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Ágora: Guerra y percepciones


Guerra y percepciones. Un comentario personal en torno a la crisis internacional de la guerra entre Rusia y Ucrania.

         

Por: Emanuel del Toro.

 

A riesgo de lucir como una seguidilla de malas noticias, más propia de un mal drama de ciencia ficción, que de una realidad geopolítica; la actual crisis entre Rusia y Ucrania es por la magnitud y/o la gravedad de la cuestión, la consecuencia natural de pretender pasar por alto información la opinión pública y los propios políticos ignoraron en su momento.

 

Información que presagiaba lo que finalmente ha venido ocurriendo: la emergencia de una guerra terriblemente mortífera, y cuyos efectos prometen poner en jaque absolutamente a todos. Hace días –para ser más preciso el domingo pasado–, se informó que Biden autorizaba a Ucrania el uso de misiles de largo alcance para atacar a Rusia; horas más tarde Putin afirmó que de ser utilizados tales misiles, su país podría terminar respondiendo con armas nucleares. Al día siguiente el gobierno sueco distribuyó cinco millones de trípticos entre su población a modo de advertencia en caso de una guerra; Finlandia termina haciendo lo mismo ese mismo lunes, abriendo un sitio web en redes con instrucciones sobre qué hacer en caso de guerra. Para el caso, se estima que cerca del 60% de los ciudadanos de dicho país cuentan con suministros de reserva para una emergencia.

 

Lo que hasta aquí he descrito se corresponde a groso modo con declaraciones y/o enunciados hechos por todo tipo de actores, sin embargo el martes pasado nos terminamos enterando de que Ucrania lanzó seis de estos misiles, empero, de acuerdo con la propia Rusia, todos fueron interceptados, siendo que sólo uno de todos generó daños menores. Casi de modo simultáneo, Putin daría a conocer que en un decreto respecto a su doctrina nuclear, misma que incluye la posibilidad de lanzar armas de destrucción masiva en contra de una nación, aún si esta no cuenta con tal tipo de armas y/o sea apoyada por países que si las tienen. Lo cual desde luego resulta una alusión a lo que está haciendo Ucrania.

 

Al respecto, Putin no se anduvo con rodeos: el decreto indica que el ataque de cualquier gobierno como parte de una alianza militar contra la Federación Rusa y sus aliados, será tomada como agresión del bloque en su conjunto. Para decirlo claro: el decreto autoriza a emplear armas nucleares incluso contra integrantes de la OTAN. En ese sentido, lo menos por decir es que considerando la gravedad de sus implicaciones, cabría suponer que semejante ardid declarativo no fuera más que un montaje. Como también en cierto modo la autorización de Estados Unidos a Ucrania para utilizar los misiles de mediano alcance tras de negarse durante los últimos tres años, ha resultado un montaje por demás incierto, por mucho más si se considera que la administración de Biden está a dos meses de concluir. Realmente muy poco tiempo le queda para pensar que su intervención hará alguna diferencia. Considérese en ese sentido, que a decir de expertos, Rusia ya retiró los centros de logística y armas de las zonas de alcance.

 

Ambos partes intentan posicionar sus respectivas cartas de presión y/o negociación antes de afrontar el previsible llamamiento de Donald Trump a detener la guerra. Es de tenerse en cuenta que el propio Trump afirmó que le bastaba apenas un día para resolver el presente conflicto entre Rusia y Ucrania. Al respecto, se trate o no de un día literalmente hablando, es muy factible que una vez que asuma Trump el próximo 20 de enero, el conflicto dure muy poco. Lo cual no sería de extrañar si se considera que Trump nunca ha escondido su desacuerdo con la guerra y su propia simpatía por Putin. Por lo que se augura que una vez apartado del poder Biden, sin el apoyo de Washington y las múltiples dudas de Europa, Zelensky se verá obligado a pactar y/o negociar una rendición disfrazada.

 

Qué irán a ceder ambas partes, dependerá en buena medida de las presiones del contexto, así como de la correlación de fuerzas que derive el balance bélico-territorial. Para nadie es un secreto que en los últimos meses el balance ha favorecido a Rusia, en un dominio lento pero progresivo, –de cerca de una quinta parte del territorio total de Ucrania–, dominio que no ha parado de consolidarse. Desde luego está fuera de toda duda decir que la estrategia de Biden por alentar el empoderamiento de Ucrania no ha rendido el efecto que los propios Estados Unidos hubieran querido. Usar el argumento de la fuerza con autócrata como Putin, es la receta perfecta para el tipo de desastre que ahora mismo tenemos. Por no hablar de las naturales diferencias que conjugan todos y cada uno de los países involucrados, por mucho más si se considera el peso de la respectiva opinión pública. Así mientras en Rusia cualquier atisbo de disidencia brillará por su ausencia, el resto de los países involucrados, sí que tienen mucho sobre lo que dolerse y/o preocuparse, sea cual sea el rumbo que tomen los acontecimientos.   

 

Para el caso, está claro que  dadas las circunstancias actuales, Rusia está jugando a placer con la debilidad política de los países occidentales para con sus respectivas ciudadanías. Ninguna democracia occidental podría resistir el embate de una opinión pública en permanente incertidumbre ante la posibilidad de una guerra y Putin sabe perfectamente cómo sacarle provecho, tanto para hacer prevalecer sus intereses estratégicos, como para incrementar su influencia geopolítica en el resto del mundo. Vistas las cosas de ese modo, si bien es de esperarse que el actual escenario termine declinando en el corto plazo, tampoco se puede pasar por alto que Rusia parece haber vuelto como un protagonista indiscutible de la geopolítica mundial. Algo que no se veía desde hace años.

 

Queda por resolver si ello terminará significando que Rusia, –al estilo de lo que ocurriera en el transcurso del siglo XX–, gana cada vez mayor protagonismo en el concierto internacional, o si por el contrario, tal y como ha hecho en otros momentos en los últimos veinte años, termina por replegarse una vez conseguido evidenciar su capacidad de posicionamiento mundial. Lo que si está fuera de toda duda, es que no estamos ni por asomo, en el fin de la historia, y que lejos de los que se pensaba a fines del siglo pasado, el mundo no está confluyendo a la prevalencia de regímenes con democracia y capitalismo como sus componentes principales. Antes por el contrario, estamos siendo testigos de cómo resurgen viejas tensiones de la Guerra Fría, que hace décadas creíamos superadas. 



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