Ágora: Javier Milei Presidente de la Argentina. O el fracaso del populismo

Javier Milei Presidente de la Argentina. O el fracaso del populismo.
Por: Emanuel del Toro.
La de Argentina ha sido desde siempre una historia extremadamente compleja y/o convulsa. A veces por la intervención de las Fuerzas Armadas en el juego político, lo mismo que por la extrema fragilidad de su economía, que no termina nunca de funcionar de forma estable y/o predecible, porque siempre naufraga entre altas tasas de inflación y una devaluación monetaria constante, que amen de sus efectos materiales, termina siempre generando una alta dosis de animadversión y crispación social. Una dinámica que no ha hecho otra cosa que recrudecerse de forma más o menos constante, desde hace al menos cuarenta años. Al punto de tener hoy, índices de pobreza equiparables a los de África, pese a ser una de las naciones con mayor cantidad de recursos en todo el mundo.
Sin embargo, no deja de resultar sorprendente sondear la historia argentina para descubrir que hasta mediados de 1960, la Argentina llegó a tener uno de los niveles de vida más altos de todo el mundo. Con un grado de desarrollo y modernidad equiparables al de Suiza, Suecia o cualquier país del primer mundo. Prosperidad que terminaría dolorosamente dilapidándose de forma lenta pero inexorable, como resultado de la política hegemónica que los Estados Unidos ejerció en el contexto de la Guerra Fría, no dudando en apoyar la instauración de distintas juntas militares gobernando a lo largo y ancho de toda América Latina, con el propósito de detener la expansión del comunismo soviético en la región.
De ahí que cuando el comunismo y la influencia mundial de la URSS menguó para inicios de los años 80’s, amplias zonas del mundo, incluida la Argentina misma, vivieron un resurgimiento de sus respectivas democracias. Pero aunque la democracia volvería a la Argentina, como al resto del continente desde 1982, (con excepciones notables como Cuba y Haití, por mencionar algunos de los casos más importantes de sociedades con gobiernos autocráticos, cuando no abiertamente antidemocráticos), lo cierto es que la prosperidad económica de estas nuevas democracias, no volvería nunca, por lo que la década de los 80’s pasaría, por razón de sus muy bajas tasas de crecimiento y/o desarrollo económico, a llamarse la “década perdida”. En su lugar, el resurgimiento global de la democracia vendría acompañado, a merced de las llamadas políticas del Consenso de Washington, de una agresiva política económica neoliberal, con el mercado como eje articulador del accionar gubernamental.
El resultado no se hizo esperar, lo mismo en la Argentina que en el resto de América Latina, las nuevas democracias neoliberales que surgieron hacia fines del siglo XX, lo hicieron cargando tras de sí una herencia terrible de desigualdad; un binomio extraordinariamente complejo aparejó libertad política con libertad de mercado, al tiempo que relegó cualquier atisbo de asistencia social, para paliar los ajustes económicos, sobre la base de contrarrestar los excesos materiales cometidos por los regímenes populistas de fines de los años 70’s. Herencia de desigualdad que ni toda una seguidilla de gobiernos populistas que surgieron hacia comienzos del presente siglo, serían incapaces de superar y/o aliviar.
Ese y no otro, es el contexto de extracción de propuestas políticas como la de Javier Milei; propuestas que pese al resquemor que han despertado entre los sectores sociales más tradicionales, cada vez se hacen más recurrentes, recibiendo una amplia aceptación social. Pero no nos llamemos a engaño, porque lo que hoy ocurre en la Argentina, con un Presidente recién electo que se considera prácticamente “outsider”, ya que no pertenece a la clase política tradicional, y cuyas coordenadas discursivas no responden a los estrechos márgenes de izquierda-derecha, no es un fenómeno privativo de la Argentina, antes bien por el contrario, en toda la región se comienzan a ver visos de la irrupción de un nuevo modo de hacer política, caracterizado por la movilización de sectores que tradicionalmente no se involucran en el devenir de la vida pública.
Sectores caracterizados por una vigorosa participación política y una alta dosis de voluntarismo, que suelen estar de común mucho mejor informados y/u organizados para hacerse sentir en términos electorales, lo mismo que de posicionamiento público. Para el caso, la realidad actual de la Argentina no podría ser más contrastante respecto al como comenzó el siglo XX, siendo considerado de hecho, uno de los países más desarrollados de su tiempo, razón por la que la Argentina fuera llamada el “granero del mundo” o la “quinta potencia mundial”. Sin embargo, lejos de lo que ocurriera entre 1880 y 1935, la Argentina de la actualidad se encuentra visiblemente alejada de los primeros lugares del desarrollo mundial, ubicándose en el número 140 del total de países actuales.
Desde luego, queda fuera de toda duda razonable, la posibilidad de agotar en el limitado espacio de un comentario de opinión, todas y cada una de las razones por las que semejante escenario se ha precipitado como lo ha hecho. Sin embargo, una cosa es segura, en todo ello se incuban buena parte de las razones por las cuales propuestas como las de Javier Milei, con todo y sus claroscuros, resultan cada vez más atractivas para un mercado electoral, cuyos referentes de representación tradicionales, se encuentran cada vez más agotados y/o carentes de sentido. Y más para una sociedad a la poco o nada le importa quién gobierna, porque es un hecho que la única constante a la que se ve de continuo confrontado, es a la precarización material de amplios sectores sociales, que con todo y que se supone que reciben la asistencia gubernamental, cada vez viven peor.
No hacer un examen serio de la cuestión, puede ser mucho más conflictivo y/o inconveniente de lo que muchos suponen. Porque ello nos impide siquiera preguntarnos: cómo es que se debe proceder para superar las desavenencias que hasta este momento se han suscitado. En cualquier caso, me parece fundamental analizar estos temas con mayor apertura, pero sobretodo abdicando de posiciones ideológicas insanas, que nos impidan preguntarnos con suma responsabilidad, por qué es que propuestas disruptivas como las de Milei, pueden resultar un tanto atractivas, por mucho más cuando se las compara con la oferta de los gobiernos populistas, que bajo el ardid de pretenderse de izquierda, –aunque en realidad no lo son–, se creen moralmente superiores a las propuestas de sus competidores.
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