Ágora: El valor de lo que pensamos
- Emanuel del Toro
- 6 oct 2018
- 2 Min. de lectura

El valor de lo que pensamos. Construir explicaciones teóricamente elegantes para justificar nuestras más grandes miserias, [pobreza, violencia, populismo, corrupción o aplicación diferenciada de la ley], sin hacer nada al respecto, o incluso contraviniendo en lo cotidiano a lo que desde la teoría conocemos, con el ejercicio de opciones carentes de toda ética, es poco menos que una mezquindad. La teorización de nuestras falencias sociopolíticas más apremiantes, debe dar pie a la construcción de estrategias de largo aliento que posibiliten no sólo su preciso entendimiento, sino también la intervención de las mismas. Sólo en ese modo haremos realidad la posibilidad de trabajar por aliviar el sufrimiento de aquellos en cuyo nombre pretendemos estudiar dichos problemas, dotando nuestra labor académica de congruencia con lo humano. Porque el esfuerzo intelectual que se realiza para comprender las disparidades en el mundo, no exime del compromiso moral de trabajar por superar tales carencias. Para decirlo claramente: comprender un problema, nos llama a ser consecuentes con su resolución, de otro modo, es mucho lo que se puede llegar a decir, sin por ello hacer lo más mínimo para que todo aquello que se dice se traduzca en un cambio. No es de extrañar que ante la escasa atención que esta cuestión recibe, tanto de estudiosos como de aquellos en cuyas manos recae la toma de decisiones, vivamos y participemos de un mundo con muy pobres opciones de cambio, donde la inmediatez y el desinterés público consumen la mayor de nuestras posibilidades para construir sociedades más equilibradas y sensibles a las necesidades de todos, ausencia a través de la cual, se asoman nuestros rasgos más oscuros: egoísmo, arrogancia e intolerancia. Así las cosas me pregunto: qué debiera ocurrir para que la gran mayoría de aquellos que se dicen preocupados por el devenir de nuestra vida pública, se decidan a ejercer congruentemente todo su talento intelectual en la realización de esfuerzos de utilidad para el bien común. En este sentido, lo que resulta todavía más preocupante es dilucidar, qué habrá de suceder para que incluso aquellos a quienes estos problemas parecen tenerles sin cuidado, se decidan a unirse en un esfuerzo compartido. Qué tipo de mundo es aquel donde pese a que desde hace tiempo conocemos, modos alternativos de vivir con suficiencia, sin comprometer por ello las opciones de terceros, preferimos ignorar aquellos escenarios que degradan la condición de lo humano, destruyendo o alentando a la indolencia del sufrimiento de nuestros semejantes. Definitivamente, no tengo idea de si algún día las cosas lleguen a ser diferentes, [ojalá que lo sean], estoy realmente convencido que merecemos algo mejor. Me gusta pensar que mientras sigan existiendo quienes creen en valor del esfuerzo compartido, día a día irán surgiendo siempre, más y mejores opciones para combatir los embates de la renuncia y la intolerancia, invitando a todos, a mantener la fe y ejercer con entusiasmo nuestra capacidad de hacer mejor, todo aquello por lo cual creemos estar aquí. Hasta entonces seguirá siendo necesario, hacer un esfuerzo diario por recordar que ‘somos lo que pensamos´. Idea para la cual resulta imprescindible poner nuestra claridad mental e imaginación, al servicio de la solidaridad y el bien común, después de todo, como solían decir los abuelos: todos necesitamos de todos.
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