordinaria y un poco más, porque iban a recibir la visita de unas personas muy importantes, que según eso pensaban pasar varios días allí.


“Empezó a llover muy fuerte en el camino de regreso. En Manzanillo estaba cayendo un chubasco…Y al llegar a El Centinela todavía seguía lloviendo… Acomodamos la despensa, nos acostamos a dormir y como a las diez de la noche mi papá tocó las puertas de los cuartos y nos dijo: ‘¡Hijos, levántense, que se está acabando el mundo!’ … Era en vendaval, el agua se metía por todos lados, y lo primero que hizo mi papá fue decirle a mi hermano: ‘¡Vete por los rancheros, por los trabajadores, que se vengan acá, porque esto es un ciclón!’


“La casa era muy grande… Ya casi a gatas llegaron todos, más los chiquillos a los que casi se llevaba el aire, y nos encerramos en la sala de abajo. Empezaron a llegar las personas de los ranchos cercanos, que tenían una o dos casitas de palapa. Al rato todo mundo adentro de la casa… El viento empezó a romper los cristales, a volar sillas, mesas, todo lo que encontraba a su paso. Mi mamá encerrada en una recámara donde menos golpeaba el aire porque dos de mis hermanas más chicas tenían sarampión.


“Yo, que tenía 18 años y era la mayor de las que estábamos, porque mi hermana Ana Celia se había casado, empecé a bajar todo lo que sirviera para tapar y acostar a los niños. El viento aullaba de manera terrible… Cada vez se rompían más vidrios y volaban más cosas, mientras escuchábamos el estruendo allá afuera... Todos los niños lloraban, las señoras rezaban, los señores asustados.


“A mi papá le acababan de regalar una botella grande de Bacanora y empezó a repartirla entre todos, en parte para el frío y en parte para que se calmaran. Y yo empecé a repartir galletas entre los niños.


“Por la escalera del piso de arriba bajaba el agua como cascada… Como a las cuatro de la mañana llegaron otras personas más, sin ropa, o con la ropa hecha girones… Yo creo que nos llegamos a juntar alrededor de 150. Así, apretados, pasamos la noche.


“Como a las cuatro y media empezó a amainar… A las siete y media llegaron dos niñitos solos que habían pasado la noche refugiados en el tronco hueco de un árbol. Y empezó a clarear.


“En eso se empieza a oír un rugido muy fuerte. La casa estaba más alta en comparación con el resto de los terrenos, pero mi papá nos ordenó subir a la azotea para ver de qué se trataba… Subimos, pues, y como ya casi no había nada de vegetación que nos impidiera ver el río, vimos que lo que producía aquel ruido era la creciente que se acercaba como un tsunami de agua lodosa, arrastrando casas, personas, animales, árboles, que venía a todo lo que daba el ancho cauce del río y todavía más.


“Y aunque la casa, como ya dije, estaba en una lomita, no sabíamos si la íbamos a librar o no, y por las dudas todos los que pudimos nos subimos al piso más alto. Pero aun cuando el agua se fue expandiendo por todo el valle, la casa no fue alcanzada por la creciente y fue la única que se salvó de la inundación.


“Vimos a varias personas pasar agarrándose de las ramas de un árbol, subidas en los techos de sus casas, pero nada podíamos hacer para salvarlas… La creciente se las llevó al mar y, cuando finalmente bajó el nivel, ya no había nada de lo que habíamos conocido hasta entonces. Ya no había árboles, la selva y las plantaciones desaparecieron. Con decirte que desde el mismo rancho veíamos hasta Cihuatlán, del que ni sus torres habíamos visto antes…


“Al día siguiente mi papá se encontró un radio de baterías que había comprado. Lo encendió y sintonizó en la estación más cercana. Las noticias que se escuchaban de Manzanillo eran que había ocurrido un desastre peor… Recorrimos un poco la orilla del río, sacando los cuerpos de algunos muertos… Al día siguiente llegó un helicóptero, dizque para evacuarnos, pero mi papá les dijo que no, que mejor nos trajeran comida… Todo lo que mi papá, sus trabajadores y nosotros habíamos logrado plantar ya no estaba a la vista. Y tuvimos que recomenzar de nuevo”.

RECUERDOS DEL PRESIDENTE MUNICIPAL. –


Por el número de víctimas mortales y por la destrucción de casas, edificios, carreteras y embarcaciones, se puede afirmar que el municipio de Manzanillo fue el que más daños y pérdidas padeció durante los acosos del ciclón Linda. Pero si tomamos en cuenta el tamaño de la población y los estragos sufridos en ella, la cabecera del municipio de Minatitlán fue, proporcionalmente hablando, en donde con mayor rigor “atacó” el huracán.


Haciendo acopio de sus recuerdos y los de sus coterráneos que sobrevivieron a la catástrofe, el profesor Juan Michel Figueroa, publicó en 2006 un interesante libro en el que nos brinda un testimonio muy vívido, de primera mano, cuyo interés histórico es relevante, no sólo porque está muy bien escrito, sino porque él era, en aquellos precisos días del ciclón, el presidente municipal de Minatitlán y uno de los profesores que trabajaban en la escuela primaria del pueblo, que dirigía mi actual amigo y compañeros cronista municipal de Minatitlán, Héctor Manuel Mancilla Figueroa, de 24 años cumplidos en aquel entonces.


El profesor Michel (antiguo estudiante del Seminario Conciliar de Colima, y ex compañero, por ende, del padre Teodoro Guerrero Gallardo, cura de Minatitlán en ese mismo momento) describe con espeluznantes datos todas las peripecias por las que él, su familia y las de algunos de sus hermanos y vecinos tuvieron que pasar para poder salvarse de las crecientes de los arroyos que atravesaban su pueblo, yéndose hacia las casas que estaban en los terrenos más altos.

