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La distancia entre realidad y ficción en América Latina


La distancia entre realidad y ficción en América Latina. Una reflexión personal en torno al valor de lo que pensamos.


Por: Emanuel del Toro.


Por los más variados motivos –tanto de índole personal, como profesional–, es justo decir que una parte muy significativa de todos los temas que en esta columna he abordado, confluyen en la distancia que media entre aquellos principios que supuestamente orientan nuestras acciones, y lo que verdaderamente hacemos como sociedad. El punto es que una parte muy importante de los problemas que históricamente han golpeado a nuestras sociedades latinoamericanas, pasa por la permanente diferenciación que subsiste entre nuestros principios, y la realidad social que verdaderamente construimos a partir de tales principios.


De ahí que con frecuencia se diga que las nuestras, son sociedades en las que la ficción supera con creces la realidad; somos por definición, sociedades que se simulan así mismas, porque no hemos tenido el temple de reconocernos, cómo en realidad somos: plurales y diversas, pero también y ante todo, dinámicas y cambiantes. No de casualidad ocurre que nos cuesta tanto trabajo reconocer nuestros referentes discursivos, pero también y ante todo, las consecuencias prácticas que ejercen sobre nuestras vidas. De ahí también la presunta desafección e incomprensión con la que se mira la irrupción en política, de actores cuyas orientaciones ideológicas no responden a las coordenadas tradicionales.


No es la primera vez que lo expongo de este modo, el punto está en que mientras tal distancia entre principios y realidades prevalezca, difícilmente podremos superar nuestros problemas sociales más apremiantes. ¿Que por qué lo digo de este modo? Construir explicaciones teóricamente elegantes, para justificar nuestras más grandes miserias, [pobreza, violencia, populismo, corrupción o aplicación diferenciada de la ley], sin hacer nada al respecto, o incluso contraviniendo en lo cotidiano, a lo que desde la teoría conocemos, con el ejercicio de opciones carentes de toda ética, es poco menos que una mezquindad.


La teorización de nuestras falencias sociopolíticas más apremiantes, debe dar pie a la construcción de estrategias de largo aliento que posibiliten, no sólo su preciso entendimiento, sino también y ante todo, la intervención de las mismas. Sólo en ese modo haremos realidad la posibilidad de trabajar por aliviar el sufrimiento de aquellos, en cuyo nombre pretendemos estudiar dichos problemas, dotando nuestra labor académica de congruencia con lo humano. Porque el esfuerzo intelectual que se realiza para comprender las disparidades en el mundo, no exime del compromiso moral de trabajar por superar tales carencias.


Para decirlo claramente: comprender un problema, nos llama a ser consecuentes con su resolución, de otro modo, es mucho lo que se puede llegar a decir, sin por ello hacer lo más mínimo para que todo aquello que se dice se traduzca en un cambio. No es de extrañar que ante la escasa atención que esta cuestión recibe, tanto de estudiosos como de aquellos en cuyas manos recae la toma de decisiones, vivamos y participemos de un mundo con muy pobres opciones de cambio, donde la inmediatez y el desinterés público, consumen la mayor de nuestras posibilidades para construir sociedades más equilibradas y sensibles a las necesidades de todos, ausencia a través de la cual, se asoman nuestros rasgos más oscuros: egoísmo, arrogancia e intolerancia.


Así las cosas me pregunto: qué debiera ocurrir para que la gran mayoría de aquellos que se dicen preocupados por el devenir de nuestra vida pública –sea esta local, nacional o internacional–, se decidan a ejercer congruentemente todo su talento intelectual en la realización de esfuerzos de utilidad para el bien común. En este sentido, lo que resulta todavía más preocupante es dilucidar, qué habrá de suceder para que incluso aquellos a quienes estos problemas parecen tenerles sin cuidado, se decidan a unirse en un esfuerzo compartido.


Todavía más claro: ¿qué tipo de mundo es aquel en el que pese a que desde hace tiempo conocemos, modos alternativos de vivir con suficiencia, sin comprometer por ello las opciones de terceros, preferimos ignorar aquellos escenarios que degradan la condición de lo humano, destruyendo o alentando a la indolencia del sufrimiento de nuestros semejantes? Definitivamente, no tengo idea de si algún día las cosas lleguen a ser diferentes, [ojalá que lo sean], estoy realmente convencido que merecemos algo mejor.


Si he de ser brutalmente sincero, me gusta pensar que mientras sigan existiendo quienes creen en valor del esfuerzo compartido, día a día irán surgiendo siempre, más y mejores opciones para combatir los embates de la renuncia y la intolerancia, invitando a todos a mantener la fe y ejercer con entusiasmo nuestra capacidad de hacer mejor, todo aquello por lo cual creemos estar aquí. Hasta entonces seguirá siendo necesario, hacer un esfuerzo diario por recordar que ‘somos lo que pensamos´. Idea para la cual resulta imprescindible poner nuestra claridad mental e imaginación, al servicio de la solidaridad y el bien común, después de todo, como solían decir los abuelos: todos necesitamos de todos.

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