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Vislumbres: Una Travesía Trascendente Capítulo XII


UNA TRAVESÍA TRASCENDENTE


Capítulo XII


UN COMENTARIO NO TAN AL MARGEN. –


Estando próximos a terminar la muy larga relación que hemos venido realizando, quiero advertir a los pacientes lectores que, si la vida de Andrés de Urdaneta nos sirvió como el enlace de tantas y tan notables expediciones que hemos resumido hasta aquí, será con su última travesía y con su casi inmediato fallecimiento, con que la habremos de concluir este esfuerzo de correlación y síntesis. Esfuerzo que en lo particular me ha servido para tener una visión de conjunto de lo que un poco de cuanto sucedió en aquellos interesantes años, y que ahora comparto con gusto con quienes tengan la curiosidad y la calma de seguir leyendo.


Hoy, aun a sabiendas de que todavía me falta mucho por estudiar para tener más claro el panorama y la trascendencia de todas esas expediciones, entiendo que la mayor parte de los esfuerzos navales que realizaron Magallanes, Elcano, Cortés, Alvarado, Carlos V, Felipe II. los virreyes Mendoza y Velasco y tantos otros navegantes de los que incluso se ignora el nombre, tenían propósitos similares, y que, aun cuando muchas de aquellas expediciones (por tierra y por mar) fracasaron aparentemente en sus intentos, los registros que se levantaron de muchas de ellas aportaron información básica y necesaria para que los posteriores marinos o caminantes fueran avanzando ya no a ciegas, como sus predecesores, sino por caminos y derroteros más seguros. Sentando las bases, además, para las “colonizaciones”, forzadas o voluntarias, de todo el norte de México, del sur de los Estados Unidos, de las costas de California, Oregón y Florida, y para el “descubrimiento”, la gobernación y hasta el sometimiento y la esclavitud criticable de miles de personas que habitaron en muchas de las islas del Pacífico.


Todo ello sin dejar de considerar el dato de que, gracias a los esfuerzos, los aciertos, los errores y aún la muerte de muchos de aquellos “fracasados”, se abrieron las diferentes rutas de navegación y comercio entre los tres más grandes océanos del mundo.

EL SOLDADO Y MARINO QUE SE CONVIRTIÓ EN FRAILE. –


Es mucho lo que se ha escrito acerca de nuestro ya muy estimado Andrés de Urdaneta, pero la mayor parte de lo que se dice de él se concentra en los inicios de su accidentada vida como marinero, y sobre la hazaña final que realizó como navegante, y se les olvida a sus biógrafos comentar e indagar sobre lo que hizo, vio y sintió desde que en 1540 llegó al puerto de Aguatán, Colima, hasta 1565, en que desde el mismo puerto, ya nombrado “de Navidad”, zarpó en su último viaje hacia Las Filipinas. Veinticinco años de los que casi catorce estuvo viviendo en diferentes poblados de Colima y Nueva Galicia, y de los que una buena parte del resto vivió recluido en el convento de Santo Domingo, en la ciudad de México.


Entresacando datos de aquí y de allá he podido saber que Andrés de Urdaneta, aparte de saber de cosmografía y matemáticas, era un individuo que igualmente sabía latín, hablaba malayo y sostenía algunas conversaciones en otros dialectos de las islas Molucas y del Archipiélago de San Lázaro. Sabemos también que conversaba de temas filosóficos. Conocimientos nada raros en un fraile, pero de los que al menos yo ignoro cuándo los consiguió, porque para eso sólo pudo haber tenido dos momentos: el de su adolescencia antes de abordar la nao en que viajó como incipiente ayudante de Juan Sebastián Elcano, o el de su madurez cuando, habiendo sido ya soldado, corregidor, juez y aun minero, un día se decidió a “dejar el mundo atrás”, para irse a tomar el hábito de los agustinos.


Sobre aquel primer momento he llegado a conjeturar que si cuando subió al mencionado barco para irse a participar en el que pretendía ser “el segundo viaje alrededor del mundo”, sabía leer y escribir, y tenía suficientes conocimientos de aritmética, geometría y astronomía, fue porque estuvo inscrito en algún Seminario Tridentino próximo a su tierra natal, porque sólo en los seminarios, y bajo el “programa escolar” del Cuadrivium, se enseñaban esas materias (y música); precedidas por las de Lengua, Gramática y Retórica, que conforme al programa del Trivium, se enseñaban también en latín, que era la lengua muerta que la Iglesia Católica se empecinaba en seguir manteniendo artificialmente viva.


