Ágora: ¿Hacia dónde vamos?

¿Hacia dónde vamos? Sin una idea clara de a dónde quiere llegar. Por más que se ampare bajo la facha de un discurso moral que pretende la superación de nuestros vicios públicos más corrosivos, lo cierto es que destruye instituciones lo que despierta la duda de los más diversos sectores. La cosa es que la ya de por sí minada confianza en su gobierno se va resquebrajando cada día más, al tiempo que plantea la inquietud por resolver si quien hoy ocupa la presidencia es realmente un demócrata o autócrata de talante narcisista. Primero fue lo de la revocación de mandado; todo sea por aparecer en la boleta en las elecciones intermedias. Luego la idea de ampliar la SCJN con una nueva sala, presumiblemente con el propósito de hacerse con el control de una instancia que en realidad debiera existir para garantizar la existencia de contrapesos a la concentración de poder y los excesos de autoridad. Al mismo tiempo los ataques y las descalificaciones a la CNDH y al INE. Asimismo la creciente personalización y concentración de los programas sociales. Luego las reiteradas intentonas de controlar los órganos de información del propio Estado; como demuestra lo ocurrido en Baja California, no ha habido una sola modalidad de imposición que se haya dejado sin ensayar. Su partido MORENA, contraviniendo cualquier disposición legal sobre los periodos de gobierno y los distintos ordenamientos electorales vigentes, en acuerdo con diputados panistas y priistas ha terminado por imponer la prolongación de mandato de un gobierno afín a los intereses del Ejecutivo Federal. ¿Esto es realmente un régimen democrático? Insisto, la retórica moralizante del Presidente podrá ser todo lo deseable que nos parezca en términos personales por alimentar con ello la esperanza, –máxime en una sociedad como la nuestra, tan necesitada de renovar los fundamentos de su vida pública para mejorar las perspectivas de sanar nuestro tejido social por lo que la violencia de estos últimos años ha significado–, pero definitivamente abona muy poco, por no decir que nada, no solo al fortalecimiento de la democracia, sino también y fundamentalmente a la tranquilidad del común de la ciudadanía por no vernos repetir en nuestra propia experiencia, lo que a otros países de la región les ha tocado padecer cada que un gobierno con excesos en la concentración del poder aparece. Al final del día, si algo que preocupa con lo sucedido en Baja California, es que parecieran estarse ensayando las condiciones para verse repetir lo sucedido en la entidad pero en el orden federal. Y que conste que esto que digo podrá parecer un exceso, porque sin duda se antoja todavía muy lejana la propia sucesión presidencial, pero teniendo en cuenta la escasa resistencia que se mostró en la entidad, así como lo fácil que ha resultado para el Ejecutivo acallar cualquier crítica al respecto, no faltan razones para preocuparse. Puestas las cosas en perspectiva por la naturaleza de los problemas por los que hoy me pregunto, no veo de ¿qué modo puede hacer diferencia que se lleve o no una cartilla moral?, cual si un ardid propagandístico se tratara, espero pues equivocarme con mi exceso de pesimismo, pero no puedo pensar de momento de otro modo, cuando por mi formación como Politólogo reconozco en el actual panorama político nacional, señales inquietantemente parecidas a las vistas en otros países del continente, y que los llevaron de la erosión de las instituciones democráticas, a la instauración de gobiernos que si no son autocracias declaradas, cada vez se parecen menos a una democracia.