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Cuarto Oscuro: Atardecer


ATARDECER


No importa cuántas veces diga que ya te olvidé, me es imposible voltear a ver el marco de nuestra foto colgada en el estrecho pasillo de la entrada. Pero recuerdo el momento exacto en el que tomados de la mano caminábamos por la playa, tú muestras tu sonrisa brillante y yo un gesto de inconformidad, porque aquello se me hacía de lo más cliché. Si me hubieran dicho que jamás iba a estar tan feliz en la vida, hubiera cambiado ese gesto, por un último beso. Pero en esta vida ni las segundas oportunidades, ni el hubiera, existen. Así que tan pronto como te tuve entre mis brazos, desapareciste de mi cama y de mi vida, pero jamás de mi mente. Aun siento dentro de mi cabeza, como te la pasas dando vueltas una y otra vez alrededor del mismo recuerdo. Ese que me ha provocado miles de noches de insomnio y llantos desconsolados.


Recuerdo aquel día por el color que el sol les daba a tus ojos marrones, por el aire que movía tu cabello y por el olor dulce de tus manos. No encontré mejor momento, y ahí, sentados en el pasto de aquel lejano parque, te tomé de la mano y deslicé el aro por tu dedo. Era una promesa, o lo que alguna vez fue una, que pasara lo que pasara, la luz tenue de la luna que entra por la ventana de nuestra habitación, siempre nos arroparía por las noches; que no descansaríamos hasta encontrar nuestra receta perfecta de brownies; que nos tomaríamos la mano sobre la mesa de cualquier comida familiar; y que nos amaríamos hasta que encontráramos un atardecer espantoso.


Desgraciadamente, aquel atardecer llegó más pronto de lo que pensábamos, la extravagante mezcla de colores en el cielo nos abrazaba cuando soltaste de golpe “se acabó”. Ahora nos tocaría empacar, vaciar los cajones que alguna vez llenamos ropa e ilusiones, de planes y metas a medias. Ese día te fuiste sin decir una palabra, la puerta se cerró detrás de ti y desde entonces, la casa es un completo silencio. La vida se ha ido desgastando poco a poco, algunas veces me sorprendo preguntándome si pensarás en mí, con la misma intensidad que yo en ti. Tu lado de la alcoba aun me grita con desesperación que te traiga de vuelta. Por las tardes suelo sentarme en el piso del pasillo, con la esperanza de que algún día toques la puerta y te lances a mis brazos de nuevo, pero todas las noches me levanto entre la penumbra y me dirijo hacia nuestro cuarto, intentando que esta vez, tu recuerdo me deje dormir.

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