Ágora: Relaciones tóxicas
- Emanuel del Toro
- 24 mar
- 5 Min. de lectura

Relaciones tóxicas. Un comentario personal en torno al periplo de permanecer ahí donde no hay razones para permanecer.
Por Emanuel del Toro.
Cuidado con liarte en una relación con alguien que nunca habrá de madurar, ese tipo de relaciones son por definición relaciones enfermizas, carentes de sentido, cuyos frutos empedernidos jamás maduran, y se quedan siempre colgados del árbol que han venido; esperar por quien no quiere madurar, no lleva nunca a ningún lado. Su madurez poco o nada tiene que ver con lo que hagas o no, para que todo lo que piensas importante llegue a estar bien; la cosa es que hay personas, que igual que ocurre con una fruta empedernida, no quieren –o pueden– madurar, y no es realmente tu culpa que prefieran vivir por debajo de sus propias posibilidades.
Pero que decidas empecinarte en autosabotearte para no superar jamás las condiciones que alguna vez les han hecho coincidir o encariñarse, –incluso pasando por alto todo el dolor que permanecer juntos les genera–, sí que es una decisión propia, terriblemente injusta, como innecesaria, que nadie tendría porque terminar eligiendo, ni mucho menos sosteniendo. A no ser, claro está, que se esté decididamente determinado a malograr su propia vida, sólo para confirmar las peores impresiones que alguna vez le enseñaron a tener sobre sí mismo.
Tan terrible es una semilla que no da frutos, como un fruto que jamás madura, o uno que por exigente y/o exquisito, termina perdiendo y/o anulando sus cualidades por excesivamente maduro, al punto de que siente que nadie le merece. Para el caso, una cosa resulta inobjetable: Los excesos nunca son buenos, independientemente del sentido en el que se vivan, no por nada se dice que los extremos se tocan. A relaciones tóxicas y/o insatisfactorias, pero difíciles de dejar con todo el dolor que nos generan, se llega por razones de carencias aprendidas.
Tóxicos son aquellos que no te quieren perder, pero tampoco hacen nada por cuidarte; no te sueltan, pero tampoco saben tenerte; juran que te quieren, pero con dolorosa frecuencia hacen cosas que te lastiman, y encima no se hacen cargo de sus ofensas, o peor aún, te culpan por ellas; juran que te extrañan, pero rara vez hacen algo por buscarte; no te dan paz, pero tampoco te dejan en paz; tóxica es la persona que como se dice en la calle: ni picha, ni cacha, ni deja batear. Más claro todavía: cuando te quieren se nota, cuando no te quieren, se nota todavía más.
Sí, es cierto, intoxicarse por necedad, o carencias emocionales resulta un riesgo de la vida, pero permanecer obstinadamente ahí donde no se te ama como mereces, es decir con reciprocidad, respeto y cabal integridad de tu unicidad, sin tener porque cambiar para comodidad de quien dice que quiere estar contigo porque te acepta tal y como eres, eso ya es de plano conformarse con muy poco. Entonces el problema deja de ser que existan personas tóxicas, y pasa a ser que existan personas dispuestas a encariñarse por codependencia a su veneno.
Sigue eligiendo por las razones equivocadas y verás como aunque des lo mejor de ti, te vas a llevar la peor de las decepciones posibles. Equivocarse al elegir con quién quieres estar es posible, pero equivocarse siempre, convierte el problema en una responsabilidad ineludible por comprender las razones por las que siempre se tropieza del mismo modo.
En ese sentido, habría que decir que la forma en la que la gente te trata, es el reflejo de cómo te ven; en tanto que la forma en que dejas que te traten, es el reflejo de cómo te ves. Si quieres una buena mujer a tu lado, asegúrate de ser buen hombre; y lo mismo aplica para el caso contrario. Después de todo, las relaciones de pareja no duran por simple amor o sexo, duran por respeto. Porque se tiene la audacia de respetar la libertad personal de aquella persona que nos cautiva.
Para decirlo todavía más claro: Cuando el costo de sostener una relación, cualquiera que esta sea, –lo mismo da si se trata de una relación profesional, un vínculo de amistad, una relación de pareja, incluso una relación de parentesco–, implica terminar pasando por encima de ti mismo, o renunciando parcial o totalmente a aspectos vitales de tu propia existencia, –como sueños, anhelos y/o realizaciones–, que por su importancia comprometen tu sentido de utilidad y hasta tus propósitos de vida, ten el valor y la entereza de sostenerte para contigo mismo, porque no hay nada más triste que una existencia carente de significado por cobardía y/o complacencia; tenlo siempre muy presente: tu felicidad y estabilidad emocional, no son negociables. La dignidad propia no es una opción, es una prioridad, no juegues contigo mismo nunca.
Amar e ilusionarse o terminar decepcionados y hasta temerosos, incluso innecesariamente dominados por los más injustas de nuestras emociones termina siendo una experiencia universal común a todos. No así el valor de comunicarlo y/o reconocer y abrazar en toda su magnitud la fragilidad de nuestra mutua incertidumbre. Porque como dice una canción de Enanitos Verdes por ahí: Todos saben desde dónde mirarse sin dudar. Y eso es justamente lo que más aterra o nos llama a confrontar: Aprender a mirarnos y reconocernos desde la incertidumbre y lo contingente, desde lo incierto. Porque sólo cuando se está dispuesto a cuestionar lo que se vive, pero sobre todo a desafiarlo y/o reconfigurarlo, es que comenzamos a entrar en concordancia con lo que verdaderamente merecemos: Ser amados con reciprocidad.
Después de todo, ¿qué hay peor que la indiferencia de una incertidumbre alentada por la mediocridad emocional de quien despierta emociones de las que luego no se hace cargo? La cobardía... y si el umbral de lo posible va a instalarse al margen de cualquier atisbo de justicia amorosa, que no se te olvide entonces, lo que nadie tendría nunca porque olvidar: Los amores cobardes no llevan jamás a ningún lado. La realidad obliga. Que vamos, no es posible desarrollar una relación que verdaderamente valga la pena, ahí donde no se respeta la libertad personal de sus integrantes.
En cuanto a la libertad personal, resulta importante decir que esta proviene del conocimiento que se tiene de uno mismo. Cuanto mejor te conozcas, más libre serás de las interferencias o sesgos que comprometen tu voz interior. Lo necesario para el mayor desarrollo personal de todos, yace en el caudal inagotable de potencialidades que nos constituyen. Cuanto más íntima es la comprensión de quiénes somos y lo que valoramos, mejor preparados estamos para defender y/o cultivar lo que genuinamente nos importa. Comencemos pues por preguntarnos con absoluta seriedad, qué es lo que nos importa; y cuáles son o no los límites que estamos dispuestos a soportar y/o a tolerar en una relación, sin olvidar que lo fundamental es el mutuo autorrespeto.
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