Rueda de Escape: TIC TAC
TIC TAC
Quería regresar a escribir columnas y la invitación llegó como anillo al dedo. Por varios años he contribuido a este género de la escritura (probablemente el más híbrido de todos los géneros), y siempre lo había hecho sin poner nombre a la columna pero sí a cada escrito, lo cual va muy de acuerdo con mi manera de ser que elude cualquier rutina por leve que sea.
En las columnas, cada quien escribe lo que le viene en gana sin censura de ninguna especie, solamente con el consabido pie de página en donde se asegura que lo que el columnista dice, no necesariamente es compartido por la política del periódico y que es responsabilidad absoluta del escritor. Se cuentan en ellas anécdotas, reflexiones, cuentos, poemas, críticas políticas, hasta chistes verdes como el singular Catón, a quien nunca le he perdonado su machismo constante en cualquiera de sus afamados escritos.
Hoy, 23 de septiembre de 2019, me inicio aquí en La Lealtad, gracias a la invitación de Juan Carlos Recinos, amigo que aún no conozco en persona y que, sin embargo, me une a él un cariño entrañable. Y oh, dioses, la milagrosa coincidencia es que hoy se cumple el Primer Centenario de advenimiento al mundo del hombre que me dio vida, cien años del nacimiento de Miguel Lino Ramírez Fernández, Relojero Experto al Servicio de su Hora, como rezaban las tarjetas de presentación que orgullosamente extendía a sus clientes. Un hombre que usaba sombrero de carrete y andaba en bicicleta para recorrer las escasas cuadras que separaban nuestra casa de su taller de relojería, ubicado en el centro histórico de la ciudad de Orizaba. El mismo sitio en donde yo vi la luz primera: el respaldo de ese taller en donde mis padres vivieron durante los dos primeros años de su matrimonio.
Mi padre recibió el nombre del Arcángel San Miguel, patrono de la ciudad donde nacimos él y yo. Así que próximamente será también su onomástico, específicamente, el día 29 de septiembre y en la Ciudad de Orizaba habrá grandes festejos. Es en honor de él, mi padre, que he bautizado esta columna con el nombre de Rueda de Escape. Según los que saben del tema, el mecanismo de escape (que consta de la rueda como parte principal, el áncora y el volante), es el alma del reloj y en donde se genera el famoso tic tac. Y para mí, hija de un relojero, la medición del tiempo y su tic tac, han sido vitales en forma física y metafórica.
Comparto con ustedes un poema escrito hace algún tiempo:
RELOJ DE PULSO
Un rumor de cuclillos protege sus crías
Un rumor de canaletas entretejidas
Un rumor chorrea otros nidos
Es septiembre y se embandera el cerro
El cristal de la ventana
Incita al estío: se incendia la cordillera
La vieja se pregunta si desde entonces,
desde cuando los tic tac´s de media noche
acallaron sus lloridos, ha sido la misma.
Porque si lo fuera, este texto no debiera ser escrito.
Porque si no lo fuera, tampoco debiera contarlo.
Porque hablar de cuando se fue niña,
rebasados los sesenta,
es un riesgo incomprensible.
Se corre el peligro de ser inexacta,
Los recuerdos, imprecisos.
Recién nacida en el respaldo
del taller de relojería,
oficio de su padre. Las horas,
levísimo giro puntual de percusiones,
las horas, bronce que escapa del tallado cedro,
las horas, la arrullan insomne
verdades que nadie cree,
mucho menos, esa parte vacía
de los relojes de arena.
Persistencia y diluvio tras la puerta
-no sé si ya dije: verde pino -
Persistencia y diluvio, la hoja abierta
como reloj de bolsillo.
Persistencia y diluvio, aprendiz de relojería:
tic tac solar
reloj en primavera.
Y era la imposibilidad
- que aún la impacienta en días lluviosos -
de encontrar
el código secreto que guardaban
cajitas de cartón y de hojalata
roídos de carcoma.
Su propio tic tac
quería darles ella.
Soñaba armar alguno. Con tantas piezas
bien podría ensamblar un lindo pulso.
Una y otra vez, frustración completa.
La dulzura de los naranjos enmelaba el traspatio
La dulzura de los cafetos insinuaba
sus primeras floraciones
agujereaban los cohetes el cielo
de los últimos días de mayo para levantar
la Cruz en las casas nuevas.
Fue entonces que llegaron los boletos
matinée dominical para dos niñitas.
La alegría estiró sus tobilleras.
Bastón, oro en la sonrisa
se sentó junto a ellas. Sus manchas seniles
se transparentaron
bajo el organdí de sus siete años.
Un reloj de pulso brillaba en su muñeca.
A pesar de su espanto
A pesar del silencio del tic tac
a pesar de las piezas solitarias
y las ruedas de escape
en su pupila insomne
cojea un reloj que brilla en su muñeca.