Pero sobre sus conocimientos de Filosofía caben dos posibilidades: que los haya adquirido mediante lecturas personales, o cuando, ya adulto, tomó, como dije, el hábito de los agustinos, en cuyo convento, por cierto, se sabe que fue “maestro de novicios”. Incursionando así en la actividad docente. Lo cual no sólo nos lo muestra realizando una nueva actividad, sino como un individuo sumamente capaz para ésa y otras tareas propias de los intelectos desarrollados. Y que también debe verse en relación a las obras que asimismo escribió, y que demuestran la profundidad y la fortaleza de su formación como cosmógrafo y conocedor de las corrientes marinas, los vientos favorables y las épocas del año en que convenía navegar o no.

Siendo vasco, además, “natural de Villafranca, Ordizia”, José Ramón de Miguel Bosch, uno de sus biógrafos de aquella región, dice que Urdaneta era, ya desde antes de irse por primera vez al mar, “profundamente bilingüe: escribía en castellano lo que pensaba en euskera” (lengua vascuence). Por lo que “sus escritos resultan a veces difíciles de entender sin recurrir al euskera, del cual traslada construcciones sintácticas y locuciones”.


Y hablando a propósito de sus escritos, ya he comentado que como los portugueses le arrebataron los mapas, las bitácoras y los diarios de viaje que Sebastián Elcano y él habían escrito durante su muy calamitoso viaje a las Islas Molucas, en 1536 se vio forzado a escribir, ¡todo de memoria!, una primera “Relación sumaria del viaje y sucesos del comendador Loaiza, desde el 24 de julio de 1525”. Relación que al parecer le fue entregada a un tal “don Macías del Poyo, en Valladolid, España, el 4 de septiembre de 1536”. Y una variante sobre la anterior, que le entregó al Emperador Carlos V, el 26 de febrero de 1537. Manuscritos a los que es casi imposible tener acceso, pero de los que algunas personas autorizadas han empezado a dar a conocer algunos fragmentos.


Años después, ya viejo, el fraile escribió al menos otro par de textos más, de cuyo contenido hablaré en su oportunidad.


Así pues, Urdaneta no era un individuo cualquiera, pero volviendo al final de lo que explicamos en el capítulo anterior, ¿qué fue lo que lo motivó a “abandonar el mundo” para irse a recluir al convento de San Agustín?


Ninguno de los ya muchos textos que me ha tocado leer sobre la vida de este hombre aborda o enfoca este asunto específico, salvo uno que coincide con mi apreciación, en el sentido de que debió de haber padecido una crisis existencial, en la que tal vez se le hicieron presentes los abusos que cometió contra los nativos de las islas y de la región que le tocó gobernar; las muertes que en diversos enfrentamientos tal vez llegó a provocar; la vivencia del desamor; los recuerdos de amores idos, o ese “inmenso vacío del alma” del que de tanto en tanto hablan los místicos, y que suelen experimentar las personas en la edad madura.


No se trata aquí de adivinar, sino de tratar de entender cuál haya podido ser la motivación que pudo aquel marino, soldado y aventurero para irse a recluir a un convento. Acto que tampoco nos debe extrañar, porque viviendo en la época que vivió, cientos de paisanos suyos tomaron para sus vidas una decisión similar, tal vez porque su vida fue muy aciaga y estaban urgidos de un poco de paz, de serenidad, y en su mentalidad y temores, “de la salvación de sus almas”.

EL AGUSTINO. –


No he tenido ninguna oportunidad de leer las crónicas que los frailes agustinos de la Nueva España llegaron a escribir también, y por lo mismo desconozco qué haya podido hacer fray Andrés de Urdaneta como tal, excepto que mientras allí estuvo, fue, durante algún tiempo, “maestro de novicios” y que sus tiempos fueron coincidentes con los de fray Alonso de la Veracruz, agustino también, que justo en los mismos meses que Urdaneta ingresó a la orden, empezó a dar clases de Filosofía en la Real y Pontificia Universidad de México, inaugurada en enero de 1553.


Hablando sobre lo mismo, Miguel Bosch dice también que: “No hay muchos datos acerca su actividad religiosa pero sí sabemos que perseveró en sus actividades náuticas, ya que participó en la fracasada expedición de Tristán de Luna y Arellano a Pensacola en 1559, y mantuvo estrechas relaciones con su posterior conquistador, Pedro Menéndez de Avilés.”


De ser cierto esto último que dice el historiador vasco, Urdaneta habría sido participante como misionero en otra expedición que, para variar, fracasó también, de la manera más triste para cientos de personas que se vieron involucradas en ella. No obstante que fue una expedición meticulosamente planeada. Y a la que me voy a referir de manera muy breve:


¿Recuerdan los lectores la expedición de Francisco Vázquez de Coronado a la que me referí más ampliamente en capítulos anteriores? – En esa expedición iba, como su lugarteniente, o segundo en el mando, el capitán tal Tristán de Luna y Arellano, primo del virrey Mendoza y de la primera esposa de Cortés. Ese hombre consiguió como guías a unos indios de lo que hoy sería el norte de Sonora, y junto con ellos logró remontar las estribaciones de la Sierra Madre, para ir a salir nuevamente al llano, en territorios que hoy pertenecen al estado de Nuevo México, y en los que Alvar Núñez Cabeza de Vaca habían visto a los cíbolos o bisontes.