Refiere asimismo cómo fue que hacia las 6 de la mañana del día 27, y luego de haber estado lloviendo desde el 25, y de haberse ya guarecido en esos terrenos más elevados, comenzaron a escuchar “un zumbido, extraño para nosotros, que parecía el sonido de varios helicópteros que volaran al mismo tiempo, unas veces por los rumbos del Ojo de Mar y otras por el cerro de Los Juanillos. Era una gran creciente que se formó en donde descargó la tromba y que bajó después por la barranca del Cerro de Los Copales, rumbo a muestro pueblo.


“Era como un mar de agua amarillenta, que llegó de repente en forma de una avalancha, arrastrando casas, árboles, piedras, todo… Las casas y los árboles iban maromeando. Sin pensarlo nos dimos vuelta y ganamos rumbo a donde creíamos que nosotros y nuestras familias podríamos salvarnos.


“Al llegar a la casa de don Manuel Jiménez ya había mucha gente, que había llegado antes que nosotros por los mismos motivos… A algunos los habían arrastrado las crecientes de los arroyos, pero como lograron llegar vivos hasta el río, que también llevaba muchísima agua, su fuerza los empujó hacia arriba y a los lados y lograron salvarse… Fueron a los primeros sobrevivientes que nos tocó ver, y quienes, al vernos llegar con nuestras familias enteras, se emocionaron tanto que empezaron a poner cara de angustia, porque varios de ellos ya habían perdido a las suyas, pero como que no podían llorar. ‘¡Están atacados! – dijo una señora al verlos-. Deben desahogarse. Denles un trago de alcohol’. Pero a poco comenzaron a llorar, desconsolados… Para esas horas ya había muchos muertos en el playón, y cantidad de heridos”.


Lo que tocaba era ir a tratar de rescatar a los vivos que se pudiera, y aun cuando algunos familiares, sumamente adoloridos por sus muertos deseaban rescatar sus cuerpos para velarlos, pudo más la lógica de la urgencia de los heridos y la orden fue tajante: “A los muertos nadie los mueva, hay que rescatar a los heridos”. Y se organizaron brigadas para proceder a lo dicho.


Inexplicablemente quedó, en una tienda a la que no se llevó la creciente, “un chiquihuite grande copeteado de pan” que no se había vendido la víspera porque nadie pudo salir de sus casas. El alcalde pasó casualmente por allí, lo alcanzó a ver y se lo pidió a la señora Hipólita Rodriguez, la dueña, para regalárselo a los niños que no habían comido nada en muchas horas. Ella accedió, y luego él mandó a los policías municipales a los demás changarros y tendejones que habían quedado en pie, a pedir que les regalaran aunque fuesen unos costales de galletas de animalitos para calmar el hambre de los demás.


Dice que hasta ganas de llorar y de renunciar a la presidencia municipal le dieron, pero que se forzó a seguir el rescate y la búsqueda de los heridos, con el apoyo de muchos voluntarios que se pusieron a trabajar durante al menos dos días prácticamente sin comer.


Por ahí como a media mañana del día 28 “me avisaron que ya no encontraban heridos, sólo muertos… Les conseguí entonces unas botellas de vino en la tienda de Chelino Campos para que agarraran ánimo y valor, para soportar lo que verían, y complementariamente ordené que de inmediato enterráramos a los muertos” porque ya estaban iniciando su descomposición. “La noticia no agradó a muchas familias, pero no había otra alternativa y ellos también lo sabían”.


De modo que “hicimos varios pozos, grandes, para enterrar a varios cuerpos en cada uno de ellos, pero luego nadie se animaba a enterrar a ninguno sin mi autorización. Y entonces les pedí ayuda a los mayores y a los muy responsables, entre los que recuerdo a mi compadre Héctor Mancilla, quien organizó un grupo y ayudó a juntar y sepultar todos los muertos que se encontraban en el barrio de la maestra Andrea Figueroa y sus familiares… Lo que más pesar me daba ver, era sepultar a tantos niños y jóvenes y señoritas que eran la alegría y la esperanza del pueblo. Muchos de ellos fueron mis alumnos”.


La ayuda hacia Minatitlán apenas empezó a llegar el viernes 30 de octubre (un día como hoy, hace exactamente 60 años). Un suceso que muchos de quienes lo padecieron no querían siquiera recordar.


PIES DE FOTO. –


1.- Esta es una foto del Río Armería, tomada en octubre de 2011, cuando el ciclón Jova, que nos da una idea de cómo iba la riada ya que había tumbado el Puente de Periquillos.


2.- Esta otra es del Río Marabasco, cuando el huracán Patricia en 2015, y que nos muestra igual, como penetró y destruyó las huertas y los ranchos antes de precipitarse, cargado de cadáveres al mar.


3.- Nadie desde los ranchos selváticos de Manzanillo alcanzaba a ver ni las torres de Cihuatlán, Jal., pero después del ciclón y el gran creciente, éstas se veían desde muchos kilómetros de lejos.


4.- He aquí una foto de la hermosa playa de Santiago, cubierta de multitud de ramas que arrastró el normalmente muy pequeño arroyo que desemboca a unos 250 metros de allí.


5.- En Manzanillo fue el caos casi total. Multitud de personas fallecieron en esa fecha fatídica. Y nunca se pudo calcular el costo de los daños materiales que el ciclón Linda provocó ahí y en los alrededores.






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