Ágora: Del dicho al hecho
- Emanuel del Toro

- 18 may 2019
- 4 Min. de lectura

Del dicho al hecho.
La gente cuenta historias raras y vive vidas todavía más extrañas. Las primeras las hace como le hubiera gustado que su vida fuera; las segundas por lo común las vuelve como se supone que jamás las haría. Y lo que digo: Si así son las cosas, mejor será que cada cual viva como realmente le dé la gana, porque se diga lo que se diga, lo cierto es que quienes a vivir con plenitud y congruencia se dedican, ni tiempo tienen de contarlo, a no ser claro, que de eso vivan.
Si alguna vez te viene en gana contar a otros que todo en tu vida ha sido como a ti mismo te hubiera gustado que fuera, detente. Poco importa el relato de lo sucedido, si antes no se ha sacado de lo vivido aprendizaje alguno. Porque el proceso de hacerlo, apenas comienza con el darse cuenta de lo vivido, más siempre habrá de permanecer pendiente, si el recuento de lo sucedido no se traduce en un modo distinto, claro y efectivo de hacer todo, mejor de lo que hasta ese momento se ha logrado. Hasta entonces, digamos lo que digamos, se está virtualmente en la misma posición de quien recién ha confrontado sus creencias con la experiencia propia de vivir.
Quién carajos te crees para venir a decirnos cómo vivir si no has resuelto ni la mitad de lo que deberías –me han dicho muchas veces cuando me da por tocar estos temas, lo mismo por escrito que en vivo. Y aunque es fuerte la tentación de decir por vanagloria, cualquier cosa que me adorne. Cabe aclarar que cuando comparto lo que aquí describo, no hablo en lo absoluto, de vivir de tal o cual modo, porque en realidad, en aquello de vivir, cada cual se lo curra como mejor puede o le parece. Más no puedo pasar de enfatizar que la distancia entre todo aquello en lo que decimos creer, y lo que en realidad hacemos, se halla en íntima relación con todas esas circunstancias que han vuelto nuestro mundo ese sitio hostil y oligofrénico tras del cual, muchos se llagan a sentir –aún si no lo dicen–, vulnerables o ajenos a cualquier responsabilidad social y dispuestos por ello mismo, a transgredir incluso a quienes no conoce.
¿Miedo, hartazgo o desidia? Tal vez; ¿Será que todo es cosa de permanecer siempre lo más cómodos posible, libres de mortificaciones? Francamente no lo creo; Que nadie tiene la menor idea del por qué y para qué es que estamos realmente aquí. Puede ser. Lo que es más, justamente por eso es que creo que a eso y no otra cosa es que venimos al mundo, a descubrirlo; Que si es todo un maldito valle de lágrimas, como si es bello y maravilloso y no hay en realidad, razón alguna para preocuparnos. Eso lo decide cada quien. Pero lo cierto es que –se crea lo que se crea–, con más frecuencia de lo que sospechamos, todos invariablemente nos hemos visto confrontados al dilema de no hacer ni la mitad de lo que se supone pensamos.
Ojo, no será cosa de engañarnos a nosotros mismos, lo fuerte no es que exista un mundo de distancia entre lo que decimos o creemos que pensamos y lo que en realidad nos atrevemos a realizar, tanto como que la más de las veces, no tenemos claros los efectos que dicho dilema acarrea. Lo que es más, buena parte de todo lo que realmente hacemos, así como de sus resultados más inmediatos, se halla signado por la incertidumbre de no saber en qué modo salir de dicho entrampamiento. Somos para decirlo claramente, menos juiciosos de lo que creemos de nuestro presente por lo que realmente es, que por lo que la vida ha sido en otro tiempo, y ni que decir del futuro.
De ahí que vivamos con frecuencia, exculpándonos –no sin cierto atisbo de idiotez–, en la falsa expectativa de reconocer lo vivido a partir del presente, o el futuro dando por descontado lo porvenir. El problema es que de ese modo, se tiene pocas o nulas posibilidades de asumir la responsabilidad de hacernos cargo por lo vivido, y estar por ello mismo, dispuestos a reparar nuestros tropiezos. Lo cual, si bien puede ser en apariencia tranquilizador, garantiza también, que nuestras contradicciones permanezcan en modo indefinido, frenando cualquier posibilidad de crecimiento y liberación.
*** La vida es un continuo estado de emergencia en el que cada acto pone a prueba nuestra capacidad para afrontar el reto de existir de modos muy diversos y usualmente divergentes de los que alguna vez imaginamos hacerlo. De ahí que ningún momento pasado o presente se parezca entre sí. Del mismo modo que darlo todo, no sea sólo una opción plausible, sino antes bien un recurso personal ineludible en el esfuerzo de hacer de nuestros días una experiencia permanente de aprendizaje y crecimiento, en la que la más relevante de nuestras opciones individuales, se manifieste en una reciproca integración con la comunidad y el reconocimiento del bien común como umbral de nuestro propio bienestar.















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