Y hoy menciono lo anterior porque cuando la fallida expedición a “las Siete Ciudades de Oro” volvió a México, a Tristán de Luna y Arellano le tocó irse a vivir a Oaxaca, en donde también estuvo “haciendo justicia”, se casó con una viuda rica y, a la muerte de Cortés, acabó convirtiéndose en gobernador de los pueblos que el marqués había recibido en encomienda.

En esos asuntos estaba, precisamente, ocupado Tristán de Luna, cuando en 1537 llegó una orden de Felipe II para que don Luis de Velasco, segundo virrey de la Nueva España, nombrara un “gobernador y capitán general de las Provincias de la Florida y Punta de Santa Elena (en el actual estado de Carolina del Sur). Gobernador a cuyas expensas se debería que organizar otra expedición, con el propósito de ir a fundar al menos tres pueblos desde la dicha península hasta el norte de la costa Atlántica, porque los holandeses y los franceses ya estaban con ansias de apropiarse de todas esas tierras.


Y como para esas fechas Tristán de Luna y Arellano se había convertido en un hombre muy rico, el virrey lo encontró apto para semejante empresa y, no teniendo Luna modo de eludir el bulto, ni de despreciar el “alto nombramiento” que se le había brindado, tuvo que apechugar y, vendiendo mucho de lo que tenía, y empeñado lo que le quedaba, sacó dinero para financiar su parte, llevándose consigo a más de mil civiles y a 500 soldados, entre los que iban familias enteras, así como algunos “escribanos, oficiales reales y seis frailes dominicos”. De los que, presuntamente, uno de ellos era nuestro buen amigo fray Andrés de Urdaneta, de 51 años ya.

La gran comitiva salió, según eso de México hacia Veracruz, el 24 de abril de 1559, y terminó de embarcarse y zarpó, el 11 de junio siguiente, a bordo de trece navíos repletos de gente, caballos, vacas, cerdos, gallinas, enseres y víveres.


Navegaron sin novedad hasta el 14 de agosto, fecha en que arribaron a la bahía de Pensacola, a la que algunos de los marinos más expertos que en las naves iban, consideraron como “el mejor puerto que hay en las indias”. Y empezaron a desembarcar, a limpiar los terrenos y a levantar un enorme campamento, que sería el inicio del primer pueblo español en el área. Pero lo que ninguno todavía sabía, y ni siquiera sospechaba, es que de tanto en tanto pegan allí fortísimos vendavales, como la “brava tormenta” que desde “la noche del 19 de septiembre, corriendo veinte y cuatro horas”, les desbarató lo que habían levantado, les provocó “daños irreparables” a todos los barcos que estaban en el puerto, “excepto una carabela y dos barcas que lograron escapar” y les provocó un grandísimo números de heridos y muertos. Según se puede leer en una carta que el capitán de Luna envió posteriormente al rey.


Al haberse quedado sin comida, hicieron una excursión a tierra adentro, y fue tan grande su hambre que se tuvieron que comer algunos de sus caballos, mientras que por el mal clima el gobernador enfermo de unas calenturas “de las cuales vino a desatinar y a perder el seso, diciendo puros desvaríos, y sin atinar lo que hablaba”.


Total que, aun cuando algunos de aquellos primeros colonos lograron, al parecer, quedarse provisionalmente instalados, el pobre Tristán tuvo que irse en otro momento a España, a tratar de defenderse de quienes lo acusaron de cometer muchas tonterías.


Por otra parte, no he sabido nada más de la suerte que corrieron los seis frailes agustinos que con ellos fueron. Pero si Urdaneta realmente fue con ellos, es claro que sobrevivió y volvió a México, en cuyo convento estuvo hasta que, en 1552, el destino lo volvió a poner en el puerto de Navidad. Desde donde iniciaría su última y más conocida aventura.

Continuará.


PIES DE FOTO. –


1.- Es muy posible que en este templo y convento de Santo Domingo se haya ido el soldado y marino Andrés de Urdaneta, a tratar de “retirarse del mundo”.


2.- Casi al mismo tiempo en que Andrés de Urdaneta ingresó a la orden de los agustinos, se inauguró la Real y Pontificia Universidad de México, en cuyas aulas haya podido estudiar Filosofía.


3.- Algo que sí nos queda muy claro es que Urdaneta y fray Alonso de la Veracruz, eminente filósofo agustino fueron enteramente contemporáneos.


4.- De ser cierto lo que se afirma en un escrito del Diccionario Biográfico Español, Urdaneta habría participado en la expedición de Tristán de Luna, para fundar un pueblo español en la bahía de Pensacola, Florida.




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